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La traducción al castellano de Ferdydurke es un mito porteño. Si la literatura de Gombrowicz, como antes la de Arlt y luego las de Copi y Puig, convierte el “mal escribir” en un gran estilo literario, ¿por qué no considerar la “mala traducción” de Virgilio Piñera y sus amigos como la mejor traducción de la historia argentina? Este ensayo recrea rigurosamente el clima cultural en que se llevó a cabo esa empresa e invita a pensar la traducción como una performance, un pequeño delirio colectivo, antes que como un mecanismo de relojería privado.
I. Son muchos los que coinciden en que Gombrowicz conocía Ferdydurke absolutamente de Hace apenas unas horas, Juan Carlos Gómez (más conocido en los círculos gombrowiczianos por su apodo, Goma) volvió a narrarme minuciosamente la portentosa escena: el polaco ofrecía a su nuevo interlocutor (fuera quien fuese) la edición argentina de su novela y le exigía que buscase y optase por tres palabras cualesquiera, pero siempre consecutivas; el desafío, curiosamente, era para él mismo: se obligaba a responder con exactitud la página en cuestión, ahí donde el desafiado subrayaba su arbitrio. Parece ser que lo hacía por dinero y casi nunca se equivocaba. Por ejemplo, alguien le leía: “empero los muslos” y Gombrowicz le respondía de inmediato: “página 151”.
Pero hay que precisar el prodigio: sólo sabía hacerlo con la famosa y monstruosa versión, la del colectivo de traducción presidido y vicepresidido por Virgilio Piñera y Humberto Rodríguez Tomeu.
Gombrowicz reincidió en la autotraducción de sus textos: así, algo más de un año después de la publicación local de Ferdydurke, la porteña editorial EAM editó, en 1948, El casamiento, en adaptación suya junto a Alejandro Russovich. Y es más: cuando por fin consiguió firmar contrato para que Ferdydurke se imprimiera en Francia, volvió a ser el responsable de la traducción (aunque la firmó con el seudónimo de Brone), asistido por Roland Martin, periodista galo afincado en la Argentina. Pero con ninguna de las citadas, para referirme únicamente a algunas, la memoria lo asistía de manera tan precisa y extendida.
Como los personajes de Fahrenheit 451 de Ray Bradbury, Gombrowicz recordaba la posición de cada una de las palabras de su novela, pero ¿por qué precisamente de esa traducción, la más tremenda de todas, la más anómala y desquiciante? Si la memoria puede definirse, como lo quería Octavio Paz, al modo de un presente continuo, Gombrowicz convivía sempiternamente con este ejercicio desorbitado.
Por supuesto sabemos que no se trata de una verdadera traducción, sino más exactamente de una reescritura pluralizada. Y en todos los casos, el origen del fenómeno conduce a Adolfo de Obieta (máxima caldera de toda esta saga).
II. Tracemos una pequeña prehistoria de Gombrowicz como traductor al español. Luego de llegar a Buenos Aires el 21 de agosto de 1939 en el paquebote Chrobry, episodio que fue construyendo a lo largo de sucesivos relatos que comprenden desde las minuciosas páginas de su Diario hasta la ficcionalización de su novela Transatlántico, pero cuya primera versión aparece en el prólogo porteño de Ferdydurke sobre el que volveremos más adelante, Gombrowicz entró mes a mes en contacto con escritores locales que lo recomendaron a distintas publicaciones. A poco de desembarcar, Jeremi Stempowski le presentó a Manuel Gálvez, quien lo recomendó al diario La Nación, que fue sistemáticamente rechazando sus textos hasta fines de abril de 1944, cuando su director literario, Eduardo Mallea, publicó por fin “El arte y el aburrimiento”, uno de los primeros artículos que firmara sin seudónimo. También lo presentó a la revista El Hogar, donde en 1941 debutó como Alejandro Ianka, con una nota titulada “Un romance en Venecia”. Pero donde más publicó en sus dos primeros años de estadía (doce artículos también firmados como Ianka) fue en la revista Aquí está, trabajo conseguido por Arturo Capdevila, cuya hija Chinchina lo contrató para que realizara una serie de conferencias en su casa, destinadas a sus amigos francófonos, ya que Gombrowicz aún no comprendía prácticamente nada de castellano. A principios de 1940, un escritor católico de influencia kafkiana llamado Lafleur le presentó a Roger Plá –quien por esos días lo llevó a conocer, a su vez, a Antonio Berni–, y con este heterogéneo trío (Gálvez-Capdevila-Plá) Gombrowicz improvisó su primer comité de asesoramiento del castellano, aunque con quien tradujo sus textos fue, invariablemente, con Roger Plá. Gombrowicz escribía sus notas en francés y luego las iba adaptando, obedeciendo y desoyendo las sugerencias de Plá, metodología en la que se fue perfeccionando a un ritmo Por entonces casi no publicaba en la prensa polaca en la Argentina y frecuentaba asiduamente a Carlos Mastronardi y Adolfo de Obieta, quienes sin duda fueron, en esos días muy tempranos de la década del cuarenta, sus más intensos interlocutores.
