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Cristina entre las sombras

IDEAS

 

Varios discursos y presentaciones públicas de la presidenta Fernández de Kirchner entre julio y octubre de 2011.

 

[Un día antes del cierre de este número murió Néstor Kirchner. Como a menudo intuye cualquiera que haga una revista de confección lenta y pulso de larga distancia, el tiempo de la vida no es el tiempo del mundo. La vida, escribió Drummond de Andrade, es gorda, oleosa, mortal, subrepticia y, aunque no habría que ponerse más grave ante la muerte súbita que ante la muerte en general, deseo a Cristina Kirchner que se sobreponga a la falta de su compañero –un hombre a quien mucha gente quiso mucho también–, tanto como para mantener el sesgo personal de su programa. ¿Hace falta agregar que quiero apartarme de la insolencia bruta del periodismo? Néstor Kirchner devolvió ardor al debate de posiciones políticas en una Argentina defraudada. El artículo que sigue abajo no habría sido escrito sin el entusiasmo por la lectura del diario que me sorprendió en 2003 y hoy persiste. Pero tampoco sin el obcecado, irrealizable pero inextinguible deseo de sacar a la política de “la política”; o de trastocar las rancias reglas de su puesta en escena. Es en vano: la mezcla de poesía y política siempre termina con la poesía parasitada, en cursilería u horror; en parte, esta es la trama oculta del espectáculo capitalista. Los diluvios de llanto y la falta de temple que tantas caras conocidas derramaron en la tele los días de luto, y sobre todo la calculada, rápida barbarie de los obituarios de derecha, dan a este artículo no menos vigencia que a buena parte de la historia escrita. Cinco días después del asesinato de Mariano Ferreyra, dos días antes de la muerte de Kirchner, la presidenta Cristina Fernández extendió su campaña por modernizar las comunicaciones inaugurando un espacio personal en You Tube. El día del censo y de la muerte de Kirchner, la censista que vino a mi casa me preguntó cómo me llamaba; Marcelo, le dije. ¿Varón o mujer?, preguntó ella. Este cambio, también impulsado por la presidenta, ya era más extraordinario para la vida. Entre uno y otro cambio discurre lo que sigue:]

 

La noción de la política como teatro ha calado al fin en los periodistas de la tele y los parlamentarios ofuscados que los visitan. Visto que dentro de este entretenido boom de la filosofía prosperan incluso expresiones como construcción del relato, es un momento óptimo para que nosotros nos ocupemos de las caras, y de los cuerpos y los ademanes. Por “nosotros” entiendo el tipo de inconforme que oscila entre la actuación en la polis, en el campo de las realizaciones sociales, y esa conciencia de los versátiles manejos del capitalismo que lleva periódicamente a la negación y el apartamiento. Demócratas anarcoides, sobrinos de Artaud que quisiéramos extraer de la cultura ideas de una fuerza viviente idéntica a la del hambre, algunos apoyamos con denuedo a Cristina Fernández cuando, durante el conflicto con el campo, por poco no desfallece frente a las tropas combinadas del tractor y el republicanismo casto. Claro que si la política es teatro, uno querría ser actor y hasta influir en la dramaturgia. Uno, la verdad, querría que Cristina leyera este artículo; que llamara para retar, como se cuenta que algunos estadistas llaman a los criticones. Pero hay otros que escriben pasajes de la obra en cartel, y desde la butaca uno sólo ve apariencias.

