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Un intento de interrogar conjuntamente a Rodolfo Walsh y Oscar Masotta, como un modo de repensar su legado.
I. Periplos. Resulta difícil imaginar dos trayectorias intelectuales y dos obras más disímiles, al menos en apariencia, que las de Rodolfo Walsh y Oscar Masotta. El primero encarna, para muchos, el paradigma del escritor comprometido, desgarrado entre el proyecto siempre pospuesto de escribir una gran novela y la decisión de sacrificar la literatura por el servicio de la lucha política. El segundo –héroe modernizador para unos, frívolo seguidor de modas teóricas para otros– condujo la entrada del psicoanálisis lacaniano en la Argentina, luego de haber transitado efímera pero intensamente por el existencialismo sartreano y la crítica literaria en la revista Contorno y por la experimentación con las artes plásticas y los medios de comunicación masiva en el Instituto Di Tella.
Sin embargo, al interrogarlos con mayor detenimiento, no son pocas las circunstancias que los aproximan. En primer lugar, las fechas: Walsh nace en 1927 y es asesinado por un “grupo de tareas” de la Armada Argentina en 1977, Masotta nace en 1930 y muere en el exilio en Barcelona en 1979. Pero, más secreta y profundamente, los acerca un movimiento análogo, un rasgo de estilo compartido: el gesto doble de fundación y abandono que una y otra vez los aleja del propio territorio y los arroja a la contingencia de un periplo cuyas estaciones no pueden determinarse de antemano. En palabras de Walsh: “En 1964 decidí que de todos mis oficios terrestres, el violento oficio de escritor era el que más me convenía. Pero no veo en eso una determinación mística. En realidad, he sido traído y llevado por los tiempos; podría haber sido cualquier cosa, aun ahora hay momentos en que me siento disponible para cualquier aventura, para empezar de nuevo, como tantas veces”. A lo largo de ese periplo, Walsh inaugurará el género testimonial con Operación masacre en 1957, participará en Cuba de la fundación de la agencia de noticias Prensa Latina en 1959, dirigirá el semanario de la CGT de los Argentinos entre 1968 y 1969, organizará –tras el golpe del 76– la Agencia Clandestina de Noticias (ANCLA) y la Cadena Informativa. Masotta, por su parte, propondrá una lectura renovadora de Arlt con Sexo y traición en Roberto Arlt en 1965, iniciará la publicación periódica Cuadernos Sigmund Freud en 1971, fundará en 1974 la Escuela Freudiana de Buenos Aires y luego, ya en el exilio, la Biblioteca Freudiana de Barcelona y el Instituto Gallego de Estudios Freudianos.
II. El hombre que se va. En su ensayo biográfico La operación Masotta, Carlos Correas, amigo de juventud de Masotta, cuenta que ambos solían ir juntos al cine y compartir una especial fascinación por el mito cinematográfico hollywoodense que denomina “el hombre que se va”. Se trataba de “personajes que, venidos de alguna desconocida región, llegaban a un pueblo o a una pequeña ciudad y la depuraban e introducían e implantaban justicia e instituciones y fundaban o deshacían o recomponían jerarquías y eran amados por una bella mujer y que, una vez concluida su especie de misión, se iban, solos, dejando tras de sí la bella obra cumplida y a la bella mujer”. Esta secuencia mítica constituiría el fundamento imaginario de los posteriores desplazamientos de Masotta.
Al mismo tiempo, los testimonios señalan que Walsh, en los últimos meses de su vida, estaba poniendo fin a un cuento titulado “Juan se iba por el río”, sobre un hombre que hacia 1880 habría conseguido cruzar el Río de la Plata a caballo, durante una bajante inusual. En ambas anécdotas el mitema es el mismo: marcharse, dejar una marca y partir hacia nuevos territorios, volverse otro. Quizás pueda verse en este gesto compartido, que incluye y supera tanto la politización de Walsh como la profesionalización de Masotta, una clave de lectura de esos años.
