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Una entrada en el blog del artista.
Una vez, en una cena, dije que vivimos en la época más falta de creatividad de la historia de nuestro país, pero fue un comentario apresurado. “Creatividad” es una palabra que no uso casi nunca; antes me inclino a utilizar otras como fantasía, sospecha, descubrimiento, subversión o crítica, cuya capacidad acumulada definen en mi opinión el fenómeno. Son esos los requerimientos fundamentales de la sustancia misma de la vida. Son indispensables.
La creatividad es el poder de rechazar el pasado, de cambiar el estado de las cosas y buscar nuevas energías. Simplificando: aparte del uso de la imaginación, y acaso sobre todo, la creatividad consiste en el poder de actuar. Las expectativas de cambio sólo pueden realizarse por medio de nuestros actos; sólo entonces la presunta creatividad echará cimientos nuevos; sólo así será posible desamarrar la civilización.
Pero la nuestra no es una época así; o, dicho de otro modo, vivimos en un mundo apartado de otros que existen en la misma época.
Es cierto. Vivimos en un tiempo que tacha la creatividad y la envenena. Cuando cada eslogan publicitario y hasta el último artículo oficial la incluyen de modo tan formulario, cualquiera se da cuenta de que, al contrario, el nuestro es un tiempo desesperantemente falto de imaginación. La política está alejadísima de los ideales de sociedad humana y los valores universales. No hay en el mundo un partido que se haya cercenado como el nuestro del país en que sobrevive, tan hueco de intuición y capacidad, que ponga tan patéticamente el enriquecimiento de unos pocos por encima del Estado y la nación.
Un país que rechaza la verdad, se niega al cambio y no tiene espíritu de libertad es un país sin esperanzas; la libertad de expresión y comprensión es un derecho vital básico y una piedra angular de la civilización. La libertad de palabra es sólo una parte del espíritu de libertad: es una de las virtudes de la vida, la esencia misma de nuestros derechos naturales.
Durante las últimas décadas China ha sido escenario de una cantidad enorme de luchas diversas, de inacabables, abrumadores movimientos políticos; ha desbordado de persecución inhumana y de muerte. Y frente a esto no habido otra cosa que corrupción incesante de los derechos, desidia, abandono, perfidia moral, falta de conciencia y pérdida de la esperanza. Nada ha cambiado, como si nada hubiera sucedido. En semejante país, con un pueblo así, bajo un sistema que controla la producción de cultura como este, ¿qué podríamos tener que decir sobre la creatividad?
No hay nada más alejado de la cultura del resto del mundo que nuestro Ministerio de Cultura, un aparato burocrático que nunca ha hecho ni una parodia de contribución cultural alguna. La Asociación de Escritores, la Asociación de Artistas, las academias de pintura… Toda esa gente cultiva la reputación individual y vive en el privilegio, alimentándose de los frutos del trabajo ajeno. Encarnan lo mejor de la hipocresía social y el fraude; además de estar culturalmente obsoletos no tienen la menor creatividad, algo de lo que son incapaces de percatarse.
A este respecto el mundo es equivalente; hay un equilibrio casi perfecto. Dejemos que los gobernantes totalitarios, los ricos desalmados, los inconscientes sin volición entregados de por vida a traicionar y profanar empleen sus medios bárbaros para ganar la riqueza y el poder que tanto los excita. Hay algo que no les va a pertenecer nunca, y es la confianza que nace de la sinceridad, la esperanza que viene con la creación o la felicidad que apareja la democracia. Por muy ricos que sean, a despecho de su fineza o su estatus, ni ustedes ni su progenie conocerán nunca esos placeres o esas expectativas.
Lo que sí van a tener son las risitas idiotas de una manada de “amistades” ladinas y codiciosas: todas las pesadillas con dragones que sean capaces de manejar y, un año tras otro, ese micrófono altavoz que es el especial televisivo del Festival de Primavera de Año Nuevo, histéricas, despreciables sonrisas forzadas sin la menor intención decente y celebraciones pomposas, insignificantes hasta el sinsentido.
Porque es simple: este país rechaza la libertad vital y espiritual, niega los hechos y teme el futuro. Un país sin creatividad.
Traducción del inglés de Marcelo Cohen
Imágenes [en la edición impresa]. Ai Weiwei, June 1994 (1994), fotografía en blanco y negro, p. 27; Two Joined Square Tables (2005), mesas de la Dinastía Qing (16441911), p. 28.
Lecturas. Los fragmentos del ensayo de Karen Smith, “Giant Provocateur”, y el post en el blog de Ai Weiwei del 30 de enero de 2008 se han extraído de Ai Weiwei (Nueva York, Phaidon, 2009), que también incluye textos de Hans Ulrich Obrist y Bernard Fibicher.
Ai Weiwei, artista conceptual, fotógrafo, curador, diseñador arquitectónico y prolífico blogger es, probablemente, la figura artística de su país más resonante de la actualidad. Nació en Beijing en 1957 y se crió en un campo de trabajo adonde su padre, un poeta disidente, había sido confinado para su “reeducación”. Weiwei estudió cine en la Academia Cinematográfica de Beijing y fue miembro del colectivo de arte “Estrellas” y del grupo literario “Hoy”, cuyos integrantes sufrirían la represión gubernamental. En 1981 marchó a Estados Unidos, donde estudió en Pensilvania, Berkeley y Nueva York. Desde 1993 vive nuevamente en Beijing. Fue asesor en el diseño del Estadio Nacional, conocido como “Nido de Pájaro”, de cuyo proyecto –realizado por los suizos Herzog y De Meuron– se distanció pronto afirmando que era parte de una “sonrisa fingida de mal gusto”.
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