III. La traducción argentina de Ferdydurke conoce dos etapas, dos capítulos distintos y dos sistemáticas En 1943, después de vivir seis meses en Morón con su amigo el periodista polaco Taworski en condiciones por completo precarias, Gombrowicz vuelve a instalarse en pequeñas pensiones de la Avenida de Mayo y de Bartolomé Mitre. En setiembre, aparece el primer número de Papeles de Buenos Aires, con textos de Ramón Gómez de la Serna y Jules Supervielle, entre otros, y los hermanos Jorge y Adolfo de Obieta, que firmaban con distintos nombres o ni siquiera lo hacían. Es entonces que este último lo incentiva a traducir el doceavo capítulo de su primera novela: “Filidor forrado de niño” (“Filimor” en su versión definitiva). Gombrowicz producirá una suerte de palimpsesto en francés y castellano, una total reescritura del texto, que modificará varias veces de acuerdo con distintas conversaciones con un nuevo comité, esta vez integrado por Coldaroli, Jorge Calvetti y Obieta, entre otros. Intentan conseguir un diccionario polaco-español/español-polaco, pero no tienen noticias de que exista. La curiosa versión se publicó en el número 3 de la revista, aparecido en abril de 1944, ilustrado por Violeta Pouchkine. Dos meses antes Gombrowicz se había mudado a una pieza en Venezuela 615, donde viviría hasta su regreso a Europa, en 1963. La publicación de “Filidor” en Papeles de Buenos Aires, esta primera experiencia colectiva de traducción, lo estimula a continuar con todo el libro, pensando esta actividad incluso como productora de ingresos para solventar su nuevo alquiler y manutención personal. Obieta comentará en 1978: “Encontré hace un tiempo una carta fechada en 1945, en la cual propuse a un grupo de amigos un modo de financiar esta traducción. Una forma de asegurar su subsistencia, de manera que, durante cuatro o cinco meses, Gombrowicz pudiera vivir trabajando exclusivamente en la traducción. En vez de pasar un anuncio buscando un mecenas, nosotros tuvimos la idea de encontrar doce amigos de buena voluntad cuya contribución sería de 100 pesos cada uno, que nos permitirían recaudar 1.200 pesos, o sea una subvención de 300 pesos por mes. Por supuesto, este adelanto de 100 pesos sería reembolsado cuando consiguiera cobrar los derechos de autor. Era una suerte de Fondo Nacional de las Artes avant la lettre. Pero sucedió entonces, como en otros momentos difíciles, que la solución vino de parte de Cecilia Benedit de Debenedetti, a quien Gombrowicz dedica la edición argentina de Ferdydurke”. Gombrowicz había conocido a Cecilia Benedit en 1941, casi al mismo tiempo que a Paulino Frydman, director del club de ajedrez del Rex (avenida Corrientes 837). En los últimos días de 1945, el mismo equipo que había participado en la versión de “Filidor” retoma la tarea.
