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Se podría argumentar, con claros —sobre todo volubles— ejemplos, que el ejercicio escritural sienta parte de sus bases en una razón numeraria que puede llegar incluso al desborde de lo supernumerario: la desmesura en las artes del retrato, la ilusión por contarlo “todo” (de un fenómeno, de una experiencia trascendental, de una vida) o las posibilidades técnicas de la escritura automática, entre otros múltiples ejercicios de estilo, han sostenido proyectos de envergadura notable, cuando no inasible. De las mil trescientas cuarenta y cuatro páginas de Contraluz de Thomas Pynchon a las más de cinco mil de Umbral de Juan Emar, pasando por los diecinueve tomos que conforman el famoso Journal littéraire de Paul Léautaud, se extrapolan efectos que dan cuenta de una ética de trabajo particular, pero que sobre todo determinan la tara de quien ha decidido entregar su vida a un proyecto que tiene como eje central la proyección de un tipo de interioridad.
La de Thomas Wolfe (Estados Unidos, 1900-1938) fue una vida intensamente breve y no carente de condimentos dóciles para con el registro: dedicado de lleno a construir su doble imagen de periodista y escritor, describe en Historia de una novela el viacrucis que tuvo que soportar entre el pasaje de su primera e impactante obra (El ángel que nos mira, 1929) a su, también notable, segunda incursión (Del tiempo y del río, 1935).
Como si se tratase de un perito mercantil, Wolfe nos detalla los cientos de miles de palabras que empiezan a componer un organismo vivo, singular en su inacabamiento, a la vez que descompone a su paso el tipo de existencia que esperaba agenciarse una vez afincado en la república de las letras. La suya es una pulsión por contar en su doble acepción: por un lado, hace un balance de palabras en sucesivas planillas contables que va acumulando, y por otro describe de qué tipo de palabras o reflexiones trata. Se percibe un coqueteo con cierta obscenidad recursiva, ya que siempre está volviendo a remarcar la fluida condición de su logorrea.
Pero hay algo en el sucinto libro de Wolfe que resulta tan evidente que tal vez y hasta ahora ha pasado desapercibido, y es justamente el de instituirse como guía de escritura para los no iniciados. Con mayor tino que la Patricia Highsmith de Cómo se escribe un libro de suspenso, Wolfe logra enmascarar su bajada de línea bajo la fórmula de la anécdota, de la historia de superación que sostiene el andamiaje novelesco de la guía. Siendo a esta altura un experimentado constructor de tramas, Wolfe acopia un sinnúmero de situaciones y personajes (como el flotante Maxwell Perkins) para lograr así la consecución de un objetivo: determinar de qué factura está hecha una novela.
Thomas Wolfe, Historia de una novela, traducción de Juan Cárdenas, Periférica, 2021, 104 págs.
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