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Apuntes de una persona criada por las grúas

TELEVISIÓN

 

Diario de un televidente.

 

1. Hay un libro de David Leavitt que se llama El lenguaje perdido de las grúas. Lo leí hace mucho tiempo y no recuerdo prácticamente nada, salvo dos páginas brillantes. En ellas se describe el caso de un niño de corta edad que vivía solo con su madre, una retardada mental que se la pasaba entrando y saliendo del departamento y lo atendía arbitraria e intermitentemente. A veces lo dejaba sin comer durante todo el día y no lo limpiaba casi nunca. Los vecinos estaban acostumbrados al llanto constante del niño y al olor que emanaba del departamento. Un día el niño dejó de llorar y hubo silencio por un par de días. La madre estaba afuera en una de sus frecuentes escapadas, y los vecinos creyeron que finalmente el chico había muerto. Entraron al departamento y se sorprendieron al encontrarlo parado en su cuna mirando unas grúas enormes que se veían por una ventana. El chico imitaba los movimientos de las máquinas, y se acompañaba con onomatopeyas mecánicas. Los movimientos le parecían maravillosos e imponentes, en comparación con los de la persona inestable y caótica que debía cuidarlo. Y había preferido establecer una relación con las grúas.

 

2. Es común que la ceguera traiga aparejado el desarrollo de otros sentidos (audición, tacto). De la misma manera, la infancia traumática genera personas cascoteadas y con dificultades, que sin embargo se hacen fuertes en alguna habilidad que les permite sobrevivir. En mi caso fue una intensa capacidad evasiva: yo de chico, ante el menor disturbio, podía fijar la vista en la etiqueta de una botella de Amargo Obrero, y armar un mundo a partir de eso (y digo lo de la etiqueta de Amargo Obrero porque la recuerdo perfecto: una mano agarrando una hoz y unas espigas de trigo. Atrás, un sol naciendo sobre símbolos del trabajo industrial y agrario. En el horizonte había un alambrado con tranquera). Durante mucho tiempo pensé que me pasaba a mí solo, pero después conocí a varias personas así, con una gran voluntad y capacidad para ignorar los acontecimientos reales. Toda gente con problemas, claro.

La televisión entró a mi casa cuando yo tenía siete años. El único canal que había en el Chaco era Canal 9 de Resistencia. De lunes a viernes empezaba a las seis de la tarde, y la programación infantil era una hora de dibujos animados de seis a siete. Durante años repitieron los mismos dibujitos: Batfink, Los autos locos y Huckleberry Hound. Yo vivía en Sáenz Peña, a casi doscientos kilómetros de Resistencia, de manera que la señal llegaba débil y siempre se veía para el orto. O se veía pero el sonido consistía en un zumbido de estática enloquecedor, o directamente se cortaba la transmisión. A mí no me importaban las condiciones, prendía la tele cuando empezaba la señal de ajuste y la dejaba de ver cuando me mandaban a dormir. Más tarde, mi viejo puso una antena de veinte metros de alto con la que (haciendo toda una ingeniería de orientación del aparato) era posible captar Canal 11 de Formosa (cuando sucedía me parecía lo más de lo más), aunque gran parte del tiempo de transmisión era ocupado por una placa fija, con el dibujo de la margen selvática de un río y el logo del canal. Los fines de semana pasaban muchas películas del año del orto. Y tenían la misteriosa política de adquirir las películas en paquetes temáticos. Compraban, por decir algo, quince películas de romanos. Entonces te clavaban un mes viendo películas de romanos. Otra vez, compraron la serie completa de las películas del tenor italiano Mario Lanza. Eran como doscientas con argumentos todos iguales: cantante humilde que vive en un pueblo sueña con triunfar, va a la ciudad y triunfa, tenía novia en el pueblo, otra que lo pretendía en la ciudad, etc. En todas, también actuaba un viejo canoso con unos bigotes enormes, y siempre hacía del que lo llevaba en el carro a la estación de tren. A veces era un tío, a veces un amigo de la familia. También hubo una época de películas de actividades submarinas (buzos y hombres rana largando burbujas durante meses). A veces compraban unas miniseries horribles y te las pasaban enteras, un capítulo atrás del otro. Lo que tenía de bueno Canal 11 era que de vez en cuando pasaban Relaciones, la extraordinaria serie de divulgación conducida por el gran James Burke. Hace poco la descubrí en YouTube y la miré entera, con una mezcla de admiración y nostalgia.

