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Composición mental

ENTREVISTA

 

Nuevas construcciones de Sergio Di Nucci.

 

Según la especificación del remitente, el que me contesta los mensajes de correo electrónico es Bruno Morales, aunque al pie de cada uno de ellos el que firma es “Sergio”. Una duplicidad que se desliza en el instante mismo en que Sergio Di Nucci acepta esta entrevista (la primera después de la revocación del fallo que el año pasado le valió a Bolivia Construcciones el Premio de Novela La Nación-Sudamericana) y que se mantendrá inalterada a lo largo de casi todo el intercambio a distancia, cual réplica de ese juego con la “seudonimia” que en la solapa de su libro dice preferir a la “anonimia colectiva”. Eso, por lo menos, hasta la llegada de su último e-mail, en el que adjunta la entrevista, y en el que con calculada intencionalidad termina diciendo: “Respondí todas tus preguntas, sin excluir ninguna. Un gran abrazo, Bruno”. Tal vez no sea del todo impertinente respetar dicha atribución a las respuestas que siguen.

 

En el artículo que apareció el 3 de junio de 2007 en Página/12, titulado “Nada que ver con otra historia”, decís: “Mucho tiempo me llevó pensar Bolivia Construcciones, novela que narra la vida de dos inmigrantes bolivianos en la villa del Bajo Flores. Mucho más que escribirla”. ¿Reconocés en la novela una impronta más conceptual que literaria “clásica”?

Para evitar las discusiones sobre propiedad, Nada que ver con otra historia no es mi título, sino el de una novela de Griselda Gambaro, publicada en 1972. Lo que mencionás como “artículo” es el “derecho a réplica” –y por ello limitado en extensión y lenguaje– a una nota de La Nación del 8 de febrero donde el jurado del Premio de Novela La Nación-Sudamericana 2006 anunció la revocación de su fallo. Cuando en Radar me pidieron una opinión para una nota sobre Bruno Morales y Federico Andahazi, les di ese texto que La Nación nunca publicó. Pensar Bolivia Construcciones me llevó más tiempo que escribirla porque la frecuentación de los ambientes bolivianos aportó, a lo largo de los años, historias y situaciones con las que fui componiendo in mente la novela antes de redactarla. Al vértigo acumulativo de la observación del Bajo Flores y otros barrios se sumaron lecturas que orientaban los impulsos narrativos, que alentaban segundas y hasta terceras intenciones formales y alegóricas. Articular conceptualmente ese conjunto de elementos disímiles requirió un ejercicio mental que es parte integral –al menos para mí– de la composición literaria. Como en el Génesis, como en las buenas novelas policiales, como en los preceptos de la lógica, se trata de extraer orden del caos. No me disgusta advertir, en esta elección, una de las premisas estéticas, conceptuales, del clasicismo. La imagen del escritor en soledad junto al cesto de papeles colmado de versiones descartadas es posterior. El romanticismo favoreció dos formas de religiosidad aparentemente contradictorias: el culto de la inspiración y de la “escritura” sin razonada deliberación previa, y el culto de la obra maestra, del texto desvinculado de las intenciones que lo guiaron, como si no formaran parte de él. Esta última imagen es todavía hoy la dominante; de lo contrario, no habría tantos escritores que parecen temer menos a una mente que a una página en blanco.

En ese mismo texto explicás por qué recurriste a Nada de Carmen Laforet para escribir Bolivia Construcciones. ¿De qué otros textos (sean estos literarios o no) se apropia la novela? ¿Hay un plan más amplio de apropiación?

“Plan de apropiación” suena a raid delictivo, o a empaque oratorio de dictador latinoamericano. Si te referís a si la novela alude a otros textos, podría decirte que no hay pasaje alguno –en el extremo, oración alguna– sin alusiones. La naturaleza de cada alusión es diversa –las hay literarias, políticas, teológicas–, pero prefiero abstenerme de señalarlas. No creo que el autor deba ser su propio crítico, ni ofrecer visitas guiadas por la obra. Como sea, en todos los casos procuré que no entorpecieran la fluidez de la trama ni tiñeran de erudición libresca escenarios, situaciones y personajes del presente inmediato. Tampoco quise que la detección de esas evocaciones estimulara el lucimiento del mejor alumno o del mejor profesor. Me gustaría pensar que Bolivia Construcciones puede ser leída y disfrutada por lectores de distinta índole. Por decirlo de algún modo, su lector ideal es para mí el lector común, esa entelequia que, según el Dr. Johnson en su elogio (llamémoslo así) de Gray, se abstiene de “las corrupciones de los prejuicios literarios, los refinamientos de la sutileza y los dogmatismos de la erudición”. Aunque el otro lector, corrupto, dogmático, hipócrita, sea mi semejante, mi hermano.

