Inicio » Edición Impresa » FICCIÓN » En medio del camino de la vida

En medio del camino de la vida

FICCIÓN

 

Eduardo Muslip, Phoenix, Buenos Aires, Malón, 2009, 188 págs.

 

¿Cuándo alguien deja de ser joven? ¿En qué momento descubre que ha dejado de serlo? Eduardo, protagonista y narrador de los cuatro relatos que integran Phoenix, argentino, estudiante de doctorado y profesor de español en una universidad situada en la ciudad que da título al libro, se lo pregunta mientras lleva adelante con desgano sus tareas cotidianas (da una clase, corrige las composiciones de sus estudiantes, va al supermercado) y se distrae evocando escenas de una Buenos Aires tan distante como el mundo que lo rodea.

Todo parece haberse vuelto irreal para el protagonista: ese páramo con aire acondicionado perdido en el desierto de Arizona, su no muy convencida condición de estudiante tardío obligado a enseñar español a jóvenes rubios y altos sin mucho interés por Latinoamérica, los vínculos ocasionales con sus compañeros de estudio y de trabajo. Se borronean los límites entre la ensoñación, el recuerdo y la vivencia, las acciones son apenas un simulacro de sí mismas: “Camino hacia un café que está a unas pocas cuadras alejándose del campus hacia el centro –la idea de cuadras no se aplica, ni tampoco mucho la de centro, pero es más o menos lo que es–, y camino hacia el café como si fuera a un café aunque en realidad voy a seguir trabajando. Tengo las composiciones de mis estudiantes avanzados; en el café me voy a reunir con una compañera que también tiene que trabajar y haremos como que estamos tomando café y charlando mientras corregimos esos textos”. Eduardo se entrega a los deleites de lo imaginario, vive “los sueños como si fueran la vida y la vida con la levedad de los sueños”, aunque conserve siempre una incómoda conciencia del paso del tiempo.

Phoenix es un libro sobre la llegada de la madurez; o mejor, sobre ese estado intermedio en que se encuentra el protagonista ahora que sabe que ya no es joven, “el limbo” en el que puede continuar “revoloteando”, pero del que no hay vuelta atrás, porque los que se atreven a romper los mapas de la infancia (como ocurre en “Air France”, el cuento que cierra el libro) y se adentran en el desierto ya no pueden regresar indemnes. Pero Phoenix es, al mismo tiempo, la confirmación de la madurez narrativa de Eduardo Muslip, quien en su libro anterior, Plaza Irlanda, había comenzado a adentrarse en los recovecos de la memoria en la nouvelle del mismo nombre, mientras los tres cuentos que completaban el volumen continuaban una narrativa hasta entonces dedicada a relatar pequeñas anécdotas, sucesos comunes de jóvenes comunes de Buenos Aires, con un mirada sutilmente extrañada frente a lo cotidiano, en la línea abierta por Felisberto Hernández y continuada por Hebe Uhart.

Muslip parece haber encontrado en la novela corta la forma propicia para ahondar en los vaivenes de un pensamiento evanescente; este género de límites difusos entre el cuento y la novela se presta al despliegue de un mundo narrativo cuya riqueza reside en el intersticio: Eduardo vive en Phoenix pero no deja de recordar Buenos Aires, aunque esos ensueños se confundan con la vida diurna, todo termine mezclándose y ya no podamos saber si estamos en Phoenix o en Monserrat, en los noventa o en el siglo XXI; Eduardo narra sucintamente sus encuentros sexuales con Leandro, o el fracaso de su convivencia con Juan, pero flirtea con la cajera del supermercado, o sufre la indiferencia de una femme fatale latina.

El único cuento corto de Phoenix está allí casi como un recordatorio de búsquedas pasadas, mientras el camino abierto por Plaza Irlanda se afianza y se complejiza con las tres novelas cortas que integran este libro. “Cartas de Maribel”, la primera nouvelle de la trilogía, es la historia de la fascinación que ejerce sobre el narrador su nueva compañera de estudios y de departamento. Maribel es hija de un narco colombiano, ha crecido en Nueva York, es hermosa, egoísta, arbitraria. El narrador la conoce cuando ella, momentáneamente distanciada de su novio Larry, deja la Costa Este y se traslada a Phoenix para cursar el mismo posgrado que él. Maribel puede pasar horas hablando por celular con Larry, despreocupándose absolutamente de su entorno, y de esas conversaciones resultan las decisiones más bruscas, como abandonar sus estudios y regresar a Nueva York por un año, dejando al cuidado de Eduardo, entre otras pertenencias, una vieja carpeta con cartas enviadas por sus amigos presos por tráfico de drogas. De las cartas se deduce que ellos fantasean con un futuro junto a Maribel, una posibilidad que ella no considera en lo más mínimo, aunque no se haya preocupado por hacérselo saber. Eduardo relee las cartas, observa las fotos que las acompañan, se apropia de un deseo que no le está dirigido, pero al que presta un cuidado mucho mayor que el que está dispuesta a brindar su destinataria. Eduardo fantasea con la posibilidad –nunca concretada– de escribir algo a partir de esas cartas, un proyecto digno de Puig (no casualmente el narrador recuerda el final de Boquitas pintadas de Torre Nilsson) en el que se ve a sí mismo “involucrado en esa escena pero no del todo, sólo como un apasionado narrador testigo”, e imagina un mágico equilibrio entre “estar muy presente y alterar sólo mínimamente los cursos de las historias”.