III. Rupturas –de los sesenta–. Walsh y Masotta dan sus primeros pasos en el marco de una relación bastante convencional con el campo de la literatura, en un caso, y de la crítica literaria en el otro. Walsh publica en 1953 Variaciones en rojo, un libro de relatos en la tradición del policial de enigma clásico, por el cual obtendrá el Premio Municipal de la ciudad de Buenos Aires, mientras trabaja como corrector de pruebas, traductor y antólogo para la editorial Hachette. Masotta, por su parte, escribe ensayos de crítica literaria para la revista Contorno (1953-1959). Luego, ambos rompen con la escritura tal como venían practicándola, hasta llegar al quiebre definitivo, que puede situarse en dos de los textos más intensos de esos años: el “Prólogo” de Walsh a la reedición de Operación masacre de 1964 y “Roberto Arlt, yo mismo” (1965) de Masotta.
Walsh con Borges. En la medianoche del 9 de junio de 1956 un hombre juega al ajedrez en un café de La Plata. De pronto el ruido de un tiroteo cercano sobresalta a los jugadores. Se trata de la finalmente fracasada revolución del general Valle, que procuraba devolver a Perón al poder. Los parroquianos, curiosos, salen en masa, pero a medida que se acercan a la plaza San Martín se van poniendo más serios y cada vez son menos. Al fin, cuando cruza la plaza, el hombre está solo. Le tomará dos horas llegar a su casa, aunque se encuentre a sólo tres cuadras. Una vez allí, el hombre oye morir a un conscripto, al otro lado de la persiana. Pasa esa noche, y el hombre sólo quiere olvidar lo ocurrido. “¿Puedo volver al ajedrez?”, se pregunta. Y se responde con alivio que sí, que puede. El hombre, finalmente, olvida. Pero seis meses más tarde, la casualidad –o el destino– lo pone otra vez frente a los acontecimientos de junio. Esta vez se trata de los fusilamientos clandestinos de civiles que tuvieron lugar inmediatamente después de sofocado el alzamiento. Frente a un vaso de cerveza, quizás en el mismo café, alguien le dice: “Hay un fusilado que vive”. La historia que escucha es increíble, en efecto, pero se le impone, acaso porque sustancialmente es cierta. No sabe por qué, pero pide hablar con el muerto que vive, y de pronto allí está, hablando con Livraga. Livraga no significa nada para él, y sin embargo irá tras el misterio de su muerte en vida, de ese agujero de bala en la mejilla, de ese otro agujero más grande en la garganta. Algo en el encuentro con ese otro baleado lo afecta, lo atrae como un precipicio en el que su propia identidad terminará por perderse. El hombre dejará el ajedrez, abandonará su casa y su trabajo, dejará de llamarse Rodolfo Walsh y durante casi un año portará una cédula falsa con el nombre de Francisco Freyre.
La historia tiene todos los elementos de un clásico argumento borgiano. Walsh escribe un imposible cuento peronista de Borges en el que narra las circunstancias a causa de las cuales él ya nunca podrá ser (¡y cómo lo hubiera deseado!) Borges. Entre Francisco Freyre y Francisco Borges, el abuelo materno en quien Borges cifraba su culto nostálgico por un pasado heroico, quizás haya sólo un paso. Pero un paso fundamental, porque Walsh, según sus propias palabras, no es un héroe sino alguien disponible para la aventura, “un hombre que se anima”, y eso es algo muy distinto, más liviano y alegre que el heroísmo. Tan alegre, según cuenta Walsh, como la actitud del editor de la revista en que finalmente se publicaron las primeras notas de Operación masacre, cuando “lee el manuscrito, y se ríe, no del manuscrito, sino del lío en que se va a meter, y se mete”.
Masotta con Sartre. Oscar Masotta lee el ensayo “Roberto Arlt, yo mismo” en la presentación de su primer libro, Sexo y traición en Roberto Arlt, y rompe deliberadamente con las convenciones del estereotipado género presentación de libro. Primera transgresión: Masotta, el autor, oficia de presentador. Segunda transgresión: Masotta prácticamente no habla de la obra de Arlt, tampoco comenta los argumentos de Sexo y traición... ¿De qué habla, entonces? De sí mismo. Masotta practica, pues, siguiendo a Sartre, quien acababa de publicar su autobiografía Las palabras, una suerte de autoanálisis existencial. Ambos textos se presentan como despedidas: Sartre se despide de los prejuicios pequeñoburgueses; Masotta se despide simultáneamente del padre, del episodio de locura que se habría desencadenado en él tras el fallecimiento de este, del proyecto personal de llegar a ser escritor de ficción y hasta del propio Sartre. Es decir que Masotta habría roto con su figura rectora escribiendo un texto sartreano en el que narra el recorrido intelectual y biográfico por el cual se aleja del existencialismo y se acerca teóricamente al estructuralismo y a Lacan. Sólo que en el caso de Masotta este giro autobiográfico adquiere ribetes escandalosos: tiene apenas 35 años, no ha obtenido un título universitario, no ha publicado ningún libro hasta entonces; en definitiva, carece de un recorrido intelectual que pueda justificar esta puesta en primer plano de su subjetividad, su historia, sus lecturas y sus carencias de formación. Es un “bastardo”, un personaje mucho más sartreano que el propio Sartre.