Lo mismo que los demás. En Internet circula una foto de una mujer sin gota de maquillaje, no fea pero sin la menor gracia, que posa junto a Néstor Kirchner y se dice que sería Cristina. Qué estupidez: como si hubiera una Cristina más real que la presidenta fotoshopeada en carne que conocemos; como si lo que aparece pudiera no ser verdadero. Esa foto es una muestra entre miles del odio lascivo que provoca Cristina entre burguesas envidiosas y bufarrones encubiertos. Cristina les resulta siniestra, es decir otra y familiar a la vez. El país es rico en mujeres de clase alta y media bricolageadas, esperpentos con flequillito que ejercen la suficiencia profesional gesticulando con una delicadeza maniática. Pero ninguna es como ella. Hacia mediados de 2009 Cristina estaba acorralada; la acribillaban a insultos y todos comentaban que vivía a pastillas. ¿Y qué? Drogarse como el condenado atleta Ben Johnson no habría servido a miles de aspirantes para correr los cien metros en nueve segundos, ni fumar opio para escribir como Baudelaire. Parecidamente, el papel protagónico femenino que Cristina recobró en pocos meses demanda una energía actoral, una versatilidad mental y una fruición de la política inusuales; sin esas dotes, el deseo de mandar en escena se pudrirá sin consumarse. Entre julio y octubre de este año, por ejemplo, Cristina presentó el informe sobre Papel Prensa, el proyecto de Carta Orgánica del Banco Central, la ley de participación en las ganancias empresariales, el proyecto de ley de medios audiovisuales y vetó la ley del 82 por ciento móvil a las jubilaciones, entre otras cosas, y si con esto no bastara, además acarició niños en varias provincias argentinas y discutió con líderes del mundo. No es sólo que en todos los casos hablara con elocuencia. El odio que provoca Cristina indica que ha dado en ciertas llagas que al establishment le importa negar; y donde más se nota es en el espectáculo. Porque, como la esencia y la quimera del capitalismo es producir, produce también las infracciones a sus normas, y en el espectáculo actual Cristina podría ser un emergente anómalo. Por supuesto, la otra gran cara del momento es Carrió. Si los Kirchner y Carrió refrescan el teatro político es porque recuerdan, un poco, que el gran teatro ha existido siempre para que las represiones cobren vida. Los tres se desbocan, agitan sombras, aullidos recónditos, mientras los demás actores hacen cuadros costumbristas. Pero el personaje de Carrió no es inasible: es esa justiciera malévola y egomaníaca que denigra la deslealtad inmoral de todos menos ella. Carrió, como Néstor Kirchner, está dentro de la tipología de lo taimado que popularizó el arte de masas. Cristina en cambio es supercomún y a la vez difusa, como una profesional moderna que trasplanta a su pragmático brillo de hoy el ardor de su rebeldía pretérita. Es un híbrido total. En los grandes dramas poéticos que trastornan al espectador y lo absorben, las imágenes son una fuerza que empieza en lo sensible y termina prescindiendo de la realidad; en cuanto el actor se lanza a su tarea furiosa (dice Artaud), resistirse a cometer el crimen le es más difícil que al asesino real cometerlo. Los traspiés, los desafueros de Cristina (como reprobar a Sábat o a la “volátil clase media”) la acercarían a una visceralidad rara entre los políticos si no recurriese a tics de patetismo tradicional. La mezcla de emoción normativa y desatino cuaja en un teatro de comedia.

En principio, la pregunta por la cara de Cristina importa tanto como la pregunta por la avidez acumuladora del matrimonio Kirchner. Las dos son de orden ético-cultural, no del gobierno de un país, una diferencia que el institucionalismo trascendental de los republicanos, esa actitud política que atranca toda reforma social efectiva, tiende falazmente a borrar. También Cristina confunde los planos a veces, y esto, mezclar metafísica con política, es lo vulgar o kitsch, no su cara o sus hoteles. La parca intervención facial de Cristina es sólo una iniciativa de recreación de sí modelo siglo XX; da a la atractiva presidenta un aire de reliquia. El complejo neuromuscular de la cara humana tiene un potencial de cinco mil expresiones; las seis o siete a que se limita Cristina son pocas, pero incongruentes. Lo mismo pasa con la expresión verbal, algo que ya nos importa más. ¿Qué es eso de que la sujeción del Parlamento a ciertos monopolios le “da penita”, como dijo el 7 de septiembre en la CGT? ¿Y agradecerle a Obama porque mencionó a las Madres de Plaza de Mayo en un párrafo sobre la libertad? ¿Cómo le dice a la juventud peronista que debe elegir “entre la foto en el diario de mañana o un lugar en la historia”? Y los eslóganes sin respuesta que hace pasar por tweets. A despecho de su lenguaje revolucionario, el kirchnerismo hace socialdemocracia. Los poderes fácticos dan a entender que esto, en parte herencia de Perón, los exaspera, cuando en realidad los exaspera y confunde el paulatino éxito de la actuación. Confundidos como los tiene, Cristina les lima el poder y les arranca pedazos de beneficios. Y si obrar esa confusión es justamente su mérito, también es el quid de nuestros dilemas. He aquí el tipo de guiso argumental en que ha desembocado el espectáculo contemporáneo. Ah, presidenta, por qué nunca escuchó la palabra descompuesta de Leónidas Lamborghini, que era peronista. No: en su retórica conviven una encíclica de Carta Abierta, un anatema de Feinman, más Laclau, Jauretche, Cook, una pizca de management, Aldo Ferrer, Serrat, una candidez a lo Florencia Peña. Sobre esta banda sonora, en las facciones empastadas, en los ojos de Alice Cooper y la elegante nariz de aletas flamígeras, hay una vibración de clases de catecismo y de valor de muchacha sublevada contra la injusticia, como en los pómulos de durazno o los labios enguatados puede haber un venero de información técnica rigurosa, una lubricidad de empresaria dura o un mohín de muñeca al estilo de su partidaria Andrea del Boca. Entonces comprendemos que no sólo disfruta de estar en escena, sino también del poder de realización que obtiene de una actuación lograda. También comprendemos que no desea otro texto, con más alcance. Ha encontrado una efectividad en su papel. Y el hecho de que haya recuperado aceptación corrobora, cuando empezábamos a olvidarlo, que en el consumo de la imagen se unifica lo que el capitalismo separa (como el vestido de Gabanna y la remera de La Salada). En el consumo de la imagen un ministro de Economía puede aparecer fortuitamente abrazado con el presunto asesino de un militante de izquierda en el facebook del presunto asesino. No hay comunicación pública fuera de los paneles del espectáculo; nada lo ha probado mejor que la coincidencia de Cristina y Clarín en el regodeo emocional con que exaltaron y al cabo demolieron el clímax literario argentino en Fráncfort (“Fortísimo, indescriptible”, dijo un tweet de la presidenta, rato después de explicar el sentido argento del laberinto). Lo único que hay aún fuera del espectáculo es el eterno subversivo, el rumor de una vida plena, inacallable pero de suerte incierta, y acaso parte de los jóvenes con que Cristina negocia, y a los cuales atrae, aunque en base a sentencias monumentales.

