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Casi en las primeras líneas de El rey del tiempo aparece una declaración de Maiakovski que asevera que “Jlébnikov no es un poeta para consumidores. Ellos no lo deben leer. Jlébnikov es un poeta para productores”. Dicho esto hace noventa y ocho años, parece resultar profético tanto en su reivindicación de un autor poco asimilado por sus coetáneos como por las disputas que la lengua sostendría, hasta el día de hoy, contra y desde el mercado.
No se conocía en lengua castellana demasiado de la obra del poeta, dramaturgo, zoólogo, orientalista y matemático Velimir Jlébnikov (1885-1922). Los escritos de este autodenominado “futuriano” prefiguran los experimentos que luego sistematizarían las vanguardias del siglo XX, a saber: una predilección por los juegos del lenguaje y por las infinitas posibilidades de la combinatoria. O por el tiempo. Porque es dentro y fuera del tiempo, pensado a su vez como categorías del espacio, desde donde trabaja Jlébnikov. A veces gana tiempo condensando palabras como zhuravl, que a la vez significa “grulla” y “grúa”; a veces lo expande a través de neologismos como kruzhetok, que en un verso puede traducirse en dos palabras (“ligera giriente”): “Obedientes me cubrían las estrellas en ligera giriente”. Por momentos el tiempo se desarticula gracias a que en medio de un relato (con su particular tempo) se inscribe algo así como una miniobra de teatro dividida en planos y con estructura poética, y el conjunto deviene en un “súper-relato”.
Así y todo, las prácticas (en las declaraciones o en la dramaturgia) de Jlébnikov terminan por representar en palabras la potencia inherente de la poesía, ya que, como afirma el Mallarmé de Rohmer, “en verdad no existe la prosa […] cada vez que hay un estilo, hay versificación”. Y así lo demuestra cuando el poeta recuerda su infancia: “Mi pueblo se olvidó del mar, y esforzándose vanamente por conquistar la libertad se olvidó de que la libertad es hija del mar”. A su vez, es cierto lo que afirma Fulvio Franchi —valiente traductor del manuscrito— en torno a este “Colón de nuevos continentes de la poesía” cuando sostiene que “Jlébnikov nos obliga a desautomatizarnos, a arriesgarnos en una aventura que nunca nos va a llevar al puerto de la satisfacción semántica”; una aventura cuyo nudo Laura Estrin define como “choque, o mejor, ecuación entre tradición y búsqueda, extensión de los límites de la literatura en paronomasias e invenciones sonoras y de sentido”. Y es a esto último a lo que adscribe El rey del tiempo, ya que refleja plenamente el inextinguible propósito de la buena poesía: ser a la vez “una fiesta del sentido y una eterna juventud”.
Velimir Jlébnikov, El rey del tiempo. Obra reunida, traducción de Fulvio Franchi, Añosluz, 2019, 360 págs.
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