Otra Parte es un buscador de sorpresas de la cultura
más fiable que Google, Instagram, Youtube, Twitter o Spotify.
Lleva veinte años haciendo crítica, no quiere venderte nada y es gratis.
Apoyanos.
Ya se ha dicho varias veces que leer a Edward Lear es una delicia. Por varios motivos: hay una delicia del lenguaje que juega, y cuando juega nos saca del aquí y el ahora, pero nos saca sobre todo de lo ya sabido del lenguaje, y lo vuelve otro, un poco suelto, raro y atrevido; y está todo eso del ritmo y de la rima, como un lejano recuerdo de otra lengua, una de la infancia, la canción y la tibieza; pero está sobre todo esa punta de alfiler que pincha y no lastima en la salida de ingenio. Lear no es nunca cruel, pero da en el blanco; no es un crítico social, pero señala huecos, nunca da lecciones sobre nada que no sea la propia consistencia del poema, y se le agradece profundamente.
Si uno no ha accedido más que a leer algunos pocos limericks, puede pensar que todo esto es una exageración. Los limericks solos, género que Lear no inventó pero que consolidó definitivamente, ya valen la pena, completamente. Pero si quedara alguna duda, no hay más que leer este libro, que puede deparar un fin de semana inolvidable por lo placentero. No es sólo que rescata las muchas dimensiones en que Lear desarrolló una actividad incansable: la poesía (tanto los limericks como las canciones), los dibujos (se ganó la vida mucho tiempo como pintor y acuarelista de paisajes, y hasta llegó a ser maestro de dibujo de la reina Victoria), sino también las cartas que muestran a un buen amigo, cariñoso y divertido, un bromista melancólico y autoirónico, y algunas entradas de sus diarios.
Las traducciones son de las mejores que se hayan hecho, y se acompañan de pequeños ensayos en los que destacan, entre otros, la prosa de Mirta Rosenberg que habla de la vida y la obra del británico y sus hallazgos, un texto de Pablo Gianera sobre la poesía victoriana, una recopilación de fragmentos de otros poetas que hablan de Lear, y un trabajo de Eduardo Stupía que lo recupera como artista. Todo bajo la cuidadosa edición de Daniel Samoilovich, quien también tradujo algunos de los textos.
El conjunto levanta entonces, ante los ojos del lector, la obra y la vida de un artista: entre palabra e imagen, la poesía, un lenguaje imperial que se hace menor para decir otra cosa, la canción que con la burla menuda abre el espacio para decir lo que no se entiende porque no se entiende o es irracional, la inmensa soledad del que es o se siente diferente, las costumbres de una sociedad que a la vez incluye y deja de lado, la tristeza del enfermo solo y tímido que, sin pareja, se aferra demasiado a sus amigos o a sus gatos, la del que ama sobre todo la belleza, la venganza delicada que permite la retórica radical del absurdo que hace volar todo esto por los aires, como si nada, y el brillo de la lengua cuando se suelta y experimenta.
Todo eso junto es una frescura que, desde la pluma de un marginal que se crio en el centro del imperio pero recorrió sus bordes variados, nos llega desde el siglo XIX, mediado por poetas y escritores, traducido por maestros, llevado de boca a oído por fanáticos (no olvidemos el hermoso libro de Aira sobre el tema), y llega a nuestra manos: trae poesía que aquí rima con una ligeramente melancólica alegría, como la que se desprende de la amistad entre el zancudo y el abejorro, que “encontraron un botecito / con una vela gris, la otra rosa / y a la mar se hicieron, / y entre las espumosas / olas se fueron cada vez más lejos. / Navegaron por la callada superficie / del océano hasta la gran planicie / de Grombulia / y allí jugaron por siempre jamás / al témington y al nisbad”, o como los jumblies, que se hacen a la mar en un colador, y llegan sanos y salvos a destino, no se sabe cómo ni por qué, tan afortunados.
Edward Lear, El hombre que se arrojó al mar en el más improbable de los navíos, edición de Daniel Samoilovich, traducción de Daniel Samoilovich, Mirta Rosenberg, Guillermo Saavedra, Jaime Arrambide, Pablo Gianera y Eduardo Stupía, Bajo la Luna, 2023, 192 págs.
A dos meses de la muerte de su esposo, la narradora de Arboleda decide emprender en soledad el viaje a Italia que habían planeado juntos. A partir...
Lejos de ser una novedad en el escaparate literario, el fluir de la escritura ha sido explotado durante años desde múltiples aristas, sobre todo como técnica. Las...
Aunque en las novelas de Flann O´Brien no hay postulado científico que permanezca indemne, ni fundamento alguno que no esté supeditado a la ley suprema de la...
Send this to friend