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El mundo de las citas en la mediana edad, a través de los ojos de un padre divorciado que comienza una relación con una mujer literalmente atada a su insufrible hijo adolescente. Un grupo de amigas se reúnen con motivo de la enfermedad terminal de una de ellas. Una mujer analiza la gradual decadencia de su matrimonio, sin poder decidir si su futuro ex esposo tiene un tumor cerebral o ha sido abducido por una encubierta invasión extraterrestre. Un escritor de biografías por encargo asiste a una cena de beneficencia e intenta coquetear con una mujer sofisticada. Una cantante de rock en su crepúsculo se hace amiga de un anciano vecino, movida por un interés sin escrúpulos. Un oficial le “filtra” sin querer a su pareja las torturas de Abu Ghraib. Las inquietantes conductas de un adolescente esquizofrénico ponen en crisis la relación de pareja de su madre. Una boda es interrumpida de manera intempestiva por una banda de motoristas.
Una constelación de relaciones a punto de implosionar por el divorcio, la muerte, la desidia o el aburrimiento, protagonizadas por gente de mediana edad que está en conflicto consigo misma y que sufre alguna carencia o inseguridad emocional: ese es el magma narrativo en el que flota el último y esperado libro de relatos de la norteamericana Lorrie Moore, Gracias por la compañía. Y digo que flota porque, a diferencia de Como la vida misma (2003) o de su elogiado Pájaros de América (2006), a la mitad de las historias de este volumen les faltan la consistencia argumental y la profundidad de caracterización de los personajes que disfrutamos en sus anteriores libros. Todo eso está presente aquí, aunque en pequeñas dosis; sobre todo, esa comicidad que parece extrapolada de guiones de stand-up, como cuando un personaje dice: “Podías perder a alguien un poco, pero seguía recorriendo la Tierra. El final del amor era una gran película de zombies”; al caracterizar a uno de esos padres demasiado cool y maduros que “son tan viejos que parece que hubieran secuestrado a su propio hijo”; o en el insólito símil que se usa para describir el vestuario de una boda: “Las damas de honor llevaban ropa de colores pastel: una del color de melocotón claro de la aspirina infantil; otra del verde de la espuma de mar del clonazepam en dosis pequeñas; otra del narciso pálido de la siguiente dosis más baja de clonazepam. Qué buena idea tener la imagen de las Grandes Compañías Farmacéuticas en tu boda. ¿Cómo no se me había ocurrido? ¿Cómo no se me había ocurrido hasta entonces?”.
Sin embargo, en la mitad de las historias de este volumen se extraña esa fuerza gravitatoria que hace descender a los atribulados personajes desde el parnaso de la mediación literaria, para darles una consistencia y profundidad humanas, demasiado humanas; una visión cáustica, aunque con una cierta simpatía melancólica por el pathos de la vida de sus criaturas, que nos hizo imbuirnos de agridulces ficciones atravesadas por la ironía, las sentencias humorísticas y, sobre todo, la particular habilidad de Moore para ilustrar el imaginario del crepúsculo vital y sentimental de cualquier urbanita más o menos neurótico.
Lorrie Moore, Gracias por la compañía, traducción de Daniel Gascón, Seix Barral, 2015, 208 págs.
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