Con el correr del tiempo, los programas que venían de Buenos Aires y las series norteamericanas me fueron confirmando una sospecha que ya tenía a mi corta edad: que no me había tocado nacer en el lado amable del mundo. Y no hablo de lo estrictamente geográfico: las cosas buenas pasaban adentro de la televisión y yo, claramente, estaba afuera. A pesar de esa distancia (mejor dicho, debido a ella), mi vínculo se volvió extremadamente intenso. Yo miraba la tele haciendo desaparecer el mundo de alrededor. Como adicto al escapismo, había encontrado un poderoso instrumento para salir del entorno que me rodeaba. Y me quedo corto: lo que quiero decir es que me di cuenta de dónde estaba y no me gustó. Las criaturas caóticas e impredecibles de las que yo dependía. Como el pibe de las grúas, elegí quién iba a enseñarme el mundo.

 

3. Después mi familia se mudó a Córdoba. Había tres canales y la televisión empezaba al mediodía. La programación era una cosa triste y polvorienta, pero como yo le ponía tanta voluntad tiré unos cuantos años con la televisión cordobesa. Y ahí conocí el cable. A mis viejos nunca se les pasó por la cabeza tener cable porque les parecía cosa de ricos. Yo sabía que el cable existía, pero de una manera abstracta. Como saber que existe África en algún lado. La primera vez que tuve conciencia de lo que era el cable fue en una peluquería. Para la gente que esperaba su turno, había un televisor en una esquina del local. Estaban dando un documental sobre la evolución de la ametralladora Thompson: era el History Channel. El documental era interesantísimo y todavía recuerdo que la Thompson no fue adoptada por las fuerzas del orden hasta que la compraron los gángsters y empezaron a cagar a tiros a los policías con una potencia de fuego que los canas no podían devolver. Lamenté que hubiera poca gente y que mi turno llegara rápido. Me pareció que la gente que tenía cable debía ser, necesariamente, feliz. Y me hice cliente de esa peluquería.

Recién tuve televisión por cable en mi casa después de los treinta años, cuando me casé. Debo reconocer que tanto como feliz no llegué a ser, pero puedo asegurar que las madrugadas fumando porro y enganchado a los canales de cable me salvaron del suicidio más de una vez (más de varias veces, si vamos a hablar en serio). Los últimos años que estuve en Córdoba, ya separado, me los pasé encerrado en una pieza, mirando cualquier canal salvo los que tuvieran alguna relación con el lugar donde estaba viviendo. Una vez más, me sirvió para vivir como un extranjero. Mis contactos con la realidad se reducían a la compra de vituallas en un almacén a media cuadra de mi casa y a conseguir porro en el corazón de Villa Libertador. En esa época casi lo único que hacía era drogarme y mirar la tele, cambiando canales sistemáticamente. Me detenía sólo en los canales de documentales, el canal católico (EWTN) y, los fines de semana, en el canal Volver. Nada me provocaba una sensación tan fuerte de extranjería como el canal Volver: actores muertos veinte años atrás, moviéndose en un país irreal, mal iluminado y con audio inentendible.

En esa época, por un tiempo largo y de manera intermitente, llevé una especie de “diario de televidente”. Transcribo algunas de las anotaciones:

-Canal 26, domingo de pascuas. Vía crucis en el cottolengo Don Orione. Cuatro internos disfrazados precariamente de romanos (la mayoría viste jeans) flagelan sin ganas a un cristo gordo que lleva una especie de pañal gigante y una cruz que le queda chica. Después lo suben a otra cruz, lo atan y un centurión con evidente síndrome de Down le clava (este sí con bastante énfasis) una lanza debajo de la costilla. El cura organizador del evento declara: “Así jugamos un poco y de paso Cristo está presente”.

-Documental sobre criaturas abisales de la Fosa de las Marianas (-11.000 metros), muy bueno. Gusanos de tres o cuatro metros de largo son alimentados por bacterias que procesan sulfuros. Entre los extremos superior e inferior del gusano hay una diferencia de temperatura de treinta grados.

