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Belacqua / Los huesos de Eco

Samuel Beckett

OTRAS LITERATURAS

A casi nadie se le escapa el hecho de que afiliarse a una tradición no es cosa de recibir pasivamente una herencia; al contrario, la faena tiene tanto de puja por forjar un lugar como de creatividad en las maneras de hacerlo. Beckett lo sabía; en sus comienzos intentó dar pelea, y luego desistió. De tan holgadas, las vestiduras del maestro debían resultarle molestas. Antes de acoger la vocación de pobreza y de hacer de la renuncia un credo, antes incluso de admitir que su senda estaba en restar más que en sumar, la sombra de Joyce lo ocupaba todo. Pero más que un caso de angustia de las influencias, el joven Beckett trajinaba un asalto a la identidad: hasta el talle de zapato le copiaba al autor de Ulises. Sin embargo, contra el lugar común que brega por un Beckett cuya obra sólo vale en tanto se muda a la lengua francesa para vivir expatriado, hay otro, de frondosas alusiones y descarado engreimiento, no menos singular. Aun al amparo de aquella sombra ubicua iba Beckett delineando su propia y oscilante silueta.

Belacqua —cuyo título original es More Pricks Than Kicks— es otro intento por parte de Beckett de hacer pie en la ficción luego de que varios editores rechazaran el manuscrito de su primera —y publicada póstumamente— novela (Sueño con mujeres que ni fu ni fa). Destilado y reelaboración de aquella, Belacqua se compone de una serie de relatos entrelazados por su protagonista, el homónimo del título, un intelectual perezoso, “sucio y despreciable”, así como por el tenor de sus aventuras y el emplazamiento de estas en Dublín y la campiña aledaña.

Más allá de su doble abolengo —dantesco y bíblico, respectivamente—, Belacqua Shuah es la versión protestante de Stephen Dedalus. Menos taciturno, algo achispado, pero igual de insufrible. Como otros protagonistas tempranos de Beckett —Murphy, Watt—, preferiría no actuar, pero se ve impelido a hacerlo, y los propios relatos se hacen eco de este fracaso, al perseverar en algo menos —pero también más— que la mera negación de la narración. Cada una de ellos gira en torno al encuentro de Belacqua con una mujer específica, cuya razón de ser es representar una faceta opuesta al pronunciado solipsismo de aquel, al punto de que cada escarceo horada su aparente subjetividad sin fisuras. Los flirteos truncos, las melopeas en bares turbios y las cavilantes meditaciones van recortando a contraluz la imagen de un ser que todavía es, pero quiere dejar de serlo.

El influjo y el distanciamiento del modelo pueden calibrarse en dos de los relatos. “Una noche cálida” es un guiño irreverente a “Los muertos”, el gran cuento de Joyce que tiene lugar durante una cena navideña de la alta sociedad dublinesa. Beckett replica la ambientación, pero despoja de calidez y nostalgia a la banalidad del festejo; y retoca el final: mientas Gabriel Conroy medita melancólicamente en el lecho conyugal, Belacqua abandona la cena borracho y desamparado. En cambio, “Dante y la langosta” —pieza mayor del conjunto— es otro cantar. Beckett dedica acá tres páginas a describir el método eximio a fin de tostar el pan para el almuerzo, el cual consiste en quemar las rebanadas hasta que dejarlas crujientes. Esta lógica fuera de quicio prefigura en cierta medida el silogismo disparatado de Watt o las chifladas permutaciones de piedras de Molloy, entre otros.

En Belacqua no está presente la división irreconciliable entre el orden de las palabras y el de las cosas, fundamental en la obra de Beckett a partir de Watt, y mucho menos el tartajoso predicamento de pobreza que tiene sitio de Molloy en adelante. Acá hay todavía un interés, bien que taimado, por la caricatura del personaje y de las situaciones, siempre apuntalado en el sostén móvil de la lengua. El fraseo ondulante —que va del uso de modismos irlandeses a proverbios latinos, de disquisiciones eruditas sobre poetas italianos del Renacimiento a la escatología de baja estofa— parece burlarse de sus respectivos estilos y convenciones. Y aun cuando la mezcla de lenguas y registros, y los juegos de palabras, recuerden al Joyce más alambicado, no es su música lo que suena. Falta sin duda el ingenio de aquel, lo que hace que las ocurrencias y caprichos de Beckett resulten un tanto arbitrarios. Sobre todo, extraña uno la sensualidad que hace de una escritura abigarrada algo más que una pura estridencia. Desde luego, en esa inadvertida toma de distancia, Beckett sólo se parece a sí mismo. Suyos son los manierismos del personaje, la dispersión anecdótica y el desplazamiento de lo real —siempre punzante en Joyce—. Buena parte del sentido de las referencias apiñadas en Belacqua se perdería irremediablemente si no fuera porque el traductor Matías Battistón —por lo general un cultor de la invisibilidad— complementa su extraordinaria labor con un escrupuloso —a veces en exceso— cuerpo de notas que, fiel al espíritu beckettiano, cubre un arco que va del humorismo sutil a la virulenta ironía.

El libro se publicaría en 1934, no sin cierta reticencia. El editor había pedido a Beckett uno o más relatos adicionales para darle una extensión apropiada al interés comercial, y el joven irlandés, entonces, escribió Los huesos de Eco, en el que Belacqua —muerto en el último relato— vuelve a la vida, o más bien despierta para darse cuenta de que nunca estuvo muerto. El viaje al inframundo de inconfundibles resonancias mitológicas —el lance incluye a un gigante impotente— le pareció al editor “una pesadilla”, por lo que quedó así fuera del conjunto e inédito hasta 2014, año en que se publica de manera póstuma en su idioma original. La versión actual —también a cargo de Battistón— es la primera en lengua española.

No es extraño que con el tiempo Beckett se alejara de Joyce —y en igual medida, de Dante y Proust—, es decir, no sólo de la lengua inglesa, sino de aquellos maestros de la acumulación, aquellos que parecían haberlo dicho todo y de una manera insuperable. Como quien va quitando elementos a una silla conforme se pregunta por su esencia, Beckett se purgó de intenciones. Al no tener nada que decir, entonces, diría menos que nada hasta volverse un profeta de la escasez.

 

Samuel Beckett, Belacqua, traducción y prólogo de Matías Battistón, Godot, 2025, 224 págs;  Los huesos de Eco, prólogo de Mark Nixon, traducción de Matías Battistón, Godot, 2025, 96 págs.

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