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Los personajes de Stephen Dixon pueden ser tan patéticos, sórdidos y estremecedoramente conmovedores como un protagónico de Woody Allen. Su escritura recursiva y avinagrada, sin embargo, recuerda ciertos modales de Thomas Bernhard. En esa zona gris donde la comicidad roza con el infortunio psicopático toman cuerpo estas voces que no precisan de un decorado para proyectarse en el espacio. Y esto es así porque las volutas de sus frases remedan las tribulaciones del discurso inmediato. Genette prefería esta denominación a la de monólogo interior porque consideraba característico de este, no su interioridad, sino el hecho de estar “emancipado de cualquier patrocinio narrativo”. Nada de eso revestía mayor importancia para el neoyorquino, que siempre pareció aporrear su Remington sin tutelaje.
Quizá como efecto secundario por torear la angustia de las influencias, en cada uno de sus libros Dixon propuso una forma singular, indistinguible, no obstante, del contenido. Pocos libros más viscerales que la novela Interestatal, en la que un padre es testigo del asesinato de su hija. Pero si su lectura resulta perturbadora no se debe sólo al tema, sino a la manera traumática —reviviendo una y otra vez el suceso— de contarlo. Dixon se detiene un paso antes del relato, volviéndonos testigos pasivos de su formulación. Se trata del puro presente del proceso de pensamiento y de una vuelta de tuerca sobre el monólogo interior o discurso inmediato. Estas consideraciones lo mismo valen para Gould, que nada tiene que ver con el pianista, aunque sí con variaciones.
Conforme anticipa el subtítulo —Una novela en dos novelas—, el libro se compone de dos partes, “Abortos” y “Evangeline”. La primera, como el grueso de la obra de Dixon, cifra el decurso de una vida en un acontecimiento preciso con el que el protagonista se topa repetidamente. En algunos libros es la muerte, en otros el largo deterioro que trae aparejado una enfermedad; en Gould, ese acontecimiento es la interrupción del embarazo. En plural, más bien, ya que son cinco los abortos que, en un lapso de cuatro décadas, acontecen en la trayectoria amorosa de Gould Bookbinder. Desde la primera experiencia —a los diecisiete, cuando nada quiere saber con tener un bebé— hasta la última —a los cincuenta, cuando intenta forzar un embarazo sin que su esposa lo advierta—, parece haber un cambio —el deseo de tener un hijo—, pero sólo de manera aparente, ya que sigue siendo el mismo manipulador lúbrico e inescrupuloso de siempre. Esta historia de cronología desmembrada en torno a un centro irradiador se fragua sin el auxilio de rasgos circunstanciales, apenas con la fórmula “Él dijo/ Ella dijo”, que permite la alternancia del punto de vista y el simulacro de diálogo. Y en un solo y abigarrado párrafo, sin solución de continuidad, por cada uno de los abortos. Al pasar, se espejan personajes femeninos con impronta propia y cobra relieve el glissando del protagonista por los claroscuros de la existencia.
La segunda parte es una ramificación pormenorizada de una de las relaciones del protagonista. Se trata del vínculo con la temperamental Evangeline, apenas sostenido por el hilo de plata del sexo y el cariño que Gould profesa hacia el hijo de ella. En el relato, este pasado tormentoso se entrevera con un presente no menos gris. Y acá tampoco reserva Dixon simpatía alguna por su personaje, haciéndolo recorrer las sendas literarias menos transitadas. De ahí quizá el amplio espectro emocional del libro, que tiene en un polo la sordidez y en otro, la ternura.
A diferencia de lo que ocurre con otros escritores que demoran la frase en el largo aliento de lo inconcluso, en Dixon no hace falta apelar a la memoria o retener la respiración hasta alcanzar la cláusula lejana debido a que sus personajes se pierden con el lector. Dudas, rectificaciones, posibilidades: estos rumiantes no sólo sopesan lo que podría haber pasado, sino también las variantes de aquello que puede aún ocurrir. Y esa misma vigilancia sobre el albor de los sucesos se da en el interior de las frases. Todo lo cual podría derivar en un empaste grumoso si no fuera por la infatigable labor de Ariel Dilon, que vierte el farragoso torrente verbal en una lengua sin domicilio. Sugestivo patrocinio para un escritor que prefirió no reclamar herencia alguna.
Stephen Dixon, Gould. Una novela en dos novelas, traducción de Ariel Dilon, Eterna Cadencia, 2022, 296 págs.
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