A la vez hablás de un desafío: “una novela de incidencia política que fuese muy literaria”. ¿Es posible ese doble plan?

Me parece que ese desafío no es un estremecimiento nuevo. Desde que existe el género, hay novelas que buscan unir propósitos de reforma o revolución política con programas literarios no menos ambiciosos. Con la Vida del Buscón,Quevedo quiere criticar la corrupción cortesana, restablecer la política de Dios y una monarquía absoluta, moral y pura, al tiempo que desarrolla, a fuerza de laconismos y retruécanos, un arduo programa estético conceptista; en la España del siglo siguiente, Cadalso quiere con las Cartas marruecas derrocar a la monarquía absoluta y divina y reemplazarla por otra moderada e ilustrada, al tiempo que promueve una literatura afrancesada que hace de la ironía y de la abominación del barroquismo un ideal de trabajosa virtud. Los dos autores aspiran a esos dos efectos, político y literario, no sólo dans le texte, sino también como resultado de la publicación y circulación de sus novelas. Por lo demás –espero no engañarme– creo que es más fácil una urna bien labrada que un efecto político duradero: no me hago ilusiones. Boissier comienza su monografía sobre Saint-Simon con la observación de que para el duque representaría una decepción profunda saber que se lo estudia en la Historia de la literatura, pero no en la Historia.

¿Qué opinión te merece el debate que se generó en torno a la novela y cómo evaluás el papel que jugó en él la crítica académica? ¿Qué fue lo que más te molestó de lo que se dijo en tu contra?

Tal como decís, el debate se generó en torno a la novela, y no sobre la novela. Si el premio lo hubiera ganado otro, tal vez yo habría seguido los debates con más interés y participado en ellos. Me acuerdo de un relato de R.V. Cassill, “The Castration of Harry Bluethorn”: el narrador dice que Harry, el protagonista, un semental al que un marido cortó los testículos, habría ido a quejarse a los tribunales, si el semental no hubiera sido él. Que una parte de la crítica académica se interesara en la novela, la defendiera o, menos taxativamente, reconociera la legitimidad literaria de procedimientos empleados para escribirla, fue sin duda tranquilizador, pero eso no implica, necesariamente, un juicio de valor sobre Bolivia Construcciones. Lo mismo vale para quienes impugnaron esos mismos procedimientos.

¿Cuál de todas las intervenciones que se realizaron en el marco del debate te permitió repensar, siquiera parcialmente, tu operación?

Me gustan los índices de las palabras que prefieren los críticos. René Wellek contó que “la expresión objetiva de la realidad objetiva” figura unas 1.037 veces en el primer volumen de la Estética de Lukács; “intervención” y “operación” son palabras clave en casi cada página de Críticas de Jorge Panesi. Un amigo me hizo llegar el libro Las alusiones perdidas de Carlos Monsiváis y un artículo de D.J. Enright sobre pillow-books japoneses: ambos autores deploran una época literal, la nuestra, a la que disgustan los libros que multiplican las alusiones, que se construyen con ellas. Y esto ocurre no sólo en los libros. El desuso de una expresión proverbial como el paulino “camino de Damasco” –“ese símil que nada dice a las nuevas generaciones”, según Monsiváis– no sólo nos priva de un sobreentendido que ha durado siglos, sino que nos expone a variados y novedosos malentendidos. Por lo demás, antes que pensar sobre lo que escribí, prefiero seguir leyendo otras cosas, con un placer que saciará sólo momentáneamente la voracidad, y seguir escribiendo.

El supuesto “escamoteo de la fuente” es lo que las voces críticas han cuestionado con mayor insistencia. ¿Por qué pensás que se ha discutido tanto sobre lo necesario o conveniente que hubiera sido que explicitaras de algún modo el uso que hacés de Nada en tu novela?

