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Suele asociarse la literatura china a una suerte de exotismo de exportación; paisajes rurales, ciruelos y parábolas serían parte de su manido repertorio. El invisible, la primera novela publicada en castellano del escritor chino Ge Fei y traducida por el poeta Miguel Ángel Petrecca, viene a desmontar esta idea. El narrador, el señor Cui, divorciado de una esposa adúltera, vive en un departamento prestado que tiene una grieta enorme en una de sus paredes por donde se filtra el viento. Prepara y ensambla amplificadores valvulares, “una profesión de ganancias ínfimas y actividad declinante”. Sus clientes —intelectuales petulantes, empresarios apáticos— no aprecian su trabajo artesanal; para ellos, es una mercancía más. Su hermana y la pareja, un par de manipuladores inescrupulosos, lo presionan para que abandone el departamento; la existencia rutinaria de Cui se trastoca: “Después de errar cuarenta y ocho años en este mundo, había llegado al punto de convertirme en alguien sin hogar”. Pero no hay espacio para recriminaciones y lamentos. Un aire de levedad recorre la novela; el narrador lo dice a su manera: “Soy una persona a la que le gusta mantener su percepción de las cosas en la superficie”. Por eso, en lugar de protestar, Cui sigue el consejo de su amigo Jiang Songping y acepta el encargo de un cliente misterioso que tal vez pertenece a la mafia. A partir de allí, la existencia de Cui deriva hacia territorios inexplorados donde puede que encuentre algo parecido a una familia. En la Beijing contemporánea —parece decirnos Ge Fei— todo el mundo está envuelto en una carrera apremiante por obtener prestigio y escalar posiciones; no hay lugar para la sabiduría ni para valorar el trabajo artesanal; lo que se pensaba imposible —la vuelta del capitalismo— hoy es realidad palpable. Aquellos que como Cui hacen elecciones conscientes para definir una identidad en sintonía con sus deseos son excluidos y envueltos por un manto de invisibilidad. Aceptar la propia invisibilidad es, entonces, el salvoconducto a una existencia singular. Sólo habitando esa orfandad radical, cobijándola como a una sombra, puede uno mirar el mundo por primera vez.
Ge Fei, El invisible, traducción de Miguel Ángel Petrecca, Adriana Hidalgo, 2016, 168 págs.
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