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“¿Cómo serían nuestras vidas sin el aporte de Manolo?”. La pregunta, formulada por el guitarrista Daniel Homer unos segundos antes de que junto con la pianista Lilian Saba interpretaran “Cueca para Homer”, encontró su respuesta por contraste. En un encuentro espesado por la emoción y aligerado por el encanto de un continuado de músicos que, en mayor o menor medida, se sienten discípulos de la figura convocante, se puso en escena una suerte de genealogía artística iniciada en 1970, cuando el primer disco del Trío Juárez reimpulsó un proceso de renovación iniciado unos años antes por Eduardo Lagos y Waldo de los Ríos. El gran aporte de Manolo fue repensar el piano en la escena del folclore argentino, imaginarlo rítmicamente dúctil y armónicamente prolongado. Enraizado en la música de tradición rural pero alzando la vista al mundo del jazz y de la música académica. “Usted armoniza como un austríaco contemporáneo”, le espetó una vez el pícaro Adolfo Ávalos. “Y usted lo hace como el padre de Vivaldi”, respondió Manolo, siempre listo para la esgrima verbal.
Bajo dirección artística de Lito Vitale —que condujo un sólido grupo de base e interpretó algunas creaciones de Manolo— y con el tremendo empuje de Mora Juárez y Guillo Espel, Tiempo reflejado. Homenaje a Manolo Juárez convirtió la sala Ballena Azul del flamante Centro Cultural Néstor Kirchner en una enorme aula en la que ex alumnos, amigos e influenciados varios hicieron música a partir de composiciones del maestro y algunas piezas clásicas del acervo criollo. El desfile fue imponente, imposible detallarlo aquí. Más de una generación, más de un instrumento, más de una estética. Incluso más de un género (con “Mutaciones” para piano, a cargo de Haydée Schvartz, y “Sagitario” para violín, en los dedos de Elías Gurevich, dijo presente el costado “clásico” de Manolo… o mejor dicho, de Manuel).
Detengámonos unos segundos en “Presencia del diablo” por Diego Schissi, “Tarde de invierno” por Leo Sujatovich y “Mora” por Adrián Iaies, tal vez los momentos más altos. En los tres casos, la libertad para desarrollar, variar o derivar un material tan bien concebido, allí donde una tradición rítmica (“que la empanada no deje de chorrear”) en contacto con la armonía impresionista supo producir nuevos fulgores, emergió como la lección mayor: no repitas (no mucho, al menos), no reprimas nuevas ideas, no creas que ya está todo dicho. Cada uno de los pianistas nombrados mostró su estrategia, su gusto, su rigor para exponer posibilidades sonoras de eso llamado piano.
Obviamente, no era tarea fácil evitar la sequedad artística que suele aquejar las ceremonias de homenajes. Pero se logró evitarla. Con gracia musical, Luis Salinas y Jorge Navarro, cada uno a su tiempo, reivindicaron la intuición por sobre el academicismo (gesto que Juárez aprobó desde su butaca), mientras las duplas Baglietto/Garré y Verónica Condomí/Pablo Fraguela resaltaron el lado más lírico de la obra de Manolo. Un dream team de criollismo modernizado (Marian Farías Gómez, Galo García, Carlos “Negro” Aguirre, Rubén “Mono” Izarrualde, Horacio “Mono” Hurtado y Facundo Guevara) revisitaron la irresistible “Chacarera de un triste” en diálogo con lo que fue, hace mucho, “Contraflor al resto”, aquel notable recital/disco de Manolo, Marian y Chango Farías Gómez, el homenajeado implícito. Hacia el final, el propio Manolo frente a su cuarteto nos deleitó con “La doble” y “La loca”. Su apelación a Andrés Chazarreta como al gran patriarca quizá un poco olvidado de la música argentina reveló su bellísima y en algún sentido insólita manera de poner en valor la tradición: desafiándola.
Tiempo reflejado. Homenaje a Manolo Juárez, dirección artística de Lito Vitale, Centro Cultural Néstor Kirchner, Buenos Aires, 3 de julio de 2015.
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