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Recientemente, lo más parecido a una novedad artística en la carrera de Roger Waters ha sido que, cuando volvió a molestarse en hacer un disco, en vez de los sesionistas esperables, grabó con una brillante camada de músicos, cortesía del productor Nigel Godrich: Joey Waronker (Beck, R.E.M., Air), Roger Manning Jr. (Jellyfish, también Beck) y Jonathan Wilson, quien ha elaborado una notable carrera como productor, especialmente con Father John Misty, y también como ocasional solista. Waronker y Wilson continuaron el vínculo con Waters al salir de gira con el hoy autoerigido fiscal moral del pop occidental y redactor serial de cartas abiertas donde juzga desde la presencia de Radiohead en Israel hasta la de Maroon 5 en el Superbowl.
Lo bueno de todo esto es que Jonathan Wilson, con un nuevo disco bajo el brazo, Rare Birds, aprovechó en noviembre la visita de Waters al país para hacer un show como solista en Bebop. A solas con sus guitarras y el piano, más la ocasional presencia de Gus Seyffert —otro compañero del tour de Waters— en bajo, Wilson, pese a haber hecho mérito para ser sindicado en sus discos solistas y en sus producciones como un continuador de la vibra Laurel Canyon de los primeros setenta, está muy lejos de ser un Neil Young modelo 1971. En cambio, lo suyo funcionaba a la inversa: las lecturas en vivo de canciones de Rare Birds como “Trafalgar Square”, “There’s a Light”, “Sunset Boulevard” o “49 Hairflips” sonaban como los demos del disco.
Esto no es necesariamente una crítica, más allá de que el Wilson performer no tenga el ángel de sus referentes (ni hablar de su amigo Josh Tillman, mejor conocido como Father John Misty, que, es cierto, vino con banda y repertorio ensayado). Lo que pasa es que Rare Birds es una construcción de estudio —donde Wilson sobregraba guitarras y teclados setentistas y a veces hasta el bajo y la batería— que va mucho más allá del ejercicio de estilo El Lay 73.
Hay dos formas de encarar un álbum así: trabajar sobre un momento detenido en un espacio geográfico y temporal o, aun priorizando quizá un anclaje, moverse a las anchas sincrónicamente y extenderse diacrónicamente. Ya al abrir el disco con un break de rototoms de Joey Waronker, parece que vamos a un mid tempo floydeano, pero enseguida “Trafalgar Square” degenera un beat glam a la Gary Glitter. En el segundo tema, “Me”, Wilson hace coexistir en lo que sería una típica balada al piano el sinte de cuerdas Arp (el que usaba Charly García) y el Mellotron (el que García decía usar) con un arreglo para cuerdas propio y un solo de saxo inusualmente pasado por una cámara de eco. La voz y el sinte de “Sunset Boulevard” de a momentos están filtrados por un vocoder, una anomalía temporal con el resto de la orquestación. O, directamente, Wilson rompe el flow con dos temas de ocho minutos que directamente parecen de otro disco, otro artista y otra década, los ochenta: “Over the Midnight”, con su repetición armónica y drones de efectos mántricos, y la megadigresión “Loving You”, donde por momentos toma la melodía de “I’m Stepping Out” de Lennon, pero lo más particular es cómo el invitado Laraaji domina la canción con fraseos vocales directos del África. Cuando ya la capacidad de sorpresa parece testada a fondo, le sigue “Living with Myself”, con el ubicuo Greg Leisz en pedal steel, donde por momentos parece referir a un pop pensante y a la vez radio-friendly como el del último Police.
Aquí no hay presencias que marquen un linaje, como sucedía en su disco anterior, Fanfare (2013), donde aparecían David Crosby y Graham Nash, sino un par de amigos de nombre como Josh Tillman y Lana Del Rey colando algunas voces. Pero el centro de todo es un artista tan seguro de sí mismo en el songwriting como en la producción, sin miedo a jugar al Dr. Frankenstein con su colección de discos… o a promover una sesión de asociación libre con la nuestra.
Jonathan Wilson, Rare Birds, Bella Union, 2018.
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