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¿Un Anticristo para el fin del mundo?

ENTREVISTA

Ni el 666 marcado en la frente, ni la negrura de los ojos de Atila, ni el bigote de Nietzsche, ni la lira de Nerón. De nacimiento colombiano, de adopción mexicano, de posteridad marciano, lo que Fernando Vallejo tiene es el portento de su prosa, su don pentecostal para la execración y la blasfemia, y un récord que el Libro Guinness todavía no recoge: el de ser el más antirreligioso de los escritores contemporáneos en cualquier lengua. Y puesto que tener fe no es lo mismo que creer en fantasmas, Vallejo pone su artillería verbal al servicio de una empresa de demolición a lo Sansón que abarca no sólo las tres culturas que han propagado a lo largo de los siglos el síndrome monoteísta sino también las mitologías sociales que sostienen las nociones de patria, Estado y familia, e incluso leyes generales que rigen nuestro mundo, como el tiempo o los números, irrumpiendo en los dominios de la física, la matemática y la biología como un elefante desbandado en un bazar.

Frustrada su carrera como cineasta por la censura que sufrieron sus primeras películas en Colombia, Vallejo debutó en la escritura con Logoi (1983), una gramática del lenguaje literario, sacó de sus casillas el género de la biografía con libros sobre tres compatriotas y precursores suyos, los poetas Porfirio Barba Jacob y José Asunción Silva y el filólogo Rufino José Cuervo, compuso ensayos que sofistican sus dotes de polemista en los que se carga a Darwin, Newton, Einstein y otros figurones de la ciencia, ofició de arqueólogo del cristianismo en La puta de Babilonia (2007) y dio a luz uno de los más vibrantes alegatos contra la Iglesia que se hayan escrito, y en 1985 publicó Los días azules, primera de las cinco novelas que componen El río del tiempo, médula de su universo literario. Allí, como el Proust de En busca del tiempo perdido o, de manera más cercana, el noruego Karl Ove Knausgård, la ficción se trama con su experiencia personal, su familia y sus lugares, cincelando la memoria en una compleja estructura hecha de leitmotivs y recurrencias, con un narrador en primera persona al que venimos oyendo desde entonces, en todo lo que Vallejo escribe, la misma voz con su misma tonada antioqueña, en un continuo estilístico y rítmico que resulta hipnóticamente impecable.

En su novela más reciente, La conjura contra Porky (2023), su alter ego suma de entrada un suicidio a las cuatro o cinco muertes sufridas por él en anteriores novelas (una “performance” en la Basílica de Medellín en la que imita el tiro que se pegó en el corazón José Asunción Silva), es partícipe necesario de un plan para asesinar al Porky del título, que no es otro que el presidente de Colombia, y todo en vísperas de que estalle una guerra nuclear que le dará un escenario ideal a esta novela en la que Vallejo extrema su catastrofilia con los ingredientes de siempre: risa, prosa digresiva, tiempo del relato embarullado adrede, anarquía de potencialidades que da la impresión de que la ficción transcurre a veces en universos paralelos, despreocupación por el verosímil, contradicciones, incoherencias, datos falseados, amor por los animales, humanofobia, teofobia, cosmofobia, antinatalismo, extincionismo, nihilismo, odio a la patria, los pobres, los políticos, las embarazadas, discurso antisistema, sátira, humor negro para bestias negras, empezando por el papa

 

Patricio Lenard: Vivimos en un mundo atravesado por una fuerza de destrucción ilimitada. Internet es campo de batalla de una ciberguerra global de la que se sabe muy poco. Con la penetración de la inteligencia artificial en casi todos los órdenes de la vida, una intrusión cibernética en los sistemas de control y mando de las armas nucleares podría desencadenar un desastre mayúsculo. En La conjura contra Porky, usted plantea el escenario de una guerra nuclear de la que no se salvan ni las cucarachas. Especie de ficción hiperbólica, la guerra atómica supone pensar más allá de los límites de la razón y un reto a la representación literaria. Aun cuando sea uno de sus blancos favoritos y redoble en esta novela sus ataques contra él, ¿se equivocaba Einstein cuando dijo: “No sé cómo será la tercera guerra mundial, pero la cuarta será con piedras y palos”?

