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Apátrida. Teatro de la nacionalidad

TEATRO

 

Meiringen, Milagros, Apátrida. Una pieza radial en vivo compuesta y ejecutada por Zypce, con la actuación de Rafael Spregelburd. Textos: Raphael Urweider y Rafael Spregelburd. Dirección: Rafael Spregelburd. Música y performance: Zypce.

 

Un fantasma recorre América Latina. Es el espíritu redivivo de las naciones que nacieron hace doscientos años, pasteurizado en la mayúscula de un sustantivo común que lo obliga a renacer y multiplicarse. El Bicentenario. Celebrar dos, tres, muchos Bicentenarios es la consigna, con festejos que atraviesan las fronteras del continente y lo cubren todo, desde los rituales estatales y los homenajes del primer mundo, al marketing de ser nacional, empaquetado en todo tipo de formatos. Imposible sustraerse al rumor de fondo, ruidos de rotas cadenas y gritos sagrados remixados con orgullo patrio y listas de próceres. Sumándose o no a los festejos, con fervor nacionalista o indiferencia anárquica, no hay quien no se haya preguntado qué es precisamente lo que estamos celebrando. Para el arte, agenciado de oficiante, la cuestión es todavía más espinosa. ¿Habremos inventado un arte nacional desde entonces o en tiempos de la cultura mundializada la identidad nacional es una rémora del pasado? ¿Existirá al menos un arte latinoamericano?

Es lo que se pregunta Rafael Spregelburd en Meiringen, Milagros, Apátrida, la obra doble que concibió con el suizo Raphael Urweider para el ciclo Dramaturgias cruzadas, organizado por el Instituto Goethe en el año del Bicentenario, dando voz a Eugenio Auzón, un crítico de arte español emigrado a Buenos Aires en el siglo XIX: “¿Qué es el arte argentino? ¿Hay tal cosa? ¿Tiene territorio el cúmulo borroso de expresiones de un grupo heterogéneo que comparte un mismo pasaporte?”.Y también: “¿Qué se espera de nosotros? ¿Quién lo espera? ¿Quién es nosotros?”. Es una de las pocas intervenciones francas del Spregelburd-autor en el texto de la pieza, compuesta en gran medida con el intercambio original registrado por la prensa porteña entre el pintor argentino Eduardo Schiaffino y el español Auzón, a propósito de la Exposición Artística de 1891, primer capítulo sangriento de la historia del arte argentino, rubricado dramáticamente con un duelo a sablazos. La polémica es de por sí extraordinaria pero Spregelburd, Menard multimediático, la reescribe y la resignifica en tiempos del Bicentenario. Corta y pega fragmentos, los interviene, escande los viejos textos con prosodia nueva, en un ejercicio doble o triple que multiplica los “diálogos cruzados” entre autores argentinos y europeos. No sólo encarna a los protagonistas del duelo en Apátrida, sino que traduce la obra del suizo, Meiringen, Milagros, y abre la pieza conjunta, dando voz a un maestro de escuela del pueblito campesino del título, Meiringen, que, emigrado a Buenos Aires en 1888, enamorado de Milagros, la muchacha argentina que lo abandona, se lamenta en un único monólogo por el amor y el arraigo perdidos. Antes incluso de que se levante el telón, la nacionalidad se esfuma en la galería de espejos, traducciones, versiones, duelos verbales, que hacen de la “pieza radial en vivo” un teatro perfecto de sus contradicciones.

Si el despecho amoroso del maestro suizo se confunde en el monólogo con la nostalgia y el odio por la patria abandonada, el nacionalismo de Schiaffino se tensa con las ofensas “apátridas” del español Auzón –A.Zul de Prúsia en la prensa– y sus comentarios irónicos sobre la sobreabundancia de Moreiras con la que los pintores vernáculos quieren fundar el arte argentino en la muestra, a la vuelta del típico viaje estético a Europa. Spregelburd va de un lado al otro del escenario, lee cambiando el tono frente a dos micrófonos y aumenta el caudal de la voz para acompañar la violencia creciente de los dardos, pero sobre todo despliega los argumentos de los contrincantes, que facetan y matizan las posiciones tajantes de la polémica. El nacionalismo de Schiaffino, digno hijo de la Generación del Ochenta, es una defensa del espíritu de la patria insuflado con los nacionalismos europeos, pero también un llamado necesario al Estado nacional, al público y a las fortunas privadas (“¿Fortunas privadas?”, acota Auzón,“Acabáramos. No era Moreira. No era mi acento. Era el dinero”) para que el arte argentino que empieza a germinar pueda vivir “de vida propia”. Hasta Auzón acaba por comprenderlo: “La suerte ya está echada y nos da un rol a cada uno”, le hace decir Spregelburd,“Schiaffino actúa para siempre de Schiaffino. Schiaffino encarnará la pasión nacionalista. ¿Y qué otra opción tiene, pobre enemigo? ¿Un pintor argentino en esta época, en la que Europa, modelo de raza y de grandeza, tenderá a considerarlo a lo sumo un buen salvaje? ¿Cree usted que en París, lamida de mantecas por el Sena, alguien piensa en su Moreira, en sus cebollas?”. Muy pronto Schiaffino fundará el Museo Nacional de Bellas Artes y los hombres del Centenario afianzarán la transfiguración mitológica del gaucho para espiritualizar la patria. Auzón, a su vez, encarna al “extranjero”, no el portavoz del meridiano español contra el que se levantarán las vanguardias del veinte, sino un verdadero adelantado, un cosmopolita, un universalista, un desarraigado, para quien “el arte no tiene nacionalidad, sino una patria universal que es el mundo”. Para definir mejor la excepcionalidad del español, Spregelburd da un salto en el tiempo:“Soy el apátrida. Soy la luz. Soy el extranjero de todas las naciones. Soy el primer punk”. Con todos sus matices, sin embargo, las posiciones son inconciliables y la historia le regala al autor dos escenas que condensan la violencia simbólica del entredicho: los polemistas terminan por batirse a duelo en un descampado de Morón y el crítico Auzón hiere al pintor Schiaffino nada menos que en la mano derecha. Las partes se reconcilian después de las heridas de sable y retiran las ofensas.

