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Hay poetas que escriben como si en el trazo de la línea del poema se pusiera en juego cada vez algo del orden de la diferencia entre lo vivo y lo mortífero, o al menos entre el sentido de la existencia y el abismo del vacío; es decir, poetas que escriben como si cada verano fuera el último verano. En algunas ocasiones eso da como resultado una poesía trágica, con un mood fatal o extraño. En otros, una poesía delicadísima, sutil, que se eleva como un humo de rito sagrado. Denise Levertov pertenece a este último grupo. Dueña de una experiencia que atraviesa el siglo, dos continentes, guerras, paz, matrimonio, hijo, amor, desamor, vidas, muertes, logra transmitir esa tensión íntima como verdad del poema. Esta antología, una selección exquisita, da cuenta de sus diferentes momentos e incluye poemas que van desde la experiencia de la guerra a la contemplación del paisaje, el recuerdo de la infancia, las elevaciones místicas, con una variedad y una coherencia de tono notables.
Desde el primer poema, en el que hay rosas que tiemblan, hasta el último, toda una propuesta de vida en la escucha de lo mínimo, se puede observar una visión del mundo y de lo poético (ampliada esta última por el famoso ensayo “Forma en poesía”, que lo acompaña) que modula las posibilidades de decir en el borde donde la palabra poética apuesta a rozar su exceso. Aparecen, así, espacios para pensar los hiatos que se abren entre los seres humanos y el mundo que los rodea, o entre las personas en el amor, pero sobre todo un trabajo singular que busca hacer del poema a la vez ese espacio que permite que una bruma se levante (un celaje lingüístico que merodea una verdad que sólo puede tener lugar en el mismo poema) y que se descorra para mostrarse como manifestación de esa verdad misma (ahí donde el poema alcanza su punto máximo de acierto). Ni omnipotente ni impotente, el lenguaje poético se busca y alcanza su cenit de precisión como celebración de una profundidad y una elevación que no desconoce los datos materiales, sino que los eleva, a la vez motivo musical, conceptual y afectivo, y levanta con ellos una obra de detalle.
Para estas modulaciones, ha sido inusitadamente efectiva la colaboración de los traductores, en un trabajo que también en la versión en español equilibra exquisitamente las líneas internas de la poética de Levertov y alcanza una transmutación singular; por ejemplo, en el hermosísimo poema “El despegue”, donde la profusión de palabras esdrújulas, en combinación con la sintaxis, fuertemente paratáctica, y los cortes de verso, reinventa la adjetivación sutil y precisa de esta poesía, hecha de palabras de matiz culto.
Al mismo tiempo, hay una sencillez y una síntesis sintáctica que acercan el español a la rotundidad sajona, sin sequedad, como en “El secreto”: “Dos chicas, en un verso / súbito, descubren / el secreto de la / vida”.
Así, como ese ideal que plantea “La respiración”, los poemas y las traducciones se dirimen en la felicidad de “una respiración / que de tan sosegada no se escucha”, y es, por ello mismo, el centro de todo, y una dicha (la de lo que está vivo, la de la buena poesía).
Denise Levertov, Cada verano el último verano, selección y traducción de Alejandro Crotto y Ezequiel Zaidenwerg, Zindo & Gafuri, 2018, 128 págs.
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