Otra Parte es un buscador de sorpresas de la cultura
más fiable que Google, Instagram, Youtube, Twitter o Spotify.
Lleva veinte años haciendo crítica, no quiere venderte nada y es gratis.
Apoyanos.
Keith Jarrett, My Foolish Heart, ECM, 2007. Productor: Manfred Eicher. Piano: Keith Jarrett; batería: Jack DeJohnette; contrabajo: Gary Peacock.
En su biografía sobre Jarrett (Keith Jarrett, The Man and His Music, Nueva York, Da Capo Press, 1992), el crítico Ian Carr define dos clases de trayectorias en el mundo del jazz: la de músicos como Bix Beiderbecke, Charlie Parker o Clifford Brown, vidas veloces que se consumen al compás de una contribución incandescente; y la de aquellos otros como Duke Ellington o Miles Davis, procesos que se despliegan lentamente en una variedad de facetas. Carr concluye que la trayectoria de Jarrett tiene la intensidad del primer grupo y la durabilidad del segundo. La fórmula no parece mala, aunque personalmente yo no alcanzaría a explicar por qué eso mismo no podría aplicarse también a Davis. Sea como fuese, la trayectoria de Jarrett presenta además una rarísima extensión horizontal, desarrollada en varios frentes: la interpretación de monumentos del barroco como El clave bien temperado (en clave) o las Variaciones Goldberg de Bach, la música de concierto de Lou Harrison o Shostakóvich; la composición de música orquestal y de cámara; las grandes series de improvisación en piano solo (los conciertos de Colonia, Tokio, Bremen y otros), además de la producción jazzística en los formatos más diversos, entre los que sobresale la reelaboración del trío clásico de piano, contrabajo y batería desarrollada desde mediados de los ochenta con Peacock y DeJohnette.
El trío constituye la columna vertebral de las meditaciones musicales de Jarrett durante las últimas dos décadas, un proceso ligeramente zigzagueante pero a la vez direccionado, como una línea que avanza dando algún rodeo (cuando no es interrumpida por avatares de salud un tanto misteriosos). Si uno tuviese que definir la orientación del derrotero, podría decir que es un viaje hacia el núcleo más íntimo del jazz (también aquí se diferencian los procesos de Jarrett y de Davis, quien hacia el fin de su vida solía decir que el jazz estaba muerto y aconsejaba escuchar a Prince, lo que desde luego no fue un mal consejo). El núcleo más íntimo del jazz puede ser también el más abstracto, y por cierto en ese viaje la composición de nuevas piezas se vuelve un acto progresivamente inútil, ya que la diferencia entre autoría e interpretación se desvanece, y la sola idea de firmar un nuevo tema resulta banal.
El último disco del trío –My Foolish Heart, por ECM, un álbum doble de más de un hora y media de música– se editó a fines de 2007 y llegó a Buenos Aires a mediados de este año. El material no es reciente: es una grabación en vivo realizada en el Festival de Montreux de 2001, y el cuadernillo transcribe una declaración del pianista:“Esta es la grabación de un concierto del trío que más retuve hasta encontrar el momento adecuado para presentarla. Lo muestra en su momento más optimista, melódico y dinámico. Si el jazz es swing, energía y éxtasis personal para el intérprete y el oyente, no puedo pensar en otro concierto en vivo del trío que exprese estas cualidades de modo tan abarcador”. (Esas declaraciones “vitalistas” no pueden ser menospreciadas, menos aún si se tiene en cuenta que en 1996 Jarrett quedó virtualmente paralizado por una de las más extrañas depresiones de la vida moderna, el llamado “virus de la fatiga crónica”. La noticia llegaba al público incierta, casi incomprensible, hasta que en 1999 salió a la calle un nuevo disco solista de Jarrett que era una extraordinaria mezcla de documento artístico y diagnóstico clínico: The Melody at Night, With You, una grabación casera con una decena de piezas tan clásicas como “I Love You, Porgy” o “Someone To Watch Over Me”, además de las tradicionales “My Wild Irish Rose” y “Shenandoah”, entre otras. Conmovedoras en su desarmante sencillez, parecían melodías tocadas con dos dedos. El virtuosismo jarrettiano se mostraba violentamente comprimido y sobrevivía únicamente en su faz mental o espiritual; melodías nocturnas, intimidad extrema, dulce desolación. El disco está dedicado a su mujer, Rose Anne, y en una película documental que se proyectó hace unos meses en la Alianza Francesa nos pudimos enterar de que Jarrett lo concibió como un regalo para ella; como una prueba de amor, en todo el sentido de la palabra. Era Navidad y el músico no podía salir a comprar nada; lo único que tenía a mano, no sin un esfuerzo descomunal, era grabar esas melodías. Jarrett empezaba a salir de esa especie de fatiga metafísica.)