Fernando Vallejo: Einstein dijo mucha pendejada, como por ejemplo eso de que “Dios no juega a los dados”, como si Dios existiera. Y en caso de existir, ¿qué tiene que ver el Creador del Universo con el juego de dados? Cada día que pasa la humanidad le suma más y más mentiras para arrastrar a su futuro. Nunca entenderemos qué es la luz ni la gravedad, porque no son entendibles. Y materia y energía no son conceptos científicos sino basura ontológica, metafísica, filosofía pantanosa, lo cual es pleonasmo. En cuanto a la razón que mencionas, es otra palabra engañosa. La Revolución Francesa la elevó a un pedestal celestial como una diosa, la Diosa Razón. Podemos prescindir de la palabra “razón” y no sólo no perdemos nada sino que ganamos mucho, como cuando eliminamos el concepto de Dios como creador del Universo. ¿Y qué es el Universo? No sabemos. Ni con los telescopios Hubble y James Webb que tenemos en órbita ni con los muchos que tenemos anclados en tierra, de luz visible, de rayos infrarrojos, o ultravioleta, o rayos X, o rayos gamma estamos aclarando en esencia nada. Ni con la física de partículas, para irnos al otro extremo y pasando de lo inmensamente grande a lo inmensamente pequeño. Por lo demás la Tierra, el único planeta en que sabemos que existe la vida, es el rinconcito más desventurado del monstruoso Cosmos. La vida es una pesadilla de la materia.

PL: En 1983 un oficial del ejército ruso, Stanislav Petrov, vio indicios de que Estados Unidos había disparado armas nucleares contra la Unión Soviética. El tiempo para responder era muy limitado. Él sólo esperó. No se lo dijo a nadie. La URSS, su país, todo lo que era parte de su vida estaba a punto de desaparecer, pero él pensó: Al menos no los mataremos a ellos. En la actualidad, con los sistemas de alerta temprana y la automatización irrefrenable, lo de Petrov difícilmente sería posible. El nuevo modelo de guerra que permite la IA está basado en la revolución de las armas autónomas, con los drones kamikaze como tecnología de punta. En La conjura…, usted imagina un complot para asesinar con drones al presidente de Colombia, y allí aparece también Alexa, la asistente virtual, en una versión paródica de cuán caprichosa puede llegar a ser una entidad como esa. ¿Qué ve en las nuevas tecnologías?

FV: La inteligencia artificial nunca logrará escribir una buena página de literatura porque esta tiene que ser novedosa para empezar y la IA procede basándose en lo que ya está, en el Internet, en Google, en la Wikipedia, y eso es todo erudición y fárrago viejo. Y para continuar, la IA no tiene emociones, ni sentimientos, ni música, que es el alma de la buena literatura: ritmos, sonoridades, evocaciones, resonancias de otros tiempos y otras almas. Una buena frase, una buena de verdad, acaba con la IA, esta no es capaz de escribirla. En cuanto a la guerra nuclear, es la gran solución para acabar con la monstruosidad de la vida, obra de la ciega Evolución que junto con la Muerte son las dos más grandes lacayas de Dios, que en caso de existir este Monstruo fue el que hizo la chambonada de un Universo a su medida, monstruoso, de agujeros negros, estrellas de neutrones, quásares, temperaturas monstruosas, densidades monstruosas, fríos monstruosos, calores monstruosos, tiempos monstruosos, espacios monstruosos…

PL: Se supone que la inteligencia sintética superará a la humana en cuestión de años. Ahora bien, ¿qué nos garantiza que una Súper Inteligencia Artificial no podría desquiciarse o volverse paranoica? Me pregunto si habrá alguna forma de desconectar la Web, qué cables submarinos habría que torpedear…

FV: El que piensa mucho acaba volviéndose paranoico. Hay que evitar tanta inteligencia y pensamiento y ponerse uno a oír boleros y rancheras y corridos y milongas y pasodobles y porros, música vieja olvidada, que ya casi a nadie le dice nada. Y al que hay que desconectar es al planeta. Ha vivido mucho y es muy chiquito. En el Cosmos sale sobrando.

