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Gracias a su resistencia y a la iniciativa de sus amigos —sobre todo la germanista Marthe Robert y el dramaturgo Arthur Adamov—, Antonin Artaud fue externado del hospital psiquiátrico de Rodez en 1946 y sobrevivió al brutal tratamiento de electroshock al que había sido sometido. Después de estar internado en diferentes instituciones durante nueve años, Artaud volvió a París y se instaló en un asilo de Ivry-sur-Seine, del que podía salir libremente. Al día siguiente de su llegada, lo visitó por primera vez el joven poeta Jacques Prevel, con quien había mantenido correspondencia y que le había enviado su primer libro. Desde ese día y hasta la muerte de Artaud en 1948, Prevel tomó notas sobre sus periódicos encuentros. Pasados años y vicisitudes, ese registro se convirtió en un texto cautivante, biografía fragmentaria del escritor amado, retrato astillado del ambiente artístico parisino de posguerra, crónica de un vínculo que excede lo literario y, al mismo tiempo, diario de los vaivenes amorosos y económicos de un joven poeta que busca su lugar.
Llegado unos años antes a París desde El Havre con su esposa Rolande, Prevel dejó un trabajito que tenía en la Biblioteca Nacional y se abocó a escribir, a visitar a Artaud, a buscar suscriptores para editar su próximo poemario. Adicto al opio y sus derivados, Artaud encontró en Prevel a su dealer de láudano, preparación que el joven conseguía con bastante facilidad a través de médicos que visitaba por su propia frágil salud. Las notas dan cuenta de los pagos y constantes préstamos sin devolución de Artaud a un Prevel de a ratos agobiado por la miseria. En una París que parece un vecindario, Prevel y Artaud iban y venían de Ivry a los apartamentos y a los cafés: el Flore, el Deux Magots, el Odéon, el Bar Vert, la Coupole, La Rhumerie.
En las conversaciones y misivas registradas, Artaud combina momentos de su feroz lucidez con otros en los que cavila sobre confabulaciones y hechizos contra él o sus amigos. Como sucede también en algunos de sus textos, estos dos estados no son excluyentes, ya que en sus implacables ataques e imprecaciones contra las instituciones, las convenciones sociales, el embaucamiento literario, el teatro “bien hecho” no pocas veces anida una lógica de la conspiración. Mientras Prevel se dejaba encantar por su retratado (“Siento, al observar su rostro fatigado, el profundo afecto que le tengo y el vacío que él llena en mí”, anota), Artaud escribía (de este período son, por ejemplo, Artaud el momo, Van Gogh el suicidado por la sociedad, “Alienación y magia negra”), dibujaba, hacía retratos de sus amigos. Esta crónica está atravesada también por esa red de nombres que rodeaba a Artaud: a los mencionados, se suman Breton —que se acerca después de años de la famosa ruptura—, Paule Thévenin —quien dedicó buena parte de su vida a la edición de las obras completas de Artaud—, Jean Paulhan, Gide —que aparece mencionado pero se mantenía a tensa distancia—, Jean-Louis Barrault y muchos más. Fueron los amigos quienes armaron las célebres veladas del Teatro Sarah-Benhardt y la del Vieux-Colombier con el fin de recaudar fondos para Artaud.
En compañía de Antonin Artaud fue fuente de dos documentales y una película de ficción. Esta excelente traducción de Mariano García viene acompañada por un prólogo de Salvador Gargiulo que realiza un exhaustivo y sustancioso repaso de la circulación de la obra de Artaud en el ámbito rioplatense. Como si fuera el reverso radical y dionisíaco de las Conversaciones con Goethe de Eckermann, el texto construye a través de la interacción entre Prevel y Artaud una mirada sobre la etapa final de un artista clave del siglo XX. El artista que llevó al límite, hasta el desquicio, tanto la programática búsqueda vanguardista de fusionar arte y vida como la figura moderna del dandy es el centro fulgurante de este texto. La poderosa impronta de Artaud magnetizó la escritura de Prevel de tal manera que el resultado es mucho más que un testimonio de esa existencia, es una obra con peso propio que a su vez hipnotiza al lector.
Jacques Prevel, En compañía de Antonin Artaud, traducción de Mariano García, Adriana Hidalgo, 2018, 260 págs.
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