IV. “[…] Me dediqué entonces al trabajo, que se efectuaba así: primero traducía como podía del polaco al español y después llevaba el texto al Café Rex donde mis amigos argentinos repasaban conmigo frase por frase, en busca de las palabras apropiadas, luchando con las deformaciones, locuras, excentricidades de mi idioma. Dura labor que comencé sin entusiasmo, solamente para sobrevivir durante los meses próximos; mis ayudantes americanos también lo encaraban con resignación, como un favor que había que hacer a una víctima de Pero cuando teníamos traducidas algunas páginas, Ferdydurke, libro ya muerto para mí, que yacía sobre la mesa como cualquier otro objeto, empezó de repente a dar signos de vida… y percibí en los rostros de los traductores un interés creciente. ¡Más tarde, ya con evidente curiosidad, comenzaron a penetrar en el texto!” La transcripción pertenece a un fragmento de los Diarios. Gombrowicz confunde fechas: afirma haber pedido a Cecilia Benedit la financiación en la segunda mitad de 1946, cuando esto en verdad sucedió hacia octubre o noviembre del año anterior. Pero la traducción entraría en su fase definitiva a fines de febrero de 1946, poco después de la llegada al país de Virgilio Piñera. En un artículo que Piñera publicó en Cuadernos nº 45 (París, 1960), titulado “Ma première rencontre avec Gombrowicz”, recuerda que fue Adolfo de Obieta quien los presentó en el Rex, don de el polaco jugaba diariamente al ajedrez. Lo primero que hizo Gombrowicz fue narrarle su viaje a la Argentina (“chef-d’oeuvre de conversation gombrowiczienne”, según expresión del cubano). En ese momento el colectivo de traductores, al que se había sumado el pintor Luis Centurión (a quien Gombrowicz había bautizado “El hijo de la Pampa”), tenía más o menos lista la versión de tres capítulos de la novela. “Me sumé al grupo y, como disponía de todo mi tiempo para Ferdydurke, Gombrowicz me nombró presidente del Comité de traducción”, recordará Piñera que, junto con Obieta, lograría publicar la adaptación de “Filidor” –ya aparecida en Papeles de Buenos Aires– en la revista Orígenes, editada en La Habana por Lezama Lima y Rodríguez Feo, en el número 11 aparecido en otoño de ese año e ilustrado por Diago. Al mismo tiempo que Gombrowicz conoce a Alejandro Russovich (en abril), intenta publicar algún otro de los capítulos traducidos en la revista Sur, con Ernesto Sabato como intermediario. Este último le comunica: “La traducción es, según la opinión de Raimundo Lida, francamente pésima y deberían rehacerla entera”. Sabato se convirtió, desde entonces, en uno de los más feroces críticos de la experiencia. Piñera recuerda, en el artículo antes citado, que luego de la lectura de un fragmento del texto, Sabato realizó muchas objeciones con respecto a algunas frases, que incluso defendidas por Piñera le resultaban inaceptables, como, por ejemplo, la utilización de la palabra carro en vez de coche. “No comprendo, Piñera, cómo pueden existir tales divergencias entre dos buenos estilistas como Ernesto y usted. Usted es el Presidente y el Juez Supremo, pero ¿no debería discutir la gravedad de tales objeciones?¿No debería discutirlas con Martínez Estrada, por ejemplo, o Borges, o Gómez de la Serna, u otro buen estilista?”, increpaba Gombrowicz, aconsejándole escuchar más críticas para fortalecer la tarea, para concluir: “Por Dios, no es que quiera recular y tampoco le aconsejo hacerlo, y si la traducción suena bien poco me importan los tristes puristas. Pero usted sabe que la batalla será dura y es preciso conocer la posición del enemigo, sin contar que pueden tener razón sobre tal o cual detalle, ya que tienen la oreja plus fraîche”. Capdevila, asistente de primera hora en las traducciones gombrowiczianas, toma partido por los reproches de Sabato y Lida. Piñera, reconociendo lo preciso de muchas de las críticas, decide continuar y profundizar el proceso de reescritura de Ferdydurke. En mayo, llega al país desde La Habana Humberto Rodríguez Tomeu y se convierte de inmediato en Vicepresidente del Comité de traducción (con los años se radicará, junto con su hermana Julia, definitivamente en Buenos Aires). Comienza entonces una segunda etapa, otra modalidad de trabajo para este Comité.
