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A las novelas como Breve historia de siete asesinatos se las suele llamar corales. En esta definición, sin embargo, no siempre queda claro qué rol juega la fragmentariedad, componente forzoso de todo relato que le niega la posición dominante a un narrador o conjunto de narradores. El consenso se hace imposible: los que narran aportan un ángulo de la historia, pero desconocen el resto. No hay armonía en el sentido coral, las voces no se sincronizan. En la novela de Marlon James, lo que los personajes no logran convenir es una respuesta más o menos acabada a la pregunta que se formula sola a lo largo de las casi ochocientas páginas: ¿en qué momento —y por ende cómo, por qué y por culpa de quién o de quiénes— se jodió Jamaica?
La fecha alrededor de la que gira la trama bien podría indicar que, para entonces, el país caribeño ya estaba irreparablemente jodido. El 3 de diciembre de 1976, Bob Marley y su familia sobrevivieron al ataque de siete pistoleros que invadieron la célebre casona de Hope Road 56. Todavía hoy los motivos del atentado son insumo de teorías paranoides: se habla de la relación que mantenían Marley y el primer ministro socialista de la época, se sugiere que la CIA algo tuvo que ver, se pormenorizan detalles cruentos de una batalla política que se dirimía a punta de pistola, no se descarta la cuestión racial. La isla ya llevaba años cocinando una guerra civil. Dos días después del tiroteo, con el pecho perforado y la cabeza quizás atiborrada de calmantes, Marley dio un concierto por la paz que no resolvió nada y precedió a otro todavía más enfático y monumental, que tendría lugar en 1978.
Con buen tino, James empuja al Cantante —así lo llama durante toda la novela— a un muy necesario segundo plano. Primera estrella global nacida en el Tercer Mundo, Marley aparece descrito como un fantasma, un seductor, un ingenuo, un Cristo mulato. Quienes narran son los forajidos que quisieron matarlo, una joven que merodea la casona, el puntero alfa de un gueto de Kingston, un periodista de rock, un jefe de espías, un capo narco y un largo etcétera. El elenco se distribuye las aristas de una anécdota que dispara otras y se multiplica, sin que la reiteración moleste, en una espiral de baños de sangre y marginalidad que rebalsa de Jamaica y alcanza también al Miami y la Nueva York de los ochenta.
¿Hay excesos? Por supuesto: algunos monólogos se extienden demasiado, ciertos personajes se parecen tanto que se confunden entre sí. Pero son apenas tics de un proyecto ambicioso que en unos años seguro alimentará una serie prestigiosa y multipremiada, estilo The Wire: HBO ya se agenció los derechos. Esto no implica un demérito, sólo una ligera recalibración. Cuando la novela fue galardonada en 2015 con el Premio Booker, un sector de la crítica anglosajona se lanzó a compararla con Mientras agonizo, la proeza formal de William Faulkner. En Breve historia de siete asesinatos —traducida por Javier Calvo y Wendy Guerra a fuerza de maridar slang cubano con español ibérico—, la profusión casi botánica de las voces no trae ambigüedad. Cada una de ellas está bien demarcada y se preocupa por contar su versión de los hechos sin enrarecer el lenguaje más de la cuenta. Es verdad que nadie se lo reclama y que el valor de la novela radica en otra parte, pero está visto que en el siglo XXI hasta la fragmentariedad tiene sus límites.
Marlon James, Breve historia de siete asesinatos, traducción de Javier Calvo y Wendy Guerra, Malpaso, 2019, 800 págs.
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