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No es lo más usual que en un libro de traducciones, aunque sea bilingüe, se publiquen textos aún inéditos en su lugar de origen, pero es el caso de Aprender a dormir del poeta escocés contemporáneo John Burnside. El autor lo comenta en una introducción también escrita para la edición argentina, donde se nos informa que la tarea conjunta con su traductor, Daniel Lipara, le hizo además conocer aspectos de esos poemas que desconocía. Los poemas se refieren entonces a un estado actual de un autor que ya publicó una decena de libros o más y que parece someterse a una indagación de sí mismo y de su relación con el campo de lo sensible. Su yo separado en cada poema se pregunta por la continuidad no sólo en el próximo poema, sino también en el tiempo de una vida. El joven, el niño, que episódicamente hace aparecer la memoria, ¿son todavía el que hoy escribe? O mejor dicho: ¿hay alguna relación entre las estrofas que suenan y cuentan y piensan, puestas aquí en inglés y castellano, y la duración siempre dudosa de una vida? Las estrofas están hechas de interrupciones, encuentran en su forma limitada, es decir, su comienzo y su fin, el sentido de un fragmento que sólo en otro mundo, la otra estrofa, el otro idioma, los otros ojos que lean, podrá esbozar una suerte de totalidad, o al menos una línea de puntos que brillen lo suficiente como para ser vistos de lejos, en la noche. Y sin embargo esas estrofas tienen como referente la misma disolución de ese continuo imaginario llamado “vida”.
El poeta debe “aprender a dormir”, volver a encontrar el ritmo y el descanso, porque algo o varias cosas se han perdido. El dolor siempre se traduce en la imagen de una pérdida, y a veces se perdió incluso el recuerdo de lo desaparecido. La percepción desdibuja sus datos, que se reducen al rastro de unas palabras: “después afuera, donde toda gravedad es equitativa, / algún brazo de mar, alguna línea de la costa estridente de gaviotas / por la mañana; haciéndose más y más sutil / en el viento y el agua, hasta volverse nada”, según termina una parte del poema largo que da título al libro, que habla de alguien ausente, que ya no está para recibir las palabras más banales, y esa ausencia convierte al que escribe, rodeado de adornos de casas, jardines y lluvias, en una alegoría de la separación entre cuerpo y palabras. La figura final parece decir: no hay continuidad, el cuerpo se escande con los días así como el verso divide las partes del poema.
En otro poema de episodios, “Un ensayo sobre el duelo”, la primera parte se refiere a un dilema, palabras para cavar la tumba de un gatito y pensamientos que se dirigen a un hijo. Se diría que el duelo implicaría a la vez la distancia, la diferencia entre padre e hijo, pero también la cercanía, esa sensación de continuidad soñada en la semejanza física, gestual, de timbre de voz. La segunda parte es más breve, quizá más inquietante: “El sustituto”. Se basa en una leyenda europea, digamos celta, en la que un niño es raptado por seres mágicos y se coloca en su lugar, idéntico en apariencia, a uno de tales seres; en esa leyenda, al parecer, según explican algunas valiosas notas del traductor al final del libro, el sustituto es descubierto por los hombres y lo matan. El poema habla quizás de otra cosa. Dice: “el niño que fui y se perdió nunca fue encontrado”. En algún punto que cualquiera que mire atrás, en la masa generalizada de lo olvidado, podrá detectar o inventar, el niño se separó del hombre que escribe. En el poema, el sustituto sigue fingiendo, se sienta en la parte de atrás de un auto, pero lo delata su aversión a las golosinas. Es un ser demasiado antiguo para comer caramelos. Su destino, en el exceso de diferenciación, no parece muy lejos del sacrificio, aunque sea lento, bajo la forma de un trabajo, una vida sin bosque. El niño, mientras tanto, se fugó, no volvió más, como si no lo hubiesen raptado sino que antes bien hubiera decidido interrumpir la farsa de la infancia hogareña. Así termina el poema: “y aunque no fue un asunto de principios, o no del todo, / no volví por motivos personales, / una sombra en el bosque poniendo trampas / para criaturas extintas hace tiempo, y un dejo apenas / de caramelo o cigarrillos en los dedos”.
John Burnside es un poeta de los que no se encuentran fácilmente, pero tampoco es parte de un conjunto, sólo queda leerlo, apreciar la intensidad de su método poético.
John Burnside, Aprender a dormir, traducción y notas de Daniel Lipara, Audisea, 2017, 134 págs.
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