V. Mucho después, Rodríguez Tomeu recordará las dificultades que presentaba trabajar en el Rex: el ruido ensordecedor de los billares, las mesas ocupadas por los jugadores de Con Piñera decidieron trabajar con más seriedad en la casa que Frydman les consiguió muy cerca de ahí, en la avenida Corrientes 758. Todos los días, a las cinco en punto, se les sumaba Gombrowicz y se “sometían a un bosquejo de traducción en español macarrónico” (Rodríguez Tomeu dixit). Gombrowicz, por entonces, conocía bastante más de español, que hablaba fluidamente con un acento muy penetrante. “Discutíamos cada frase en todos sus aspectos: las opciones para cada palabra, sus eufonías, sus cadencias y ritmos –Rodríguez Tomeu dixit, nuevamente– inventábamos también nuevas palabras para encontrar el equivalente de palabras polacas. Recuerdo que discutimos durante tres horas la expresión ‘matungos de tiro’. Era muy tormentoso. Piñera tenía un carácter muy fuerte. Witoldo quería imponer sus puntos de vista a Virgilio, que resistía. Pero Piñera seguía fielmente la traducción atravesada de disputas que podían durar más de diez días. Creía verdaderamente en Ferdydurke.”
Cuando el trío (Gombrowicz-Piñera-Rodríguez Tomeu), al que se le sumaban habitualmente Adolfo de Obieta y Luis Centurión, concluía cada primera versión, se reunía con el resto del Comité, que siempre resultó oscilante. En esa etapa, lo hacían o bien en el Rex o en el domicilio provisorio de los cubanos. Paralelamente a la traducción, Gombrowicz, en agosto, comenzó la escritura de El casamiento. Para entonces, Ferdydurke estaba prácticamente traducido, pero no conseguían editor. Intentaron publicar extractos en revistas como Anales de Buenos Aires, Realidad o Qué, sin suerte: Gombrowicz era un desconocido para el ambiente literario dominante, y la traducción de su novela resultaba demasiado extraña. Finalmente, a principios de noviembre Piñera lleva el original a una editorial recién fundada, Argos, dirigida por José Luis Romero, Jorge Romero Brest y Luis Baudizzone, quien, para sorpresa de todos, se entusiasma con la propuesta y acepta que forme parte de su incipiente catálogo. Se distribuirá, finalmente, en abril de 1947. Obieta resumirá, años más tarde: “La traducción de Ferdydurke es una de las más curiosas y divertidas que conozco, trasladando del polaco al español el libro de un polaco que sabía apenas español, asistido de cinco o seis latinoamericanos que sabíamos apenas dos palabras de polaco. Y todo, en las mesas de un café y en un ambiente digno del absurdo ferdydurkiano”. En esta última frase devela, casi al pasar, el intríngulis de la experiencia: el Comité de traducción no fue otra cosa que un dispositivo de ferdydurkización alimentado por un grupo heterogéneo de acólitos que, progresivamente y en sincronía con el proyecto, terminaron por ferdydurkizarse. Esta tarea de reescritura fue, sin duda, de tal intensidad, tan irrepetible e ingobernable, tan única, que el mismo Gombrowicz decidió no volver a repetirla. En diciembre de 1947, Piñera y Rodríguez Tomeu regresaron a Cuba. En la primavera de 1948, Adolfo de Obieta publicó, en el número 17 de Orígenes, un imprescindible ensayo sobre Ferdydurke, en el que resalta la importancia capital de la solapa que Piñera escribió para la edición de Argos.
