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Persuadido de que apiñando elementos dispares se propaga la extrañeza, China Miéville ensambla injertos como botánico desfachatado. En lugar de congregar el prodigio de una otredad empeñada en ocultarse, procura agitar superficies, desbaratar las junturas de la realidad y ensayar otras variantes. Con elasticidad para expandir cercos genéricos, contrabandea lenguajes de la ciencia ficción, el fantástico o el gótico, que luego fragua en mejunjes que a veces define como la versión pulp del surrealismo y mayormente como new weird.
Etiquetas aparte, la literatura de Miéville pertenece a una avanzada de obras que, con desparpajo y resultados desiguales, vienen zarandeando las expectativas de lectura acartonadas. La edición de Buscando a Jake y otros cuentos ofrece la oportunidad de cotejar lo dicho. Los personajes deambulan por topologías aberrantes y en continuo estado de mutación, ciudades desoladas o invadidas por criaturas repulsivas, bastardos de cruzas bizarras. En ocasiones buscan algo o a alguien, en otras reciben encargos indiscernibles o se topan con arcanos cotidianos; la cuota de azar involucrada en cada caso no les alcanza para encubrir lo que invariablemente son: coartadas para seguir durando. Los porfiados intentos de discernir un orden en el caos aparente no decantan sino en un abrirse a la sinrazón del mundo, o en desbaratarlo allí donde se presenta con la solidez de lo dado. Ahí están, por caso, el ex combatiente que escucha los susurros de los cimientos de las construcciones, la argamasa de cuerpos sobre la que se asienta la ciudad; el sujeto que cree recibir la instrucción de entregar objetos en lugares arbitrarios; el anciano que compra un vitral antiguo que deja ver otro tiempo; el brujo que arranca un trozo de sí que va tomando distintas formas a medida que incorpora todo a su paso, en una suerte de paroxismo surrealista; el guardia de seguridad que ve cómo la aparición fantasmal dentro de un pelotero trastoca la tranquilidad de los consumidores.
Como en toda antología, hay altibajos y cada lector atesorará su preferido. Pero, sin duda, “El azogue”, la nouvelle publicada hace más de una década por Interzona, es el plato fuerte del libro. A partir de un breve relato de Borges, Miéville imagina una Londres devastada por donde pululan “esporas de imago”, “detritus del espejo”. El material que los mantenía cautivos se ha agrietado y los espejos son ahora umbrales. En medio de labios que revolotean como mariposas, manos entrelazadas que vuelan como palomas y vampiros agazapados en subterráneos, el protagonista asume el propósito de restaurar el orden escindido. Una verdadera joya.
No cabe duda de que hay que celebrar el esfuerzo de una editorial pequeña como Ayarmanot que, en asociación con una editorial española, nos acerca a un autor de circulación discontinua en nuestro país. La traducción, sin embargo, empaña la consideración última. La nota editorial que abre el volumen aclara que se realizó un trabajo de “adaptación” sobre las traducciones peninsulares para verterlas al español rioplatense. Aunque no siempre el voseo es la solución más adecuada, el oído del lector sabrá agradecer el léxico y las inflexiones más cercanas. Ese pasaje, no obstante, acarrea la pérdida o modificación, según se mire, de los matices de la versión original de “El azogue”, firmada por Marcelo Cohen. Tal vez la decisión responda al dudoso intento de homogeneizar la lengua de los traductores. Sea como fuere, Buscando a Jake y otros cuentos es una auspiciosa invitación a la libérrima literatura de Miéville.
China Miéville, Buscando a Jake y otros relatos, prólogo de Cristina Jurado, traducción de Pilar San Román, Silvia Settling Schettin, Arrate HS, Cristina Jurado y Marcelo Cohen, adaptación al castellano rioplatense de Laura Ponce y Mallory May Craig-Kuhn, Ediciones Ayarmanot, 2019, 308 págs.
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