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Sindicada por la crítica en la estirpe de maximalistas como Thomas Pynchon o David Foster Wallace, El Nix es una de esas obras que pretenden abarcarlo todo. Pero allí donde los primeros persiguen la dispersión y la incertidumbre, Nathan Hill se adiestra en la contención y resolución de un rompecabezas. Más cercano a John Irving o Jonathan Franzen en sus vindicaciones de la novela decimonónica, cuando multiplica los hilos narrativos es para atarlos. Resumir el intrincado armazón de las setecientas páginas de la novela es una tarea peliaguda. Veamos qué sale.
Un acontecimiento provoca un desbarajuste en la urdimbre temporal de la vida del profesor de literatura, gamer y escritor frustrado Samuel Andresen-Anderson: veintitrés años después de haberlo abandonado, su madre reaparece en un video viral arrojando piedras a un candidato presidencial. Además del mote obligado de terrorista que le endosa la prensa post-2001, Samuel también se entera de que la mujer al parecer fue hippie radical y prostituta. El encargo del abogado de escribir una carta a favor de su madre se transmuta en la propuesta a su editor de escribir un libro en contra de ella y de esta forma cumplir finalmente con el contrato por una novela aplazada desde hace una década. Tironeado por el amor filial y el rencor por su ausencia, Samuel se embarca en una investigación para saber quién fue y, por lo tanto, quién es su madre. El resultado es, presumiblemente, el libro que estamos leyendo.
El doble apellido del protagonista anuncia una serie de desdoblamientos, como si cada personaje, incluso cada instante en el tiempo, tuviera una existencia paralela. De este modo, se miran en espejo las manifestaciones contra la Guerra de Vietnam que tuvieron lugar durante la Convención Nacional Demócrata, en 1968, y las manifestaciones contra la Guerra en Medio Oriente, en 2004. Un líder del movimiento estudiantil de los sesenta se ve reconvertido en el nuevo milenio en cínico promotor de intereses, capaz de mover los hilos tanto de la campaña presidencial como del estrellato de la cantante pop del momento. El propio Samuel tiene su correlato virtual: pasa horas luchando contra dragones y orcos en World of Elfscape bajo el seudónimo dickensiano de Dodger. En definitiva, se trata de elecciones. No casualmente un capítulo de la novela es un homenaje a la colección de libros Elige tu propia aventura: hay instantes decisivos en los que una vida se bifurca y tomar una decisión implica, no anular uno de los términos, sino llevarlo a cuestas como un doble fantasmal. Y si de fantasmas se trata, el principal es el que da título a la novela. En realidad un espíritu, según la mitología escandinava el Nix puede adoptar múltiples formas y perseguir a su víctima durante toda la vida. Es la historia que la madre de Samuel recibe de su padre noruego y transmite a su hijo, y de la que extrae una suerte de máxima vital que recorre todo el libro: “Las cosas que más amas serán las que más daño te harán algún día”.
Los capítulos alternan saltos temporales y modulan diferentes registros. Mención aparte merece el viaje virtual que realiza el mejor gamer de World of Elfscape y compañero de equipo de Samuel, desprendiéndose de todo armamento y atavío acumulado, hacia el sur del continente pixelado. Cerca del desenlace, el tono tragicómico va cediendo lugar a una aceptación esperanzadora que quizá enturbie la valoración final. Más allá de alguna transición forzada y de la precipitación en el ensamblaje del último tramo, El Nix es una primera novela ambiciosa, con dosis parejas de desparpajo imaginativo y acabado formal.
Nathan Hill, El Nix, traducción de Carles Andreu, Salamandra, 2018, 704 págs.
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