A pesar de todas las abjuraciones, nunca ha cedido la fe positivista en la crítica de fuentes. Que significa pensar que si la obra A cita a la obra B,A es derivativa de B: en esta lógica, el antecedente inexorablemente crea al consecuente. En cuanto al resto, desde la primera entrevista, y en los textos que publicó La Nación, me referí a la composición de Bolivia Construcciones en general, y en especial al pasaje en que aludo a Nada: ahí lo caractericé como la “secuencia más larga e impostada de la novela”. En el interior de Bolivia Construcciones, el uso de Nada es explícito, y las señales e indicios de este uso están distribuidos por todo el texto; pero estas indicaciones sólo valen para el lector que conoce Nada, no para otro. Además, la prevención que hubiera generado una indicación explícita habría empañado ese efecto de extrañeza en el lector –y aun en el narrador– que buscaba lograr con la evocación del pasaje de Nada. Bolivia Construcciones puede leerse sin notas ni disclaimers, y tampoco se escribió para el solo placer crítico: no quería ser el libro más difícil del mundo, sino el más fácil.

Si todo estaba pensado de antemano, ¿por qué no hiciste declaraciones más contundentes, después del anuncio de la revocación del fallo, respecto al aspecto conceptual de tu operación?

“No hay que ser haraganes, muchachos –dicen que decía Pablo Rojas Paz–: el verdadero trabajo del escritor empieza después de publicar el libro: hacerse amigo del jurado, escribir sobre ellos, quedar bien con los críticos, etc.” Me parece que la contradicción que señalás dista de ser tal. Un escritor puede meditar largamente lo que escribirá, sin por ello salir después a pregonar una y otra vez lo mucho que meditó.

¿Contemplaste la posibilidad de la acusación de plagio?

Jamás pensé en eso, lo cual acaso revela los severos límites de mi imaginación. Me interesan los festivales de Stewart Home, Luther Blissett, el terrorismo digital, el subvertising, los textual poachers y tantas otras actividades recreativas, de resistencia lúdica a la opresión, de guerrilla comunicativa. Aunque sea en suma decepcionante, creo que Bolivia Construcciones nada tiene que ver con todo ello. Entre las críticas que sí leí sobre Bolivia Construcciones, había una que comparaba la novela con las ocupaciones de tierras de los bolivianos. Es una analogía halagadora, pero demoníaca. Vi en estos días la toma, por migrantes bolivianos, de unas tierras de las que habían sido despojados, un terreno baldío que antes habían cultivado. No era una resistencia lúdica.

Considerando sus efectos, ¿en qué creés que falló tu plan y qué modificarías de él si pudieras volver atrás?

Tu pregunta tiene la particularidad de combinar en una misma frase un razonamiento inductivo –afirmar que hay una “falla” a partir de la cual puede postularse la existencia previa de un “plan”– y un pensamiento mágico. No me gustaría detenerme en fantasías compensatorias cuando puedo dedicarme a placeres menos fugaces, como escribir. En Bolivia Construcciones, el único plan es el de la composición de la novela. Me habría gustado, eso sí, darle mayor movilidad al texto en las sucesivas ediciones, mayor importancia al quechua y al aymara. El libro cambiaría a medida que conociera mejor esas lenguas. Me gustaba, asintóticamente, la idea de Goytisolo, que termina una novela con un texto árabe. La conquista española vino a interrumpir el dominio quechua sobre los aymaras, en un proceso que tuvo una de sus culminaciones –lo narra Bolivia Construcciones– con un presidente y un canciller aymaras en el Palacio Quemado.

El sampleo en música y la reproducción, en arte, de una obra original por otros medios son ejemplos de cómo en estas disciplinas mucha de la producción contemporánea se ampara en una “cultura del uso” que no consiste tanto en fabricar objetos sino en hacer una selección entre los ya existentes para utilizarlos o modificarlos de acuerdo con una serie de intervenciones específicas. ¿Por qué pensás que aún existen reparos para que algo parecido suceda en literatura? Esto te lo pregunto pensando en lo habituales que siguen siendo las causas judiciales por plagio en contra de escritores, y en cómo las ideas de originalidad y plagio en la literatura argentina (de Sarmiento a Piglia, pasando por Macedonio Fernández y Borges) han sido relativizadas hasta el cansancio. ¿Te interesan el arte y la música como modelos en ese sentido? ¿Qué arte actual y qué música te interesan?