-En EWTN (canal católico) hay cosas alucinantes: un cura habla con una especie de, mh, no sé, ñandú amarillo. Hablan del pecado original, y el ñandú dice: “Es una lástima, por la curiosidad y el placer lo perdieron todo, todo”. La madre Angélica es buenísima: “derrama tu sangre sobre mí, concédeme la fuerza para cargar mi cruz”. Hay otra monja hecha mierda conduciendo un programa que se llama “De corazón a corazón”: el programa dura media hora, y ese tiempo la monja lo pasa arrodillada y hablando con un sagrario.

-Otra que escuché en EWTN, o, así como al pasar pesqué esta frase: “Por eso delante de la cruz de Jesucristo pedimos perdón por nuestros pecados, y colocamos nuestro sufrimiento sobre su cuerpo llagado. Colocamos nuestra enfermedad sobre la llaga de Cristo crucificado. Jesús ten misericordia de nosotros”. Ha ha, los agarran estos a los gusanos abisales y les enseñan lo que es la oscuridad EN SERIO.

-Otra muy buena de la madre Angélica: “algunas situaciones se manejan de manera más fácil odiando a todo el mundo”.

-Excelente capítulo de “Dogfights” en History Channel sobre el Sonderkommando Elbe, unos simpáticos pilotos alemanes de la segunda guerra mundial que renunciaron a la sutileza y estrellaban sus aviones contra los bombarderos aliados, para después descender en paracaídas. “Usábamos la hélice del avión como una sierra, y el fuselaje como un martillo”, muy buenas las reconstrucciones por computadora. Declaraciones de uno de estos tipos: “vi cómo la doble línea de trazadoras se acercaba a mi avión. De repente todo se sacudió y la carlinga se llenó de sangre. Traté de acelerar pero no pasó nada. Pensé que había un problema con la palanca, pero luego me di cuenta de que la metralla me había arrancado el brazo”.

-Programa “La gran vidriera” (Argentinísima Satelital, conduce Mariquita Gallegos): publicitan un detector de mal aliento. El aparato tiene tres diagnósticos: fresco, desagradable y muy desagradable. Como argumento de venta sugieren la posibilidad de comprarlo “para regalar a un amigo”.

-Otro del canal católico: “María esperanza del mundo”, primer programa del mundo dedicado íntegramente a la virgen María. Conduce Enrique Moltoni, aquel estrábico que catapultara a la fama a Daniel Scioli haciendo una machacante difusión de sus triunfos motonáuticos en el “Nuevediario” de los últimos años ochenta. Ahora, junto al previsible auspicio de una fábrica de velas, el grueso de la publicidad en el espacio es de la provincia de Buenos Aires. No me parece mal, primero porque no pago impuestos en provincia y segundo porque se lo merece, es un programa que Philip K. Dick hubiera seguido con mucho interés, si (pobre de él) hubiese vivido en Argentina.

-En Animal Planet, muy bien el documental sobre un boludo de Alaska que les daba de comer a los osos y los dejaba deambular por su cabaña sobándolos como si fueran el perrito de Susana Giménez. La verdad es que estuvieron bastante bien los osos, se lo bancaron un rato largo. En la segunda entrega, un guardabosques avisa que lo encontraron (despedazado, claro) adentro del estómago de un oso pardo [grizzly]. Me gusta el tono divertido del guardabosques cuando comenta: “Era inevitable que un día alguno de esos animales de más de 400 kg lo mirara bien y lo encontrara más apetitoso que el alimento balanceado que les daba”.

