OTRAS LITERATURAS

El diálogo que las obras de Édouard Levé mantienen con el arte contemporáneo no se agota en la mera referencia de contenido. Cada una de ellas tensa un puente entre vida y obra, en una serie de miniaturas radicales que descolocan la mirada. Afecto a las listas, los catálogos e inventarios, devoto de Marcel Duchamp y Raymond Roussel, pariente cercano de Joe Brainard y George Perec, Levé ha sabido trazar una línea conceptual que engloba toda su producción y se caracteriza por desdibujar límites. “En las fronteras me siento tan bien como si no estuviera en ninguna parte”, escribió en Autorretrato (2005).

Su primer trabajo, la serie de fotografías Portraits d’homonymes (1999), retrata a personas anónimas que comparten nombre y apellido con reconocidos artistas e intelectuales. El nombre, sostén de la identidad, no es algo tan propio, parece decirnos. Y así nos topamos con la primera marca que insiste en el resto de su trabajo: deshacer la singularidad de lo propio. En la serie Pornographie (2002), modelos vestidos con ropa elegante sport realizan distintas poses sexuales; toda posible carga erótica ha sido reemplazada por una apática frialdad de autómata. Aparece acá otra de sus marcas: desrealizar la escena.

Sin solución de continuidad, pasemos ahora a los escritos. En Autorretrato recurre a la cronología astillada de pintura cubista para exponer no una biografía, sino un retrato pixelado de sí mismo. La ausencia de jerarquías en la elección de los elementos (el gusto por unos Levi’s 501 tiene el mismo valor que sus intentos de suicidio) aplana el rango sentimental, pero paradójicamente permite ahondar en los estratos subjetivos de forma desprejuiciada. Doble especular de su antecesor, Suicidio (2008) elabora la autopsia de un amigo del autor que se quitó la vida a los veinticinco años, a partir de la costura indiscriminada que un relato en segunda persona hace de vivencias reales o inventadas. Obras (2018), como su título indica, es el catálogo razonado de 533 proyectos conceptuales imaginarios, una usina de ideas creativas en la que, fiel a su concepción de flujo de formatos, conviven literatura, fotografía, pintura, música, escultura, video, deriva, ready-made, instalación y performance en un estado virtual de potencialidades suspendidas. Estos textos insisten en el desdoblamiento, la utilización de materiales bastardos y el desbarajuste de categorías de la realidad.

A las anteriores, se suma ahora Diario, que viene a completar la edición de sus textos en español, publicados todos por la misma casa editorial, en vítreas traducciones de Matías Battistón. Se trata, en este caso, de tomar artículos periodísticos reales y operar por sustracción: quitar encabezados, onomásticos y fechas, es decir todo lo que permita su reconocimiento como una noticia anclada en tiempo y lugar. Queda de este modo la apariencia desnuda de un diario dividido en sus clásicas secciones, que deja huérfanas las preguntas básicas que todo diario contesta: quién, cuándo, dónde. Se produce así un reajuste de la mirada: lo lejano puede percibirse como próximo, y viceversa. No deja de resultar curioso que haya un resto ideológico irreductible al proceso de borramiento: la mirada del destinatario a quien se dirigía en principio la noticia. En una entrevista que se hizo a sí mismo, Levé sostiene que no se trata de destruir el significado, sino de volver a sentir apetito por él. En un mundo donde la proliferación de noticias neutraliza su contenido (el hábito cotidiano de ver la imagen de un cuerpo masacrado mientras se desayuna café y medialunas, o el de seguir el registro diario del incremento de la cifras de muertos por covid-19 como si se tratara de un torneo deportivo), donde la repetición y la banalidad aplanan el repertorio de la expresión sensible, no sería nocivo recuperar la avidez por un arte que nos despierte del letargo de la indolencia.

Édouard Levé, Diario, traducción de Matías Battistón, Eterna Cadencia, 2020, 96 págs.

Imagen: de la serie Pornographie, de Édouard Levé, 2002.

15 Oct, 2020
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