Me interesan mucho las artes visuales y la música, me interesan los samplers, plunderphonics, ready-mades. Estoy de acuerdo con tu comparación entre artes, en la medida en que no se dé prioridad a la forma a costa de olvidar la sustancia. Bolivia Construcciones es una novela del presente y como tal debe ser asumida. Es cierto que algunas discusiones sobre literatura quedaron por detrás de las transformaciones propias de la reproductibilidad técnica que forjaron buena parte del arte contemporáneo. También es cierto, como me parece que insinuás, que la busca de una articulación y un equilibrio entre tradiciones literarias y técnicas reproductivas está en el corazón de Bolivia Construcciones. La novela es escéptica sobre los modos de representación y sobre la posibilidad del realismo –aunque no se note, y es mejor así, es una novela laboriosamente alegórica–, pero no duda del imperio de la verosimilitud sobre tantos lectores. Esto no significa que la novela tenga como modelo a otras artes: con la literatura alcanza y sobra. Como excepción, y por fidelidad onomástica, citaré entre los músicos a Bruno Maderna (sí, antes de que lo digan, casi un anagrama de Menard). Compuso una ópera rica en alusiones y disonancias sobre el Satyricon de Petronio –otro libro aludido en Bolivia Construcciones, según advirtió Sebastián Ezcurra–.

¿Qué otra literatura contemporánea con proyectos afines te interesan?

Me gustan las crónicas que aspiran o se resignan a la comicidad, como las de José Joaquín Blanco o Monsiváis, Jaime Bedoya (y las novelas costumbristas, o etnológicas, de su tocayo Bayly), Roberto Merino, Edgardo Rodríguez Juliá; en un pasado muy reciente, las de Jorge Ibargüengoitia y Nelson Rodrigues.

¿Qué opinión tenés del lugar que ocupan los premios literarios en el sistema literario argentino?

Creo que no leí ninguna novela premiada en la Argentina en los últimos tiempos, así que no puedo opinar sobre ellas, a diferencia de tantos que opinaron sobre la mía. Me parece que quienes se ocupan del sistema literario, esa metáfora astronómica, no consideran que las novelas premiadas pertenezcan a esa órbita. O sólo aquellas que premia el Estado.

Más de uno ha planteado el deseo de que la polémica en torno a Bolivia Construcciones fuera una oportunidad para abrir una discusión sobre las concepciones de la literatura en el presente. ¿Entrevés, en este sentido, la posibilidad de algún cambio?

Sería de mi parte más jactancioso que optimista pensar eso. Ojalá que este número de Otra Parte contribuya a todos los mejores cambios.

 

Imágenes [en la edición impresa]. Gabriel Orozco, Dark Wave (2006), vistas de la instalación en White Cube, Londres. Fotos: Stephen White (cortesía Kurimanzutto, México).

Lecturas. El “derecho a réplica” de Bruno Morales a la nota de revocación del fallo del premio La Nación-Sudamericana 2006 fue publicado con el título “Nada que ver con otra historia” en Radar, Página/12, el 3 de junio de 2007. Esta y otras referencias a textos críticos y comentarios polémicos sobre la novela ya aparecen citadas en la p. 7. Lo mismo ocurre con Post producción, de Nicolas Bourriaud. Para un análisis sobre las ideas de originalidad y plagio en la literatura argentina, véase “‘Eclosiona un arte’: Borges conceptual” y “Ricardo Piglia o el arte del desvío”, en Graciela Speranza, Fuera de campo. Literatura y arte argentinos después de Duchamp (Barcelona, Anagrama, 2006).

Sergio Di Nucci (Avellaneda, 1974) trabaja como traductor y periodista. Bolivia Construcciones (Buenos Aires, Sudamericana, 2006) es la primera novela publicada de Bruno Morales y el centro de un tríptico narrativo. La revista paceña Alejandría publicó en abril fragmentos de la continuación, Era Él (título provisorio).

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