VI. “Bajo la presidencia de Virgilio Piñera, distinguido representante de las letras de la lejana Cuba, de visita en este país, se formó el comité de traducción compuesto por el poeta y pintor Luis Centurión, el escritor Adolfo de Obieta, director de la revista literaria Papeles de Buenos Aires y Humberto Rodríguez Tomeu, otro hijo intelectual de la lejana Cuba. Delan te de todos esos caballeros y gauchos me inclino Pero, además, colaboraron en la traducción con todo empeño y sacrificio tantos representantes de diversos países y de diversas provincias, ciudades y barrios, que de pensar en ello no puedo defenderme contra un adarme de legítimo orgullo. Colaboraron: Jorge Calvetti, Manuel Claps, Carlos Coldaroli, Adán Hoszowski, Gustavo Kotkowski y Pablo Manen (pacientes pescadores del verbo), Mauricio Ossorio, Eduardo Paciorkowski, Ernesto J. Plunkett y Luis Rocha (aquí se juntan Brasil, Polonia, Inglaterra y la Argentina), Alejandro Russovich, Carlos Sandelin, Juan Seddon (obstinados buscadores del giro adecuado), José Taurel, Luis Tello y José Patricio Villafuerte (eficaces e intuitivos).”Todo este “ejército de ferdydurkistas”, cuya lista Gombrowicz apuntó para el prólogo original, más otros allegados y curiosos, logró que se publicaran siete reseñas en la prensa local, entre mayo y noviembre de 1947: Coldaroli en Anales de Buenos Aires, Piñera en Realidad, Plá en Expresión, y otros, con o sin firma, en La Razón, Qué sucedió en siete días, La Nación y Savia. Sin embargo, el libro se vendió muy poco y no mucho tiempo después alimentó las mesas de saldos de las librerías céntricas. Pero la suerte ya estaba echada: en uno de los episodios de Gombrowicz, l’Argentine et Moi (1998), filme de Alberto Yaccelini, Jorge Di Paola Levín, palmario ferdydurkista (Dipi u Osio en los Diarios del polaco), comenta que fue precisamente por una adquisición del bibliotecario de Tandil, quien habitualmente recorría estas mesas de saldos de las librerías porteñas para sumar y renovar títulos a su institución, que él pudo, a sus quince años, encontrar intonso un ejemplar editado por Argos en los anaqueles de aquel establecimiento, cuya lectura contribuyó a la prolongación y renovación del ejército ferdydurkista. El grupo que Di Paola conformaba junto con Mariano Betelú (Flor de quilombo) y Jorge Vilela (Marlon) también había aprendido de memoria muchos párrafos de la ya por entonces célebre traducción, la misma que hoy es citada y analizada una y otra vez, que es ficcionalizada de muchas formas y sobre la cual la escritora italiana Laura Pariani acaba de publicar una novela titulada, justamente, La straduzione (Rizzoli, 2004).
Post scríptum. Cuando, hacia 1964, Editorial Sudamericana decide sumar a su catálogo la novela que es un éxito en Francia des de su publicación en 1958, Sabato vuelve a embestir y aconseja reemplazar la histórica traducción por una nueva. Juan Carlos Gómez, militante ferdydurkista desde 1956, año en que conoció a Gombrowicz en la Rex, le escribe a este a Vence, donde reside, anoticiándolo de la intención sabatiana. El polaco responde de inmediato, defendiendo la labor del Comité: a fin de cuentas, no hacía otra cosa que defender su memoria.
Miles de palabras en su lugar exacto.
Parque Chacabuco
Primavera de 2004
Imágenes [en la edición impresa]. Hiroshi Sugimoto, Juan Pablo II, p. 23; Juan Pablo II (1994), p. 24.
Lecturas. La mayor fuente para la construcción de esta historia fueron largas charlas con algunos de sus protagonistas: Adolfo de Obieta, Alejandro Russovich, Juan Carlos Gómez y Jorge Di Paola. Algunos de los textos citados o parafraseados son Gombrowicz en Argentine, de Rita Gombrowicz (Denoël, 1984); Ferdydurke (Argos, 1947); Papeles de Buenos Aires (5 números aparecidos entre septiembre de 1943 y mayo de 1945); Historia íntima de la revista Papeles de Buenos Aires (1943-1945), de Jorge Enrique Severino (2000); La República Mundial de las Letras, Pascale Casanova (Anagrama, 2001); Diario Argentino, de Witold Gombrowicz (Adriana Hidalgo, 2003); Autobiografía sucinta, textos y entrevistas (Anagrama, 1973); la versión facsimilar de la revista Orígenes (1992); y Witoldo o la mirada extranjera, de Guillermo David (Colihue, 1998).
Rafael Cippolini es ensayista, editor de la revista de artes visuales ramona, curador ocasional, miembro del Collège de Pataphysique y del Novísimo Instituto de Altos Estudios Patafísicos de Buenos Aires (NIAEPBA). Ha publicado Manifiestos argentinos. Políticas de lo visual 1900-2000 (Buenos Aires, Adriana Hidalgo, 2003).
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