IV. Los fines –de los setenta–. Estos textos inauguraron sendos desplazamientos intelectuales que atravesaron la época y concluyeron en dos de los escritos más incómodos e inclasificables, pero también más representativos, de la década del setenta: la “Carta abierta de un escritor a la Junta Militar”, de Walsh (1977), y el menos conocido, pero no menos emblemático “Comentario para la École Freudienne de París sobre la fundación de la Escuela Freudiana de Buenos Aires”, de Masotta (1975).
Walsh ante el Proceso. Las circunstancias son muy conocidas. Tras la publicación de los libros de cuentos Los oficios terrestres (1965) y Un kilo de oro (1967) Walsh abandona la escritura de ficción. En 1969 publica ¿Quién mató a Rosendo?, su tercer libro testimonial, para muchos críticos el más orientado ideológicamente y el menos logrado desde un punto de vista literario. Pero después de los años de abandono de la literatura, después de la militancia en Montoneros y de la muerte de su hija Victoria, cuando Walsh escribe su “Carta abierta” a la Junta Militar, vuelve a firmarla como escritor. Para los interesados en señalar la preeminencia del Walsh escritor sobre el Walsh militante, este detalle es crucial. Así, afirma Carlos Gamerro: “La ‘Carta’ ha quedado como su testamento, testimonio de su opción final por la denuncia, por la escritura puesta al servicio de las necesidades políticas inmediatas, aunque ciertamente no de su desinterés por la precisión de la escritura. […] Walsh la tituló ‘Carta de un escritor a la Junta Militar’ y, a diferencia de los textos de la CGT y los documentos de Montoneros, decidió firmarla con su nombre y número de documento. En este texto final el autor individual y el militante anónimo volvieron a encontrarse”. La complejidad de esta decisión ha retornado recientemente con un testimonio de Patricia Walsh, su hija, según cuyo recuerdo el título de la ‘Carta’ no incluía la precisión “de un escritor”; era simplemente “Carta abierta a la Junta Militar”, y Walsh pensaba el texto como intervención no de un escritor sino de un militante a secas. Sin embargo ¿plantea la presencia o ausencia de la palabra “escritor” un problema crucial dentro del sistema complejo que conforma la obra de Walsh? ¿O es, antes bien, un problema para los que hoy se disputan la propiedad y el sentido de su legado?
Masotta ante Lacan. Es curioso; mientras repetidas veces se ha señalado la “Carta abierta” de Walsh como un texto en el que se ponen en cuestión los límites de la literatura, no ha habido una preocupación similar con el recorrido de Masotta, quien comienza escribiendo sobre literatura en Contorno y concluye, tal como puede leerse en el “Comentario para la École Freudienne de París sobre la fundación de la Escuela Freudiana de Buenos Aires”, representando al psicoanálisis argentino en Europa. ¿Acaso el abandono de la literatura por la política es un problema para la literatura, pero su abandono por el psicoanálisis no? Nadie se atrevería a poner en duda que en la Argentina ha habido entre literatura y psicoanálisis una relación constitutiva no menos íntima que la que hay entre literatura y política. No obstante, es probable que las coordenadas que atañen al “Comentario para la École…” sean menos conocidas que las de la “Carta abierta” de Walsh. En 1974, Masotta, junto con otros, funda la EFBA, primera escuela psicoanalítica lacaniana en países de habla española. En 1975, año en que se ha ido de la Argentina, Masotta lee el “Comentario…” en París, en un congreso de la escuela que dirige el mismísimo Lacan. ¿Es la escena una prueba del grado de desarrollo y autonomía alcanzados por el psicoanálisis en la Argentina? ¿O, por el contrario, una muestra elocuente de la fascinación por las modas teóricas extranjeras –y específicamente francesas– que reina en Buenos Aires, ciudad descripta por Masotta como “una capital sobresofisticada, pero sin defensa contra la entrada masiva de información”?