PL: A años luz de la pose narcisista de las literaturas del yo, el egocentrismo de su personaje lo lleva a ubicar a Medellín en “el centro del centro” y a autoconstruirse no sólo como eje del mundo sino también del Universo. Con la fantasmagoría que le permiten sus sucesivas muertes, esa primera persona supera con creces a las multitudes de Whitman. “Yo ya no soy yo, yo ya soy otro: el algoritmo de una supercomputadora”, dice en La conjura… Y al cabo de unas páginas se supera: “Soy el átomo primigenio del Big Bang, en mí concentro toda la materia, tanto la oscura como la bariónica”. Con esa exploración de las potencialidades del punto de vista narrativo, ¿lo que busca es parodiar a Dios poniéndose a su altura?

FV: Dios no existe sin un ser humano que piense en Él. Dios es una falacia, una mentira monstruosa de realidades monstruosas. Y su Hijo Cristo, un pelotudo que se dejó mandar de su Padre a la Tierra a redimir al género humano. ¡Qué cuento estúpido para retardados mentales el de que los judíos se lo colgaron al Padre Eterno y Creador del Mundo de dos palos y lo dejaron morir crucificado! Dos mil millones de cristianos creen hoy en ese cuento inmoral e imbécil. Dios no existe y si existe no tenía por qué mandar a su Hijo a que se lo crucificara un pueblo insignificante, el judío, de un planetoide insignificante en el Cosmos, la Tierra. Los judíos son especialmente malos y circuncidados. Los mahometanos también: circuncidados. Creo. Que se exterminen unos a otros y que acaben con el cristianismo, que yo me encargo de acabar con el budismo, el hinduismo, el sintoísmo, el confucianismo, etcétera. Salgan de las religiones semíticas, acaben con las carnicerías, los mataderos, la ganadería, la industria porcina, la avícola, la caza y la pesca, y déjenme a mí el resto. No puedo cargar con todo el dolor y los problemas del mundo. Estoy muy débil, fisiológica y mentalmente hablando. Lo único que tengo fuerte es el yo. Yo, yo, yo, yo. Diría que soy como Donald Trump, si ese tipejo inmundo no fuera un asqueroso. Yo en cambio soy yo. No soy novelista omnisciente, eso no, soy yo. Un santo, un mártir, un relapso, un blasfemo, una equivocación de Dios.

PL: Por un tercio de las cosas que su personaje dice sobre Alá y Mahoma, un comando de Al Qaeda mató a doce personas en la redacción de la revista francesa Charlie Hebdo por unas caricaturas del profeta. ¿Una imagen vale más que mil palabras?

FV: No. Una palabra vale por mil imágenes: métanme la eternidad o el carnivorismo en una sola imagen a ver si caben.

PL: Si mal no recuerdo, en La puta de Babilonia reivindica el budismo y el hinduismo como credos que respetan a los animales y no tratan de imponer verdades. ¿No hay nada en la práctica religiosa, más allá de las instituciones, que le parezca edificante?

FV: Exceptuando el jainismo de Mahavira, de los tiempos de Buda y quien fundó asilos para animales viejos y enfermos, ninguna religión, ni de Occidente ni de Oriente, ha considerado como prójimos nuestros a los animales y el amor a los animales como guía de la moral. Apolonio de Tiana, de los tiempos de Cristo y mítico como este, sí. Y el filósofo neoplatónico Porfirio, quien escribió un libro del que quedan fragmentos proponiendo el vegetarianismo y contra el carnivorismo. Las religiones sobran, y sus clérigos. Se necesita una moral basada en que los animales también son nuestro prójimo y no sólo los humanos. Nadie tiene obligación de hacer el bien. Todos tenemos la obligación de no hacer el mal, y criar o cazar o pescar a unos pobres animales para comérselos y convertirlos en el más asqueroso de los excrementos, el humano, se me hace una infamia moral.