Cristina negó que se haya hecho cirugías; y ahora lleva esa negación en la cara, como oprimida por las intervenciones que despuntan. Cuando se cubre el pelo con una boina parisina, la risa coqueta desborda de relleno. Le queda mejor el pelo suelto. Y si lo llevara más corto y sin flequillo evitaría sobárselo sin parar con esa uñas transilvanas mientras cuenta el calvario de la familia Graiver y nos invita a cargar contra el sadismo ruin de los consorcios de prensa. No declame, Cristina, que le basta con la leve lija sensual de esa voz agradable. No se acomode el volumen del pelo cuando Obama acaba de estrujarla en un abrazo de iguales. ¡Pare de volverse a un lado y otro desde el estrado, que cada cortesía comercial desmiente la intensidad del nudo histórico! Tal vez, piensa uno, todo sea un biombo que pone para frenar la inútil curiosidad que tenemos por su apariencia en la medialuz del dormitorio, por sus reflexiones sin maquillaje sobre la jornada, el tono de la charla con su marido, el momento de la respiración queda, y también por el despertar y los trabajosos preparativos del cuerpo para el nuevo día; porque el espectáculo es así, espolea la mente. Tal vez refaccionarse la cara responda a la exigencia de aptitud, de fitness, la misma que empuja a la gente al gimnasio y se hace cada vez más implacable desde que la eugenesia, ciencia del mejoramiento de la criatura humana, ha hecho carrera en la cría selectiva, el quirófano y el laboratorio. La aptitud que se procura Cristina (desde la dieta hasta el ejercicio de la facundia) es la que ella cree que necesita para un liderazgo reformador. Le da una apariencia muy polivalente. Tanto que uno se pregunta a qué futuro se va con una apariencia como esa, si Cristina puede decirnos exactamente qué obra está interpretando, disipar el temor de que aspire sobre todo a ser protagonista legendaria de las performances del Bicentenario. Y, dado que los voceros del proyecto hablan de un enfrentamiento entre percepciones y sentimientos del mundo, qué visión representa ese personaje.

