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Liliana Porter. Diálogos perplejos

PLÁSTICA

 

Los materiales que Liliana Porter elige para su obra son todo tipo de juguetes, adornos, figuritas y utensilios con apariencia de ser viviente. Estos personajes forman parte de una colección que la artista fue reuniendo durante los últimos casi veinte años, pero rara vez se exhiben como conjunto o colección; por lo general aparecen retratados en grandes fotos como si fuesen ejemplares únicos, tremendamente solitarios. Casi todos provienen de ferias y mercados de pulgas y son seleccionados por su anacronismo. Y si bien su vejez no es una condición fundamental, siempre recuerdan una infancia genérica, localizada en un punto indefinido de un pasado más o menos cercano.
La cuestión de la soledad es central en el trabajo de Porter, y en algún punto se relaciona con la noción de “hallazgo” que alienta a todo coleccionista en sus búsquedas. Pero además, en las fotografías, objetos y videos que esta artista argentina, radicada en Nueva York desde 1964, viene realizando desde hace unos años, los personajes están posando solos o, en la serie de “Diálogos”, se encuentran con otros personajes que pertenecen a una especie diferente. (Aquí la idea de especie debería entenderse en su acepción más abierta; puede tratarse de otra especie animal o puede ser directamente otra especie semiótica, como cuando una rata de plástico parece conversar con la imagen de una vieja pintada sobre una azucarera, cuando un niño playmobil cuchichea con un retrato impreso en una postal, o cuando una mujercita de plástico y una batata se besan.)
Pero hay otro factor que vuelve a esta sensación de soledad un asunto crucial. Estos personajes o parejas de personajes aparecen estáticos en un campo de visión vacío. Con ternura y crueldad, la artista los expone a la vista de un tercero (nosotros), empequeñecidos en medio de un limbo publicitario de luz diáfana; el espacio moderno y ascético del set fotográfico. Esta disposición espacial tiene efectos peculiares. En primer lugar, en este supuesto teatrillo neutro propuesto por la artista, hay algo expresivo del objeto que se dispara. Pareciera que cuanto más “objetivo” es el enfoque que la artista hace de la cosa, cuanto más perfecto o teórico es el vacío en el que se encuentra el personaje posando para la cámara, y cuanto más pequeño es el objeto en relación con el fondo en el que se sitúa, más “afectiva” se vuelve nuestra mirada frente a ellos. Este es uno de los principales descubrimientos de Porter: cómo hacer, espacialmente, para revelar lo que ya en 1968 ella denominaba “el misterio de las cosas menos misteriosas”.
En este sentido, Porter elige sus objetos porque tienen una mirada capaz de activar en el espectador ciertos mecanismos lúdicos que le permiten dotarlos de una interioridad y de un carácter. Estas cosas tienen entonces la capacidad de presentarse como cuasi-sujetos. Dos ideas de Walter Benjamin se relacionan con esta condición de los absurdos personajes de estas obras: por un lado, Benjamin apuntaba que los coleccionistas son “fisonomistas del mundo de las cosas”, y por otro lado escribía: “sentir el aura de una cosa es otorgarle el poder de alzar los ojos”.
Y para volver a la soledad: el modo en que estos personajes aparecen y se relacionan entre sí define una concepción ética particular de la obra de Porter. Ese espacio vaciado de accidentes es el espacio de mayor soledad pero también de mayor libertad de las cosas. Los animalitos aparecen aquí como viajeros solitarios cruzando esos desiertos magníficos sin comunidad, sin itinerario ni meta. La aventura consiste, entonces, en atravesar ese espacio de pura posibilidad, encontrarse con un Otro siempre sorprendente, casi extravagante de tan distinto, e intentar establecer un diálogo.

 

 

Imágenes [en la edición impresa]. ¡Por favor, no se muevan! (Rojo), 2002, cibacromo (tapa); Diálogo con postal, 1999, cibacromo; Nazi/Perro 1, 2001, polaroid; El borde (detalle), 2002, cibacromo; Diálogo con pingüino (detalle), 1999, cibacromo; Mate/Mickey, 2001,  polaroid; 10 x 12, 1989, objetos sobre piedra de fantasía. Las fotos son cortesía de la artista y de Inés Katzenstein.

Liliana Porter (Buenos Aires, 1941) vive en Nueva York desde 1964. Fotografía y ficción, una exhaustiva muestra de su obra, puede verse en la Sala Cronopios del Centro Cultural Recoleta, a partir del 18 de noviembre.

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