En efecto, la extraordinaria vitalidad de My Foolish Heart se oye ya desde las primeras notas de “Four”, el tema de Miles Davis que abre el disco 1 con una temperatura que sólo podría esperarse después de cuarenta o cincuenta compases. El buen humor y cierta descontracción general se proyectan significativamente en dos piezas de Fats Waller interpretadas en el más puro estilo ragtime. Hay además una nueva interpretación de “My Song Is You”, la canción de Hammerstein y Kern que el trío ya había grabado en 1986, en uno de los picos de su maravilloso laboratorio instrumental: en esa primera versión la introducción consistía en un demorado e impresionante caleidoscopio rítmico sobre las dos primeras notas del tema; ahora la introducción es brevísima y la entrada del tema es más directa, aunque en la elaboración subsiste algo de aquella forma original.
Pero lo más punzante de My Foolish Heart no es su aparente algarabía, su disposición anímica, sino su filosofía musical, y esto último alcanza una condensación única precisamente en la interpretación de la balada de Washington y Young que da nombre al álbum. Es una forma de variación, pero constituye un tipo único. Uno podría intentar comenzar a describirlo con una metáfora: Jarrett entra y sale del tema como la aguja de un bordado; las puntadas son mínimas: dos, tres, cuatro notas del tema, luego el hilo sigue su curso por el revés de la figura. Se mantiene el tempo del tema; también se mantiene el esqueleto armónico. A veces esas tres o cuatro notas simplemente se abandonan, a veces entran en el juego de una pequeña secuencia o progresión, como una forma que se dilata y se contrae. La pieza alcanza una extensión considerable: 12.25. Luego de una demorada introducción del piano solo, contrabajo y batería se suman en una posición más bien subordinada: todo el foco está puesto en el bordado del piano. La balada sólo será presentada en extenso hacia el final, aunque siempre con variantes. Podría decirse que si al comienzo la música avanzaba preferentemente por el revés, hacia el final lo hará más por el derecho (el tema se dejará oír más claramente, incluso en la plenitud del swing, aunque en cierto sentido podría decirse que se estuvo oyendo todo el tiempo), y que ese pasaje del revés al derecho es un proceso muy graduado. Días pasados, en una conversación personal acerca de este clímax de la variación jarrettiana, Adrián Iaies me dijo: “Es como si el piano se pasease entre las voces internas de un cuarteto de cuerdas”. La imagen acierta en la descripción de una interpretación que avanza puntual y fragmentaria sobre la base de una amplísima visión. Como sea, difícilmente el núcleo de esa balada se haya revelado alguna vez, con tanto esplendor, como una forma completa que se encierra en dos acordes.
El mayor pianista filósofo de nuestro tiempo no pretende mostrarnos hasta dónde puede llevar él una forma armónico melódica de 32 compases, sino hasta dónde puede conducirlo a él el tema mismo. No se trata de tomar un tema para crear otro con la misma forma armónica –procedimiento sobre el que se encadena la historia misma del jazz–, ni de tomarlo para una serie de variaciones expansivas, sino de una meditación introspectiva. En este punto Jarrett se diferencia notablemente de Brad Mehldau, un pianista hipertemático y genial: en Mehldau generalmente hay un exceso de actividad sobre la forma original, y sus interpretaciones son muchas veces capas y capas que se superponen en un fascinante virtuosismo pianístico y mental. El proceso en Jarrett tiene una forma sustractiva y a veces parecería avanzar hacia el mutismo (de cualquier manera, Jarrett sería el único pianista del mundo que uno podría reconocer aun cuando tocase una sola tecla). Jarrett decía que este álbum doble muestra al trío en su momento más optimista, melódico y dinámico; no es menos cierto que esa interpretación de “My Foolish Heart” constituye un caso especialmente conmovedor de música tardía.
Escuchas. Keith Jarrett (piano solo), The Melody at Night, With You (ECM, 1999); Brad Mehldau (piano solo), Live in Tokyo (Nonesuch Records, 2004).
Efectos de una noche tokiota con Kan Mikami y un recuerdo de Mungo Jerry como coda.
Bar Yellow Vision de Tokio, 27/3/14, 19.30...
Para una historia contemporánea de los usos del sonido y la música en el control social y la confesión obligada.
En 1906, tres...
¿Y si en la regresión nos esperara el progreso de la canción?
Salí, soñá, corré / Bailá, mirá allá, ¿no ves?...
Send this to friend