Pero Cristina ha desechado las cuestiones de intensidad de vida en favor de la subsistencia y una mínima satisfacción de los argentinos desposeídos, y de la convivencia. Para ella la convivencia de colectivos opuestos sólo es posible si la fricción no se oculta. No cree que la política sea una vidriera del diseño consensual; es el lugar donde las guerras de aspiraciones se canalizan en discusiones, moderadas por reglas y votaciones, y desde donde cada conflicto explayado modifica, elastiza y amplía la democracia. De estas ideas, que directamente o no le vienen de Chantal Mouffe y Ernesto Laclau, surgen el fervor y la decisión con que recuperó iniciativa y dinero para el Estado y avanzó en la protección y la distribución, no sin entablar alianzas dudosas, justo cuando algunas corporaciones y los teorrepublicanos la hacían tambalear. Puede que su grave mirada gótica y los vestidos amerengados sean artillería defensiva contra enemigos muy fuertes y un periodismo bruto e inescrupuloso. Puede. En un elogio de los mil días de gobierno, el marmóreo Ricardo Forster dijo que develar el origen del negociado sobre Papel Prensa implicó “avanzar en el hueso más duro de roer, el de los lenguajes portadores de sentido común y galvanizadores de aquello que se llama opinión pública”. Bueno… El freno al eje ClarínLa Nación, que democratiza el acceso al papel, es un acontecimiento. Divide la posesión de un sentido común que la derecha quiere todo para sí. Lo que ni Forster ni Cristina se conceden, y acaso niegan tanto que ya lo ignoran, es que hay un sentido común especial de izquierda y hasta populista. Los tópicos están muy bien distribuidos entre todas las facciones del sentido común. En eso precisamente se sustenta la democracia concentracionaria, en la mecánica de las oposiciones completas; pero uno quisiera que Cristina aprovechase su presencia en escena para trastornar la historia. Quisiera que influyese realmente en los deseos y los sueños. No va a suceder. No. Y seguir desde la butaca un conflicto sembrado de chicanas es tan cansador como decepcionante, mientras el drama denso sigue quedando insinuado. Claro que mucho más cansa que los institucionalistas trascendentales moralicen la política, y la transformen en un enfrentamiento entre el bien y el mal que, si sigue el argumento, con el tiempo debería culminar en la aniquilación de los malos. Eso nos harta: que hagan culebrón mítico. Conocemos de sobra esos dramas en que cinco hipócritas fingen entenderse en todo y terminan matándose. A esos, Cristina y Néstor los forzaron a exhibir sus pasiones bajas y su compulsión a repetir la ineficiencia. Les contestaron con realizaciones sociales. Pero Cristina tampoco es una heroína amoral. Indignada, tronante, engañosa y susceptible, tiene una política de conquistas influyentes, pero se aviene a sostenerla mediante la acumulación (de divisas, de porcentajes) y la catastrófica idea de país como crecimiento colectivo. La acumulación de bienes materiales es sólo un pasaje porno del equívoco drama burgués que interpretan con entusiasmo todas las clases de la espiritualidad argentina: queremos crecer. Es esa mística supersticiosa, no una perfidia reaccionaria, lo que movió a la presidenta a enfrentarse al asesinato de Mariano Ferreyra disparando que hacía rato que algunos “buscaban un muerto” (un obstáculo realmente grueso) para desequilibrar al gobierno, cuando habría podido asegurar con calma, sobriedad y firmeza que iba a comprometerse a desarticular la monstruosa componenda politicastro-policial-sindical aunque le costara el pellejo. Es que pellejo y crecimiento son metáforas de distintos tipos de frase.

Gobiernos de todo el mundo le ruegan al ciudadano que consuma para avivar la economía; festejan el aumento de la producción de coches. Mientras, el empleo para todos, el trabajo que antes daba vida, es una alucinación psicótica. Nadie sabe cómo hacer frente al hambre, las masacres, la desmesura de las villas miseria, la multitud de graduados sin empleo, la podredumbre del agua, una fuga de petróleo, la reincidencia de los especuladores financieros, la perversidad del consumidor malcriado. Somos una enfermedad muy grave. Necesitamos sumar muchos voluntarios con tiempo, espacio y cuerpo en condiciones para pensar qué hacer. Pero la derecha es recalcitrante e invasora. Miente en todos lados. Deporta inmigrantes. Un millonario estadounidense compara las leyes limitadoras para gerentes de fondos de inversión con la invasión nazi a Polonia. Carrió invoca a Foucault para aducir que el gobierno argentino es una dictadura. Biolcatti dice que los terratenientes están perseguidos. Difunden que los censistas pueden ser atracadores, y que los hijos de matrimonios gays pueden salir psicóticos. Entretanto Cristina estatiza los fondos jubilatorios. Propone el reparto de ganancias de empresa. Le recuerda a la derecha que en ciertas condiciones vivir puede no ser posible ni valioso. En inestable pose de soberana, pisa varios rabos a su paso. En la cara no le asoma una disculpa. Se ufana de estar maquillada como una puerta. Se abre, con una sonrisita modosa, como para sorber algo del tiempo, la salud, el espacio que la derecha acapara y estropea. Suelta un tweet (desde el gallinero televisivo contestan con cacareos). Después se cierra. Una vez más parece que uno se ha quedado afuera.

 

Imágenes [en la edición impresa]. Marina Abramovic, The Artist Is Present, MoMA, Nueva York, 2010.

Lecturas. Las citas de Antonin Artaud se tomaron de El teatro y su doble (Buenos Aires, Sudamericana, 1964). La foto de la presunta Cristina Fernández sin maquillaje se encuentra en paparazzismo.blogspot.com. El artículo de Ricardo Forster se publicó el 6 de septiembre de este año en Tiempo Argentino. Los textos completos de los discursos, en el sitio de la Presidencia de la Nación Argentina.

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