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“Piano negro, canciones grises y canciones rosas”. Con estas palabras, Pierre Saka define a la cantautora Barbara (Monique Serf) en su libro La grande anthologie de la chanson francaise (Le Livre de Poche, 2001). El antólogo encontró una buena síntesis para describir a quien supo ocupar, junto con Edith Piaf y Juliette Greco, el trono femenino de la trovadoresca gala del siglo XX. Barbara nació en París, en 1930, y allí murió en 1997. En los años cincuenta se ganó la vida como pianista de cabaret (alta escuela para una cancionista popular) y en los sesenta grabó e interpretó en vivo algunas de sus mejores canciones: “Dis, quand reviendras-tu” (su primer gran éxito), “L’aigle noir”, “Au revoir”, “La solitude” y “À Ap Peine”, entre otras. Los franceses la amaron incondicionalmente, y muchos la recuerdan con admiración, pero su obra (un extenso corpus de canciones de perfecta alianza entre música y poesía) es poco conocida fuera de su país. En la Argentina, otrora sensible a las melopeas de Aznavour, Brel y Gainsbourg, a ella sólo la recuerda un puñado de francófilos melómanos, necesariamente francófonos. (María Elena Walsh solía mencionarla; ambas supieron llenar el club Bobino y L’Ecluse de París, si bien en tiempos diferentes).
De origen judío (padre alsaciano, madre ucraniana), Barbara sufrió en su infancia la persecución nazi y otras calamidades más personales. Su sufrimiento, que indudablemente terminó de cimentar la leyenda, parece haber dotado sus interpretaciones de un pathos poderoso, un poco en línea con el de Piaf, si bien con un registro y un timbre de voz diferentes y una modalidad interpretativa más replegada e intimista. Solía explicarse a sí misma en situación de fuga hacia el mundo de las canciones: “En el escenario siempre soy feliz, porque en escena somos alguien diferente”.
Desde luego, el hecho de que fuera autora y compositora al mismo tiempo y que se acompañara ella misma al piano son datos que, por su importancia, trascienden una biografía de contratapa. Las sutiles armonizaciones de sus canciones, que podían incluir breves citas de temas clásicos (el arpegiado de “Dis…” parece extraído del “Claro de luna” de Beethoven) o súbitos cambios de tonalidad (el ascendente de “La solitude”), la sitúan en un lugar un tanto diferente del de otros íconos de la canción francesa. La profunda melancolía de sus letras/poemas, centrados en una subjetividad desamparada y solitaria, equilibrista entre el orgullo y la resignación (en “Au revoir”, por ejemplo, le dice adiós a su amante con una mezcla de tristeza y aceptación), resulta conmovedora en la medida que encuentra en la música de su piano la complicidad propia de los lieder románticos, pero en clave moderna. Clave que, en su caso, era la de una París algo renuente a la influencia anglosajona de los tiempos modernos.
Afortunada y sorpresivamente, las canciones de Barbara han vuelto a la vida en la ciudad más afrancesada de Sudamérica, y merced a una intérprete franco-yugoslava radicada en la Argentina desde hace veinte años. Ella es la mezzosoprano Vera Cirkovic. Un par de años atrás, Vera musicalizó a Baudelaire, Mallarmé y Verlaine en el notable álbum Escombros de un vampiro sideral. Vera viene del canto lírico (su primer trabajo en Buenos Aires fue el desafiante cromatismo de La Valquiria de Wagner) y, mutatis mutandis, se ha corrido a la canción de cabaret y a un repertorio pop algo desplazado de los sitios convencionales. En este, su cuarto disco, con Lito Vitale al piano como única y suficiente compañía —la idea fue acercarse a Barbara respetando la sonoridad, el formato y las texturas originales—, Vera selecciona varias de las canciones que revelaron a la cantautora francesa como creadora exquisita y acaso precursora de voces femeninas de la canción popular contemporánea. Pero esto no es todo. En álbum doble y con traducciones de José María Perazzo, Vera tomó la singular decisión de grabar dos veces cada canción: la primera en castellano (disco 1) y la segunda en francés (disco 2).
Este bilingüismo sucesivo, superador de la típica empresa de publicar en un cuadernillo los temas en ambos idiomas, no sólo facilita la comprensión de esa mitad más uno que, respecto a sus músicas, han sido las letras en las canciones de Barbara, sino también la delectación de las lenguas interpretadas por Cirkovic. Su dicción levemente extranjera del castellano produce un interesante efecto de ciudadanía del mundo, de ida y vuelta entre el aquí y el allá, que, al menos para quienes ya tenemos cierta edad para recordar la presencia fuerte de la chanson en el menú musical de los argentinos de otros tiempos, resulta encantador. Y, en el caso de Barbara, también conmovedor.
Vera Cirkovic (canto) y Lito Vitale (piano, técnica de grabación y mastering), Vera canta Barbara con Lito, disco doble español/francés, edición digital independiente, 2023.
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