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Lejos de ser una novedad en el escaparate literario, el fluir de la escritura ha sido explotado durante años desde múltiples aristas, sobre todo como técnica. Las novelas-río, los monólogos interiores y hasta la idea elemental de que el lenguaje es un cauce que puede gobernarse a sí mismo, correr a partir de un devenir sin reglas o a lo sumo con trayectorias e intensidades decididas en el momento, son algunas de las expresiones que ha asumido la persecución de una prosa tan libre como la naturaleza; es decir, una prosa que finge con palabras una prescindencia espontánea de lo que la palabra tiene de artificio, a punto tal que se han patentado ejercicios que permiten lograr, con cierto entrenamiento, una simulación más o menos eficaz.
Con sus juegos de palabras y su simpatía por las enumeraciones —para ambos Ariel Dilon encuentra siempre una traducción de potencia similar—, Exploración del flujo se apoya en esa gimnasia: todo en el libro de Marina Skalova está montado sobre una aparente construcción instintiva, aguijoneada por el torrente presentificado de quien jura escribir envuelto en llamas. Ante la pregunta de si hay sustancia bajo la pirotecnia, una respuesta posible estaría en la búsqueda temática. Skalova habla de un flujo mayor que el literario, que engloba a la literatura y hiende la frontera entre economía y política, Oriente y Occidente, historia macro y microhistorias. La gente es un flujo, la migración es planetaria y nadie puede asegurar que todos los afluentes se derramarán en un mar que por fin nos iguale, y donde todos flotemos.
El amasijo entre crónica y ensayo se vertebra en tres hechos, ocurridos entre 2015 y 2016 —la explosión de solicitudes de refugio en Francia y Alemania, los atentados de Estado Islámico en París y la clausura de las políticas de asilo de la Unión Europea—, que bautizaron el ingreso masivo de los problemas tercermundistas en el Viejo Continente. Peregrina endógena, nacida en Moscú y ahora habitante de Ginebra, Skalova señala lo urgente de la crisis mientras hace cabriolas con otros modos de comunicación entre cuerpos que se rozan. Hay flujo en el sexo, en el parto, en las cirugías a corazón abierto, en los avances del cáncer, en el odio entre religiones, en el diálogo entre culturas, en las barreras contra las que los hambrientos se agolpan, en el mar surcado por chalupas rebalsadas. Desde los gestos íntimos hasta los espasmos de la geopolítica, los movimientos obligan a renunciar a cualquier presunción de estabilidad; el exterior se desenfrena mientras unos se devoran a otros y el único dique es fingir demencia frente a la pantalla, compartir fotos de bebés en las redes y adherir sin dolor ni compromiso a las causas nobles que asaltan nuestros cobijos virtuales.
El remolino supuestamente desbocado de Exploración del flujo se agota antes del final, donde Skalova lleva adelante una operación tan pasible de elogio como de crítica. Dice que no puede más, que necesita detenerse, y lo que sigue son variaciones rácanas de frases previas, divertimentos poéticos que se reparten páginas que arden de blancura. Ya no importa si abandonó de verdad o si se trata de un nuevo ardid; lo que se siente es una renuncia sobre la que cuesta posicionarse. Estancado el flujo, reducida la catarata a goteo, esa perplejidad última quizás exija un peritaje incluso más hondo que el que todavía latía antes de cerrar el libro.
Marina Skalova, Exploración del flujo, traducción de Ariel Dilon, Paradiso, 2024, 72 págs.
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