La segunda nouvelle, “Diciembre”, comienza con una escena desoladora. Se acerca fin de año, la universidad está cerrada; Eduardo, aburrido, considera la posibilidad de escribir un e-mail a Nina y Eduardo, a quienes conoció en Buenos Aires antes de irse a Phoenix. Siente que hacerlo sería ridículo; decide ir al supermercado, con el vago propósito de entablar una conversación con la cajera mexicana que suele atenderlo, Selene. La conversación se produce, ella pregunta, observa, y la impresión que este escrutinio le deja no es muy alentadora: Eduardo es latino, tiene casi cuarenta años, aunque vista como de treinta y actúe como de veinte, no está casado ni tiene hijos, todavía está estudiando, compra apenas dos o tres cosas en el supermercado… lleva “muy poca carga” para su edad. Selene tampoco es tan joven, tiene sus propios problemas, no puede perder tiempo en alguien así. Muslip posee una sensibilidad extrema para percibir la violencia velada que subyace en las comunicaciones cotidianas. Hay ciertos matices de la vida que no pueden ser captados en ese tono y con esa sintaxis, parece decirnos, y toda su literatura podría pensarse como un sutil intento por recobrarlos.

Tras la frustrada tentativa con Selene, Eduardo vuelve a recordar a las personas con las que se relacionó durante sus últimos años en Buenos Aires: Juan, su pareja de entonces; Sergio, con quien ambos compartieron el alquiler del departamento; Nina, la novia de Sergio. La intensidad del recuerdo y la nostalgia que provoca no guardan proporción con lo recordado. Tanta ternura en la recuperación de detalles triviales y por completo carentes de consecuencias para la vida del protagonista produce un efecto inquietante. Eduardo se consagra, como un enamorado silencioso, a reconstruir el pasado o a imaginar la vida actual de quienes seguramente no piensan en él o ya lo han olvidado por completo.

Así ocurre en “Paraguay”, el tercer relato, que cuenta la historia de Leandro, un joven paraguayo a quien él conoce en uno de sus regresos a Buenos Aires y con quien, tras compartir sólo una noche, mantiene una comunicación esporádica. Leandro avanza en su relación con Mike, un norteamericano que había conocido un tiempo atrás y que cumple su promesa de conseguirle trabajo en los Estados Unidos para que ambos puedan vivir juntos en una gran casa en Atlanta. A partir de las fotos que le envía por e-mail, el narrador imagina la nueva vida conyugal de Leandro. Pero si los celos actúan como disparador de la pulsión interpretativa, esa búsqueda es abandonada luego sin estridencias por un narrador proustiano pero inconstante.

Una escena del final de “Diciembre” sintetiza el tono de distensión y melancolía imperante en Phoenix. Ocurre tras la crisis de 2001; Sergio y Nina han decidido irse a probar suerte en Londres. Antes de partir, Nina alquila el patio de una casa de Palermo y organiza una feria un sábado a la tarde para vender su ropa. Eduardo se aparta del grupo y observa: “Todos estaban por viajar, y quedarse a vivir en alguna parte; el patio soleado, esa actividad comercial, relacionada con el trabajo pero informal y efímera, transmitían la idea de que esos futuros serían igualmente soleados, relajados, un poco intrascendentes también. Un chico que acababa de ser despedido de un banco usaría la indemnización para visitar a su novio sudafricano, y tal vez quedarse con él; otro esperaría su pasaporte español en Estados Unidos, un tercero consiguió una beca para seguir estudiando geografía en Canadá, otro iba a hacer cualquier cosa en cualquier lugar, decía, tal vez trabajar en hoteles en el Caribe, odiaba el frío. Había una chica mexicana, Rebeca, que Nina había conocido en su viaje a Nueva York y que ahora estaba de paso en Buenos Aires, se iría a Brasil al día siguiente”.

Eduardo habla con Rebeca, le entristece pensar que toda esa gente pronto dispersa por el mundo nunca volverá a reunirse. Ella no comprende su melancolía; muchos de los que están ahí ni siquiera se conocen, ninguno es en verdad su amigo, ¿cómo puede sentirse tristeza por la disolución de lo que nunca existió? La misma pregunta podría hacerse el lector, pero ya está preso en la trama que Muslip ha ido enhebrando morosamente con voces pasadas, presentes, imaginadas y reales.

 

Imágenes [en la edición impresa]. Eduardo Navarro, Elegí (2008), dibujo en lápiz sobre hoja A4.

Lecturas. Eduardo Muslip (Buenos Aires, 1965) ha publicado Hojas de la noche (Buenos Aires, Premio de Novela Juvenil Colihue, 1996), Fondo negro: Los Lugones (Buenos Aires, Solaris, 1997), Examen de residencia (Buenos Aires, Simurg, 2000), La vida perdurable (Buenos Aires, Cencerro, 2004) y Plaza Irlanda (Buenos Aires, El cuenco de plata, 2005).

1 Dic, 2009
  • 0

    La carrera paciente de Lydia Davis

    Graciela Speranza
    1 Mar

     

    Micrometafísica de una literatura inclasificable.

     

     ¿Qué escritor no querría deslizarse por la superficie de las cosas sin dejar de calar hondo, descubrir una...

  • 0

    Responsables del azar

    Darío Steimberg
    1 Mar

     

    Reediciones y nuevas traducciones invitan a (re)leer la obra de Kurt Vonnegut.

     

    Valorar una narración por su argumento no es parecido a explicar...

  • 0

    Los flashes y las manchas que nos hacen humanos

    Jorge Carrión
    1 Mar

     

    Las novelas sin ficción de Emmanuel Carrère.

     

    Todo es –al fin y al cabo– reescritura.

    Emmanuel Carrère (París, 1957) ha confesado que leyó...

  • Send this to friend