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Díptico para ser leído con máscara de luchador mexicano

POESÍA

 I – La Era del Karaoke

Los cactus han brotado en el verano, uniformes e instantáneos. Se los ve

desde el bar Oro Preto (sic), en el declive de una tarde bochornosa.

Se oye hablar de palmeras, de playas donde el agua es de un celeste cristalino,

de cardúmenes que se abren como estallidos multicolores,

se oye el hielo derretirse en vasos de cuello largo,

y motores que regulan en el semáforo de la avenida,

y los primeros acordes del tema musical de Titanic.

Están en un extremo de la peatonal Drago, frente al bar Oro Preto,

están entre los cactus, bajo el cartel azul y verde que dice MOVISTAR,

delante de un mundo iluminado por celulares y sonrisas ploteadas en el vidrio.

¡DUPLICATE! ¡RECARGAME! ¡SOMOS MÁS! Pero ellos no son parte

de la campaña de MOVISTAR, tampoco lo son los cactus,

aunque una mujer le dice a otra: mirá qué lindos

los cactus que puso MOVISTAR. Pero los cactus, verdes, instantáneos,

uniformes y estampados sobre una gruesa lona vinílica, no forman parte

de la campaña publicitaria de MOVISTAR, están ahí

para simbolizar el desierto

aún presente en la ciudad, están ahí

para recordarnos que el desierto

sigue ahí, bajo el cemento. Aunque es cierto

que son lindos y que los artistas

se inclinaron por la misma tonalidad de verde que los creativos de la transnacional. Ahora,

desde una mesa en la vereda del bar Oro Preto,

asistimos al hundimiento del Titanic, que este grupo

(dos sikus, dos parlantes, una quena,

un amplificador TONOMAC, una flauta de pan)

interpreta con entusiasmo andino entre cactus de lona vinílica,

ante un cardumen multicolor de celulares

que se recargan y se duplican en la pecera telefónica.

El Titanic, en la versión electro-kolla, más que hundirse, se disuelve

en trinos de quena y siku, y he aquí a los músicos,

sobrevivientes tenaces del naufragio de un continente, en los estertores

de la era del karaoke, con sus ropajes que juzgamos típicos, aunque no sepamos

típicos de qué, de pie y agradeciendo la llovizna

de aplausos que no bien

toca el desierto se evapora.

 

 II – Señas de identidad

Para el taxista que mira en diagonal el conjunto

desde su parada en Avenida Colón

son bolivianos, pero están

disfrazados de otra cosa; para el cafetero que atraviesa la peatonal

con su carrito de metal lleno de termos

son paraguayos que se hacen los bolivianos, y además

hacen playback; para el cajero del bar Oro Preto

son todos de Fuerte Apache, si bien concede

que la versión de Chiquitita

es lo mejor de un repertorio

marcadamente multicultural, y a él, en particular, le gusta;

para el guardia de seguridad privada de MOVISTAR

son un objeto a desalojar, tarde o temprano, cuando le den la orden;

para las administrativas de la Universidad Nacional del Sur

que se hacen un minuto y toman un café, las plumas del vestuario son

de papagayos amazónicos, y sus colores: ¡heer-mo-sos!;

para el productor agropecuario que en su camioneta exhibe

ESTAMOS CON EL CAMPO, como quien dice “estoy conmigo”,

en un ejercicio de solidaridad identitaria

difícil de superar, son bolivianos que se cansaron

de juntar cebolla en Mayor Buratovich y ahora se dedican

al arte musical; para el Presidente de la Nación Nicolás Avellaneda

el problema es el desierto; para el joven abogado Estanislao Zeballos

se trata de quitarles el caballo y la lanza

y obligarlos a cultivar la tierra con el Rémington al pecho, diariamente;

para el Ministro de Guerra Julio Argentino Roca 1 Rémington se carga

15 indios a la carrera, el resto es hacer cuentas,

y embolsar; para el periodista que se arrima

con espíritu etnográfico y pregunta:

¿de dónde son? la respuesta es: vamos

a Monte Hermoso, después a San Antonio,

hacemos la costa, y tenemos

una oferta imperdible: The best of siku, volumen cinco, que contiene

La casa del sol naciente, Imagine, Hotel California, Cuando los ángeles lloran,

y la versión de Chiquitita que acabamos de escuchar,

a sólo quince pesos,

por ser usted.

 

 Marcelo Díaz nació en Bahía Blanca en 1965. Publicó los libros de poemas Berreta (1998), Diesel 6002 (2002) y Laspada (2004). Trabaja en Ferrowhite, museo taller del puerto de su ciudad, y administra el blog www.accionliteraria.blogspot.com.

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