PL: Se viene hablando bastante de la “ventana de Overton”, un modelo que explica cómo ideas políticas consideradas tabú en una época se vuelven aceptables en otra, y del rol que en ese corrimiento del “sentido común” juega el ascenso de partidos de ultraderecha en distintas partes del mundo. ¿Advierte que el extremismo de muchas de las cosas que dice y escribe se ve resignificado en un contexto como este?

FV: Te contesto diciéndote otra cosa, que es la que a mí me gusta: que Joe Biden es el cogenocida de Benjamín Netanyahu en la destrucción de Gaza con las bombas tontas que le regala y que matan a la diabla llevándose de paso mujeres y niños, lo cual creo que está bien porque acabándose las paridoras y los niños se acaba el sufrimiento humano y todos felices. Biden es un parásito público insaciable y monolingüe como el inmundo Trump; sólo saben un dialecto: el inglés pobre y feo norteamericano. Yo estoy contra la izquierda y contra la derecha. Y contra los del arriba y los de abajo y cuantos se sitúen en el centro.

PL: En 2020 publicó en el diario El Espectador una serie titulada “Crónicas del coronavirus” en la que relativizaba lo mortífero del virus, despotricaba contra el confinamiento y las medidas de cuidado, abogaba por la inmunidad de rebaño y afirmaba que las vacunas no servían para nada. ¿Nota que haya cambiado algo en el mundo después de esa crisis?

FV: Lo único que me importa es que yo vi claro lo que casi todos veían confuso. El coronavirus fue un invento de la prensa internacional que necesitaba noticias renovables para una telenovela continuada de las que usa para llenar su vacío diario esencial, y del terror universal que provocó se aprovecharon las farmacéuticas para vender sus tests inútiles y sus inútiles si no es que nocivas vacunas, y los corruptos gobernantes (o sea todos los del mundo, sin excepción) para mandar por decreto. ¡Claro que yo tenía razón! Pero no defendía mi tesis para beneficiar a la humanidad evitándole un desplome de las economías, quiebras y mayor desempleo. No. Lo hacía por joder. Por llevarle la contraria al obtuso rebaño humano que no tiene remedio ni salvación. No veo la hora de que se acabe la humanidad. ¿Me moriré sin que me toque tan siquiera un mendrugo de la guerra nuclear, el gran banquete? Dios dirá…

PL: En Memorias de un hijueputa, su novela de 2019 en la que el yo encarna a un déspota que llega al poder en Colombia para practicar el genocidio como una de las bellas artes, hay páginas que anticipan de algún modo las teorías conspirativas que se tejieron alrededor del covid 19. Para negar la existencia del vih, el narrador explica que en realidad se trata de un rejunte de enfermedades preexistentes. “Escojan dos o tres de estas y les da sida: la hepatitis, la neumonía, el sarcoma de Kaposi, la candidiasis…”. Tras lo cual concluye: “No hay ningún virus que cause ningún sida”. Si bien el fenómeno abarca desde la negación de la Shoah al terraplanismo, ¿le resulta interesante en términos literarios el discurso negacionista?

FV: La Shoah fue una realidad, no la puedo negar. Pero dejó vivos al papá y a la mamá del futuro genocida Netanyahu. Se quedó corta. Hay que revivirla para perfeccionarla.

PL: Con lo que dice me da pie para traer a colación la discrecionalidad beatificante con que su personaje invoca a “san Adolfo Hitler”. Por ejemplo, después de quejarse por la mezcla de “indios y negros” que hay en Colombia, en un momento clama: “¡Ay san Adolfo Hitler mártir, santo, levántate de las cenizas de tu búnker!”. Con los neonazis votando a sus candidatos para el Parlamento Europeo, ¿se imagina cómo sería un Führer versión siglo XXI?