Un amigo de Masotta recuerda la siguiente escena de 1974: se encuentra con él en el bar Tolón de Coronel Díaz y Santa Fe. Masotta le dice: “Voy a escribirle a Jacques Lacan para decirle que he decidido fundar con otros aquí en Buenos Aires una Escuela Freudiana”. El amigo responde: “Pero Oscar, vos sos toda una personalidad para nuestra cultura e incluso ya para el psicoanálisis, no necesitás pedirle permiso a nadie para fundar lo que quieras fundar”, a lo que Masotta, concluyendo la charla, contesta: “Vos no entendés, yo le escribo a Jacques Lacan para avisarle que lo voy a hacer. Es lo que corresponde”. Nuevamente, entre “pedirle permiso” y “avisarle que lo voy a hacer”, se trama un interminable debate acerca del verdadero valor de Masotta, y del sentido de su herencia para la historia del psicoanálisis en la Argentina.
V. Legados. No parece un detalle menor que Masotta y Walsh se crucen también en este punto: las violentas disputas que no han dejado de proliferar entre aquellos que se proclaman herederos de su legado, tan codiciado como inasible. En el psicoanálisis, en la crítica literaria, en la literatura, en el periodismo o en la política, muchos son los que pretenden hablar con propiedad sobre ellos. Y no es casual que parte de lo que hoy nos llega de Walsh y Masotta sean anécdotas, versiones contadas por otros, acerca de cuya justeza no resulta fácil decidir. Ni Walsh ni Masotta parecen haber tenido el tiempo, la voluntad o la fuerza para detenerse a ordenar papeles, delimitar una obra y fijar su sentido. De esto parecen haberse ocupado, con mayor o menor buena fe e inteligencia, los que se quedaron, cuando ellos ya estaban en otro sitio. Quizás pensar conjuntamente a Walsh y Masotta sea una manera de escapar a los intentos simplificadores de apropiación, y a la vez una forma de interpelar aquellos años como un todo, en su violenta e incómoda unidad.
Imágenes [en la edición impresa]. Gabriel Orozco, Pelota ponchada (1993), cibachrome, p. 45; Piedra que cede (1992), plastilina, p. 47 (cortesía Kurimanzutto, México).
Lecturas. De Rodolfo Walsh: Variaciones en rojo, Los oficios terrestres, Un kilo de oro, Operación masacre y el resto de su obra se encuentran en Ediciones de la Flor. Recientemente se reeditaron Un oscuro día de justicia (junto con la entrevista que Piglia le hizo en 1970) y Ese hombre, y se anuncia la reedición de El violento oficio de escribir. Sobre Walsh han escrito, entre otros: Ángel Rama, Aníbal Ford, David Viñas, Ricardo Piglia, Daniel Link, Roberto Ferro y Ana María Amar Sánchez. Jorge Lafforgue editó el homenaje colectivo Textos de y sobre Rodolfo Walsh (Buenos Aires, Alianza, 2000). En 2006 Grupo Editorial Norma publicó Rodolfo Walsh, la palabra y la acción, de Eduardo Jozami. De Oscar Masotta: “Roberto Arlt, yo mismo” se encuentra en la reedición de Sexo y traición en Roberto Arlt del CEAL (1982); el “Comentario para la École…”, en Ensayos lacanianos (Barcelona, Anagrama, 1978). Sobre Masotta han escrito, entre otros: Carlos Correas (La operación Masotta, Buenos Aires, Interzona, 2007), Juan José Sebreli, Jorge Lafforgue, Eliseo Verón, Germán García, Ana Longoni, Alberto Giordano y Daniel Link. Marcelo Izaguirre compiló el volumen colectivo Oscar Masotta. El revés de la trama (Buenos Aires, Atuel, 1999). La misma editorial publicó Oscar Masotta. Lecturas críticas (2000).
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