-Epa, se cagó muriendo Luis Aguilé. Hay momentos en los que miro algo y tengo la idea de que la ecuación universal se resuelve ante mis ojos (dando como resultado = ERROR). Me pasaba por ejemplo cada vez que miraba esos recitales de Luis Aguilé que pasaban en Crónica TV. El tipo parado ahí, solo contra un telón bajado, con esa presencia medio rara (un cuerpo deforme tapado con esos sacos cruzados enormes), cantando unas canciones horribles sobre pistas grabadas con órganos electrónicos. Nunca mostraban al público, pero esa era mi mayor curiosidad como espectador. Quiénes iban ahí, por qué, cómo era la vida de alguien que pagaba una entrada para ver a Luis Aguilé, se bañaba, se vestía bien, tomaba un colectivo hasta el teatro, etc…

 

4. Esta última época, mi relación con la tele se enfrió un poco. Paso mucho más tiempo frente a la computadora y escuchando radio. El uso que le doy sigue siendo plenamente evasivo. No soporto ver los noticieros, son inmirables. Sigo interesado en los documentales, últimamente me enganché con “La tierra sin humanos” (History Channel). Me gusta mucho la apertura que dice: “Bienvenidos a la tierra. Población: cero”. De chico me mataba con “Gilgamesh el inmortal”, una historieta excelente que salía en la revista El Tony, creo, o alguna otra de editorial Columba. No había un episodio malo, pero mis favoritos eran cuatro o cinco que transcurrían después de un holocausto nuclear y Gilgamesh caminaba la tierra desierta, entre construcciones vacías. Miraba películas en cines vacíos, con algunas butacas ocupadas por cadáveres resecos.

 

5. Hace un par de semanas me desmayé en la ducha. Caí como una bolsa de papas y llevado por la inercia de mis 110 kg me di la nuca contra el borde del inodoro. Estuve inconsciente poco más de una hora, y zafé porque los tajos que me hice (cuatro puntos de sutura) no sangraron mucho y porque me golpeé dos centímetros arriba de no sé qué pedazo de la nuca que si me pegaba ahí me cagaba matando. Pasé unos cuantos días atontado por la conmoción. El primer día que más o menos me pude levantar de la cama, por las dudas lo pasé sentado, trabajando en unos avioncitos de plástico a escala que venía armando desde antes. No estaba del todo bien, me notaba confundido y mantenía una leve pero perceptible falta de coordinación motriz (por ejemplo, arruiné una hélice porque insistía en forzar el ensamblado de unas piezas que no encajaban entre sí). Fue una jornada larga, sentado y tomando mate. De fondo tuve la cobertura en vivo de Canal 26 de un secuestro en Berazategui que duró más de diez horas. Un desequilibrado fanático de los uniformes había tomado una funeraria y tenía rehenes. La cosa era complicada porque el tipo no planteaba ninguna exigencia. Durante las primeras horas se fueron acumulando capas geológicas de hipótesis delirantes sobre la situación, pero de a poco se fueron conociendo algunos detalles más concretos: el tipo tenía problemas mentales, a duras penas había terminado el secundario nocturno y aparentemente había hecho la toma de rehenes para llamar la atención de su familia y de una mujer de la que estaba enamorado (la única persona que le hablaba en el colegio). Durante todo el tiempo que duró la cosa se especuló con la posibilidad de que entrara un grupo comando y lo matara. Más que especular, el tono era de “qué hacen que no entran y lo cagan a tiros”. Finalmente y para decepción de casi todo el mundo, el tipo terminó entregándose y la sangre no llegó al río. Lo mismo lo habrán recagado a palos en el patrullero (tres de los rehenes eran policías, uno de ellos mujer). Al otro día, en el programa de Mauro Viale, entrevistaron justamente a la mujer policía que había estado secuestrada. Habló durante quince minutos más o menos y quedó más que claro que si el secuestrador la limpiaba le hacía un favorcito al mundo.

“El armamento tecnológico y los anuncios de bebidas gaseosas coexisten en un dominio de luces enceguecedoras, gobernado por la publicidad y los seudoacontecimientos, la ciencia y la pornografía. La pornografía en cierto sentido es la forma narrativa más interesante políticamente, pues muestra cómo nos manipulamos y explotamos los unos a los otros de la manera más compulsiva y despiadada.” (James Graham Ballard, prólogo a Crash).

 

Imágenes [en la edición impresa]. Entre medio, Macro, Rosario; calle Florida, Buenos Aires.

Carlos Busqued nació en Presidencia Roque Sáenz Peña, Chaco, en 1970. En 2009, Anagrama publicó su primera novela, Bajo este sol tremendo. Administra el blog borderlinecarlito.blogspot.com.

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