FV: No me lo necesito imaginar: es Vladímir Putin. O es Bashar al-Assad sin armas atómicas. Como dije antes, no soy de derecha, ni de izquierda, ni de arriba, ni de abajo, ni del centro. Soy antipatriota, antirreligioso y anticarnívoro. ¡Y que, con Hitler o sin Hitler, se vaya el género humano al carajo! El Homo sapiens es la máxima basura de la evolución.

PL: ¿Qué opina de la cultura de la cancelación? ¿No se la han querido aplicar todavía?

FV: No sé qué sea esa cultura. Me suena interesante. ¿Pero no será la del Mossad israelí que me quiere matar con un dron envenenado o un sicario colombiano? No sé, vivo muy desconcertado con todo lo que pasa. Aterrorizado. Me levanto muerto de miedo y me acuesto igual. ¡Qué bellos eran los tiempos idos! “¿Qué se fizo el rey don Juan, los infantes de Aragón qué se fizieron? ¿Qué fue de tanto galán como trujeron?”.

PL: Si es cierto que las naciones son una extensión de la familia biológica, ¿cuánto diría que Colombia se parece a la suya?

FV: Odio la familia, la patria y el género humano y ya pronto me voy a morir, muy viejo pero no tanto como Matusalén. Ochenta y un años no le alcanzan a nadie para aprenderse la Wikipedia.

PL: Usted reza para que Colombia no gane nunca la Copa del Mundo. ¿Qué es lo que más le irrita del fútbol? ¿El efecto patriotero?

FV: No tengo nada en contra del deporte como tal, pero sí como espectáculo. ¿Qué le ven de maravilloso a veintidós adultos infantiles dándole patadas a una pelota y tratándola de meter en una portería de tres palos? El fútbol está remplazando la gran mentira del cristianismo por la portería de un campo de fútbol. Y el fútbol está a un paso de ser mundial, logrando lo que no logró la redención de Cristo que después de dos mil años sólo ha llegado a dos mil millones de los ocho mil que tiene el mundo. ¡Qué fracaso el de esa mentira infame!

PL: Si algo no le falta a Colombia son escritores excomulgados. Bastó que José Asunción Silva se pegara un tiro para que la Iglesia le negara incluso el derecho a un entierro decente. Tras su paso por Roma como diplomático, donde le escamoteó honores al papa León XIII argumentando que no doblaba la rodilla ante nadie, a José María Vargas Vila lo excomulgaron por uno de sus libros. El sacrilegio de unas hostias comulgadas y escupidas en la Basílica de Medellín por un grupo de poetas nadaístas motivó otro caso en 1961. Y usted, ¿para cuándo?

FV: La Iglesia a mí me niega la excomunión. Cree que porque insulto tanto a Dios es porque creo en Él. Y sí, la Iglesia tiene toda la razón, el Creador sí existe: es el Ser Más Malo que puede haber. El Universo le quedó hecho una chambonada. Como lo hizo de carrera en seis días… Y Tiempo no le faltaba… Es la improvisación e indolencia del Eterno.

PL: A pesar de que su personaje lo presenta por ahí como “un compadrito fracasado con ínfulas de poeta”, un “sub Lugones”, usted con Borges tiene varias cosas en común: la presencia de un mismo narrador en toda su obra, la admiración por las paradojas y los escándalos lógicos, el desprecio por el realismo francés y la novela rusa, la enciclopedia, el Quijote, el gusto por la polémica, el arte de la injuria… ¿También cree que la democracia es “un curioso abuso de la estadística”?

FV: No. La democracia es una puta. Se va con el que venga.

PL: ¿Está a favor de la pena de muerte?

FV: Ya el Padre Eterno condenó a toda la humanidad a la pena de muerte. Muy justiciero al menos en eso.

PL: ¿Hay algo que considere tabú?

FV: Dejar una paridora humana viva. “Muerto el perro se acabó la rabia” y muertas las madres se acabó la humanidad.

