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Por tercera vez, Lucas Martí organiza un disco bajo el lema “Varias Artistas”, mujeres cantando lo que él compuso para ellas. Los anteriores fueron Papá (2007) y Se puede (2011). El más reciente se llama Presión social, comparte la intención de los anteriores y resulta igual de inclasificable en lo musical que aquellos. Pero de este se podría decir algo más concreto que concentre la catarata de líricas, de sensibilidades y de gratitud femenina. Por un lado está la similitud en las voces aniñadas, de tonalidad dramática y feliz en el mismo canto. A esa serie pertenecen las de Sofía Vitola, Nina Polverino, Rosario Ortega, Candelaria Zamar, Loli Molina y Poli Sallustro, por ser arbitrarios en la lista. Por otro lado está lo central de la modernidad en declinación pero aún coercitiva, el peso de lo social en el estilo, esto es, en las conciencias.
Es un disco perfecto. Parece tener mar de fondo picado y tormentoso, pero su coloratura es regular, como la del mar, con algo perlado y amenazante. Lo común es la base rítmica, casi todos los temas vienen de un power trío versátil; en los anteriores las músicas eran más diversas. Por lo demás, alegran varias cosas: formas de cantar, como las de Marina Fages o Vera Spinetta. Algunas maneras del pop declamado con desesperación pero frenéticamente bailable. Modos de hacer cantar canciones extrañas a ciertas intérpretes, como la que destella Érica García, sostenida por el piano de Darío Jalfin. Este disco es un sistema, una idea orgánica. Es un barril pero sin fondo. Es una caja pero desvencijada, por donde respira lo que tiene de artístico y de imprevisible, porque un arte sistemático no sería del todo arte. El disco tiene dos maneras de leer la presión. En primer lugar, la que remite a un contexto y a una reacción, a una performance contrasocial, como en la canción que da nombre al disco y en “La fórmula”. Ese tipo de canciones expresan la presión social como quien se saca de quicio para liberarse. En segundo lugar, la que trata de revelar la presión social invisible, las canciones que recomiendan o enseñan sobre cuestiones morales y sobre maneras de ser más allá de las grandes inseguridades del mundo contemporáneo, como “Sopa de letras”, que parece un trance para niños, un oasis de amor iniciático.
Martí representa lo social a través de metáforas de la repetición y de las estructuras como espacios de “carencia de control”. Indica algo religioso, del sacrificio como elución del cosmos, de todo lo que nos apremia. El disco hurga en el exceso para incorporar a un dios con minúsculas, para que algo en el mundo sea irreductible. Como intuía Émile Durkheim, el primer sociólogo en pensar lo que se lleva puesto La Sociedad, ese monstruo total: hay algo de los hechos sociales que puede más que el canto desesperado, un condicionamiento prematuro del que no podemos salir. El deseo también es un karma colectivo. Martí predica sin tomarse en serio, pero tomando en serio las tragedias que describe. No es un poeta cínico, es piadoso, puede entender y esperar: “todos los relojes nunca están sincronizados / cada persona entenderá a su tiempo el cambio”.
Varias Artistas, Presión social, Avesexua / Geiser Discos, 2016.
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