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Bouvard y Pécuchet

Gustave Flaubert

OTRAS LITERATURAS

Si la destrucción fue la Beatriz de Mallarmé es porque tiempo antes la estupidez lo fue de Flaubert. En el final de la literatura como práctica subordinada, que extrañamente es su comienzo como autonomía, por detrás de los restos que la cubren, asoma algo particular: el procedimiento. No importa ya si los versos son jirones de lenguaje, o si los temas se encuentran en la oscuridad de las páginas policiales, lo importante es el método. Aira lo señaló muy bien; lo decreciente es la orientación de nuestra modernidad; del cuantioso Balzac al Proust de un solo libro algo ha pasado, la literatura se ha vuelto imposible. Eso en Flaubert es distintivo: varias reescrituras de un mismo manuscrito, neurosis, afecciones, padecimientos con una simple frase y, desde ya, la inaptitud absoluta para la vida. La aspiración a la perfección lo gana todo, pero, aun así, en ello hay lugar para la ironía, el modo romántico por excelencia, pues ¿no es la estupidez el fin de todo procedimiento?

Bouvard y Pecuchét es acaso el extremismo irónico de Flaubert. Una novela que es una enciclopedia, un relato que al enumerar cuenta, una historia que descree de la intriga en procura de exponer la aspiración risueña del saber, desde ya que debe haber generado para su tiempo un malentendido, cuando no la más absoluta indiferencia. Sin embargo, no caben dudas de que esta es la primera novela en la cual la inteligencia literaria es la protagonista, aun cuando, ensañada con la estupidez, sucumbe ante ella. He aquí el mérito de su autor, transformar el espíritu de sus días en personaje. Mas allá de los dos copistas, suerte de antecedentes kafkianos de los limbos administrativos, Flaubert escribió esta novela no sólo contra aquello que se le volvía más que evidente: la distancia metódica en la cual se extravía el mundo, sino también contra él mismo, ya que escribir es incurrir en esa distancia. Moderno y anacrónico, Flaubert parece decirnos que cuanto más aspiramos a saber todo, más ignoramos lo evidente. ¿Qué son las ideas, las teorías, las ciencias que sus personajes copian y ejecutan si no más que simples aspiraciones a la totalidad que en rigor no muestran otra cosa más que fragmentos en el laberinto de la erudición?

Sufrir por la belleza es la traslación de un imperativo que rige en la filosofía: sufrir, sí, pero por las ideas. Y el destino tragicómico de los personajes de Flaubert está regido por ello. Desde el manejo de la tierra en su retiro campestre, donde emprenden su nueva vida orientada a ampliar sus horizontes, pues “leían los prospectos y, gracias a esa curiosidad, se desarrolló su inteligencia”, hasta el desarrollo de la química, la fisiología, la anatomía, el espiritismo, el esoterismo y la crítica literaria, Flaubert parece hacer desfilar ante nosotros un catálogo de equívocos, chistes, desgracias y sinrazones que son en realidad la historia de la humanidad. Condenados a repetir el mismo deseo, una y otra vez el fracaso es su nuevo entusiasmo. Tal vez por eso pocas veces personajes tan simples han sido tan nuestros, pues lo grotesco está en la llaneza de lo imperturbable.

Borges, Joyce y Beckett no sólo se sintieron admiradores de Flaubert, el que coleccionaba ocurrencias ridículas de una perfección apabullante, sino que también continuaron su despiadada empresa. En Daneri hay algo de la monstruosidad de los copistas; en Bloom otro tanto, tal vez en la ligereza de sus entusiasmos, y por supuesto, en los paralizados personajes de Beckett espera el más allá de lo inaugurado por los bonachones de Bretaña. Fiel a su programa de traducción, iniciado con Madame Bovary y Tres cuentos, la versión de Jorge Fondebrider corre delante de nosotros con el auxilio de precisiones insospechadas en las notas.

 

Gustave Flaubert, Bouvard y Pécuchet, traducción, prólogo, notas y selección de comentarios de Jorge Fondebrider, Eterna Cadencia, 2023, 664 págs.

28 Dic, 2023
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