PL: “Mis falacias son mis únicas verdades”, sentencia el yo en un párrafo donde elogia a los sofistas, pioneros del escepticismo y el relativismo, de los que podríamos aprender no pocas lecciones en tiempos en que la “libertad de expresión” se alimenta de noticias falsas y de políticos adictos a Twitter que saben que cuanto más falsificada es la verdad, más evidente la impostura, tantas más posibilidades tiene de ganar adeptos. ¿O piensa que hablar de “posverdad” no tiene sentido?

FV: No me gusta la palabra posverdad. Ni geopolítica. Ni las fake news. Etcétera. Cada palabra nueva acarrea una nueva forma de mentir. ¿Y aparte de mí quién tiene la verdad? ¿Acaso el New York Times? ¿Acaso el carnívoro argentino don Bergoglio? ¿El homofóbico? Como si este comecarne corriera tanto peligro por lo joven y bonito que está.

PL: Francisco tiene cuenta de X. Podría hablarle por ahí, invitarlo a debatir, espolearlo de a 280 caracteres por vez hasta que le responda o lo bloquee. ¿No se le ocurrió hacer eso?

FV: ¡Claro que se me ocurrió! Cuando fui en 2008 a promover La puta de Babilonia a Buenos Aires, Planeta, que lo editó, me encerró en un hotel día y noche (ahora sí que como una puta) para que atendiera a periodistas que iban entrando y saliendo a mi cuarto a entrevistarme, y a todos les pedía: “Díganle a Bergoglio que tenga un debate conmigo en un seminario, para darle sopa y seco”. “Sopa y seco” es colombianismo, y no me voy a poner a explicar ahora palabras locales. Tal vez ninguno le dijo nada porque no entendieron bien. O tal vez a él le dio miedo de que le diera sopa y seco… Vaya Dios a saber. Entonces Bergoglio no era nadie. Hoy es todo un papa, que se hace llamar Francisco, traicionando a la Compañía de Jesús, de la que él llegó a ser el “papa negro”. Por fidelidad a su mafia se ha debido llamar “Ignacio”. Francisco está viejo, Francisco es feo, Francisco es malo, se me hace el tipo idóneo para su puesto.

PL: No he visto que mencione en ningún lado a su paisano Antonio José Hurtado, el dentista que en 1939 se autoproclamó papa en el pueblo antioqueño de Barbosa con el nombre de Pedro II, se vistió de blanco, acondicionó la silla de su consultorio como trono papal y causó tanto revuelo que la Iglesia de su país lo terminó excomulgando. ¿O acaso pretende convertirse en el primer y único antipapa colombiano de la historia?

FV: Ya lo soy, pero antipapa es poco. Soy el Anticristo con mayúscula. Tú sabes más de Colombia que yo. Nunca había oído hablar de ese paisano mío. Antonio José Hurtado… Desde este instante mismo lo quiero. ¿Sí ves? Todos tenemos precursores. La originalidad absoluta no existe.

PL: Supongo que él ignoraba la profecía de san Malaquías, que anunciaba el fin del mundo para cuando un papa se llamase Pedro. Si uno se guía por el cálculo de este Nostradamus de testa aureolada, el último pontífice debería ser… ¡Bergoglio! Por cierto, el segundo nombre de san Francisco de Asís era Pedro… ¿Usted qué dice? ¿Se acaba o no se acaba con este otro?

FV: ¡Claro que se acaba! Que venga el Juicio Final y que el Eterno se meta conmigo a juzgarme a ver cómo le va en el debate.

PL: Ahórrese la excomunión y la apostasía, maestro, y exija ser reconocido oficialmente por la Iglesia como el Anticristo en persona, redivivo, encarnado, cien por ciento garantizado

FV: “Tú lo has dicho, Pedro”, dice en los Evangelios el Loquito de Arriba. Lo que planteas es lo que quiero. No quiero ser presidente ni papa, se me hace muy poco. A mi patria Colombia, que pese a tener el alma en las patas no es capaz de ganar un Mundial de Fútbol, quiero darle lo máximo: ¡el Anticristo!

18 Jul, 2024
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