Pero Spregelburd, artista del arte fuera de sí, no sólo confía en los poderes del texto. Para reeditar en el presente una polémica que tiene más de cien años, juega con viejos formatos, reciclados con la libertad del anacronismo deliberado. El símil radioteatro, sonorizado y musicalizado en vivo por Zypce, un músico contemporáneo, hace varios loops en el tiempo con una “audioguía” de la Exposición Artística activada por Spregelburd y Zypce en dos radiograbadores a cassette, un celular por el que Roque Sáenz Peña media en el duelo y un micrófono que amplifica los latidos del corazón del duelista Auzón, mientras huye del descampado después de herir al contrincante y se debate sobre la verdad del argumento que defendió en sus ataques. Spregelburd recupera géneros y tecnologías obsoletas para acercarse a un momento fundante del pasado en el que la historia pudo tomar otro rumbo. En las técnicas al borde de la obsolescencia, también Benjamin vio brillar un último destello de la modesta utopía de progreso que alguna vez alentaron. En el descalabro temporal, las posiciones se acercan: “La Pampa nos oprime a ambos”, entiende Auzón,“El deseo del hornero, de moldear aquí su casa, nos oprime a ambos”. Mientras el músico compone lo suyo con un coro de metrónomos, percusión autóctona, varas que surcan el aire y un repertorio variado de DJ ecléctico, Spregelburd recorta menardianamente el texto, lo interviene y lo dispone, para que la tensión irresuelta del duelo resuene en el presente y el espectador sea un intérprete activo, capaz de elaborar “su propia traducción para apropiarse de la ‘historia’ y hacerla suya”. Es lo que propone Jacques Rancière quien, en el teatro concebido como una escena de igualdad en la que formas heterogéneas se traducen unas a otras, ve surgir al “espectador emancipado”.

Y es que también Spregelburd compone su propia historia mediando en el duelo entre el nacionalista argentino y el español apátrida.Agobiado como muchos de sus contemporáneos por la exigencia de sobreactuar la identidad local, desconfiado de las celebraciones optimistas de la globalización y descreído de la pureza de los medios, parece haber encontrado un camino en el arte portátil, un teatro desarraigado que es a la vez un laboratorio de identidades y el fin de las exclusividades disciplinarias. Atravesando los límites entre los medios y los géneros, apropiándose de materiales y formas de la cultura masiva, alterando las escalas, crea y produce su teatro en Buenos Aires, pero también en Alemania, España, Gran Bretaña o en el lugar que lo convoque, en arraigos temporarios que traman lazos con otros teatros, otras lenguas y otras ciudades. Las obras que Spregelburd creó en el tránsito están entre lo mejor que el teatro argentino, valga la paradoja, ha producido en estos años. En ese conjunto virtuoso, polifacético y radicante, Apátrida es una especie de matriz, su obra más personal y, si se quiere, el ADN de su teatro.Traductor, actor, autor, director, sampler, con una economía elocuente de recursos, apenas acompañado por un músico, Spregelburd resume en el escenario el lugar del artista argentino de hoy y nos invita a mirarnos en el espejo de su identidad versátil. ¿Quiénes somos? También nosotros somos el maestro suizo y los duelistas, Auzón y Schiaffino, no ya un híbrido al gusto multiculturalista que licua lo diverso, sino traductores, actores, autores, samplers, en el teatro de las identidades.

En una decisión sutil, la última palabra la tiene el apátrida, que le presta el nombre al autor un 25 de mayo. “Ahora sí. Ahora que pase. Hace su entrada el magnífico futuro. Diecinueve carrozas de arrogancia. La herida, una rendija por donde veo pasar todo. […] Él volverá a pintar. Mejor, peor. Qué importa. Él será bueno. Una calle llevará su nombre, modesta sí, pero una calle. En Barrio Norte. Mi nombre en cambio caerá sobre las sombras mal pisadas. Ninguna patria celebra a sus apátridas.Y yo, que podría haber amado tanto este maldito suelo, yo, ahora, en un instante, cuando escuchen qué denso es el silencio, yo vuelvo al siempre, yo vuelvo al invierno de las sombras.” Con la máquina del tiempo que a veces regala el arte, el español Auzón ve pasar las diecinueve carrozas de nacionalidad arrogante con las que la Argentina festeja el Bicentenario.

 

Imágenes [en la edición impresa]. Rafael Spregelburd y Zypce en Meiringen, Milagros, Apátrida, Instituto Goethe, 2010.

Lecturas. Meiringen, Milagros, Apátrida se presentó en el Instituto Goethe el 27 y el 30 de agosto de 2010. La polémica de Schiaffino y Auzón se reconstruye y analiza ampliamente en “Pinceles, plumas y sables. La exposición artística de 1891” de Viviana Usubiaga, a cargo de la investigación en la que se basó la pieza. La cita de Jacques Rancière pertenece a El espectador emancipado (Buenos Aires, Manantial, 2010).

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