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Milpalabras

MILPALABRAS

 

Durante los primeros meses de este año la fotógrafa Helen Zout expuso en el Centro Cultural Recoleta su muestra Huellas de desapariciones durante la última dictadura militar 1976-1983.

En las artes plásticas, la representación imposible de los desaparecidos ha sido resuelta con el recurso de la silueta, del nombre inscripto como marca. Si la existencia de sobrevivientes se asocia a la idea de reaparición, Helen Zout los fotografía de modo que porten huellas de ese estado anterior. Para eso recurre a la tradición del laboratorio fotográfico espiritista y el del radiólogo. Aún la fotografía de Nilda Eloy (foto número 7), sobreviviente del “circuito Camps”, cuyo contorno corporal se pierde en el lado izquierdo, y donde ella luce una larga cabellera cana, transmite una imagen gótica de resucitada o de alguien que ha pasado por ese estado mítico con que, en el siglo antepasado, se llamaba al coma profundo y del que se podía despertar: catalepsia.

A fines de la Segunda Guerra Mundial la prensa exhibió fotografías que documentaban la experiencia de los campos de concentración nazis para que formaran parte de las pruebas en los juicios a los criminales y sus cómplices. Pero de ciertos campos, de los que había testimonios de sobrevivientes, no había registros gráficos. Entonces los diarios utilizaron fotografías de otros campos para ilustrar los suplicios ocurridos en aquellos de los que no había imágenes. Se trataría más de una “verdad” radical que de otra meramente fáctica. A veces Helen Zout utiliza la veladura, la sobrexposición, el fuera de foco como si la foto hubiera sido tomada clandestinamente, en condiciones inadecuadas y en la premura de extraer un documento en calidad de prueba o evidencia. Prueba o evidencia que ella se autoriza a proponer a través del símil: ha fotografiado el interior y la ventanilla de un avión que replica el utilizado en los vuelos de la muerte y donde el paso del tiempo como “accidente” parece haber dejado marcas, sombras y manchas a la manera de huellas a ser descifradas por desplazamiento.

Sacar fotos indica tanto la acción de tomar fotos como de quitarlas de un lugar, trasladarlas, como lo advirtiera Marcelo Brodsky en el libro Memoria en construcción. El debate sobre la esma. Víctor Basterra, sobreviviente de la esma, fue obligado, durante su cautiverio, a tomar fotos a sus represores para los documentos de identidad. Era otro fotógrafo el que fotografiaba a los cautivos. Lo que Víctor Basterra hizo fue “sacar fotos” de los desaparecidos de la esma; junto con otros valiosos registros, llevarlos al exterior del campo, al afuera y después del Estado democrático. Helen Zout ha tomado la foto de los ojos de Víctor Basterra, esa suerte de cámara biológica, de cuarto oscuro en el instante anterior al revelado y donde el negativo no registra ninguna forma y lo que no está, está de todos modos: lo que ha visto Víctor Basterra. La fotografía número 8 muestra a Jorge Julio López. Él también ha visto pero no ha sacado fotos; Zout lo tomó en una pose opuesta a la de Víctor Basterra. La foto muestra la cabeza de un hombre que cierra los ojos con fuerza. Tiene los hombros descubiertos, el cabello electrizado, podría estar desnudo. Ese cerrar los ojos no parece el de alguien que duerme o desea entregarse a la evocación evitando mirar aquello que lo rodea para concentrarse en imágenes pasadas, a las que quiere ceder hasta el detalle. Se diría que la carne así plegada, en su crispación, intenta poner límite a una avalancha de escenas atroces. ¿El hombre cierra los ojos porque ya no soporta ver lo que tiene delante? ¿O los cierra inútilmente para detener los recuerdos? ¿O es el gesto de dolor ante un suplicio presente que amenaza extenderse en el tiempo y en el espacio?

En octubre de 2006, Helen Zout volvió a exponer su serie en la galería Arcimboldo. La foto número 8 sigue siendo la misma pero hoy expande sus resonancias atroces. Ese rostro crispado ¿se contrae ante la inminencia de una ejecución? ¿O ante el horror de que los recuerdos y los sucesos actuales se fundan en una identidad tal que ya los párpados no logren establecer su precaria frontera entre el ayer y el hoy? Otras fotos de Julio López empapelan ahora los muros del país. Invocan la fatídica palabra desaparición. Muestran al Julio López reaparecido, en esos gestos cotidianos, confiados o distraídos tan comunes en los hombres que vuelven como víctimas del Estado terrorista a un devenir democrático siempre arduo pero irreversible. Luego de la segunda desaparición de Julio López, en la televisión se ha visto una y otra vez la imagen de Nilda Eloy bajo la luz policial y con los colores netos típicos de la cámara escrache. Su animación, la firmeza de su testimonio, su soltura decidida ante las preguntas de los periodistas la vuelven inquietante. ¿Nilda Eloy ha sobrevivido dos veces? ¿La segunda a Julio López?

Helen Zout no deseaba que la fotografía número 8 fuera una profecía sino la puesta en escena de un documento incriminatorio cuya fundamental validez fuera en el arte.

Julio López fue secuestrado la primera vez para que hablara. La segunda habría sido porque ha hablado. Pero no, ni la primera vez fue para que hablara, ni la segunda porque habló. El fin de los dos secuestros fue que Julio López se convirtiera en una advertencia, una orden de silencio, la voz de aura del repliegue y la impunidad.

Si las fotos de Julio López que se multiplican en el país fueran reemplazadas por la de Helen Zout, el reconocimiento, cada vez más penosamente esperado, no sería más difícil: por las oscuras leyes de la condensación y el desplazamiento, cada una se convertiría en la comunión de las fotos de todas las pancartas, de los recordatorios en Página/12, de las llevadas contra el pecho materno, de los archivos que han concentrado el uso de la palabra memoria, en performance colectiva de nunca más. 

 

1 Dic, 2006
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