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Cuando Thomas Pynchon hizo un ajuste de cuentas con sus relatos de juventud, expuso ciertos reparos a la idea de urdir ficciones a partir de conceptos abstractos. Sin embargo, un género al que le resulta redituable la idea contraria es la ciencia ficción. Usufructuando desde sus inicios los avances y contramarchas de las ciencias duras, en la década del sesenta incorporó los aportes de ese parteaguas que fue la Nueva Ola, aquellos escritores agrupados en torno a la revista inglesa New Worlds, que sostenían que en lugar del futuro y del espacio exterior había que indagar el presente y el espacio interior. Ian Watson supo barajar ambas corrientes en Incrustados, una novela de 1973, que durante años circuló con el título mobiliario de Empotrados y ahora se reedita con título y traducción más afinados.
Dentro del corpus de ficciones que estudian los vínculos entre lenguaje, pensamiento y realidad, Incrustados tiene la particularidad de ser la primera novela de ciencia ficción que utiliza la gramática transformacional de Noam Chomsky para tramar su argumento. Otros hitos del género como Babel 17, de Samuel Delany, Los lenguajes de Pao, de Jack Vance, Tiempo de cambios, de Robert Silverberg o, más recientemente, La historia de mi vida, de Ted Chiang, basan sus especulaciones en la hipótesis fuerte del relativismo lingüístico: cada lengua ejerce una influencia diferencial sobre el pensamiento y el modo de concebir la realidad. Por su parte, Chomsky sostiene, a grandes rasgos, que todas las lenguas comparten el mismo patrón de reglas, por lo que es posible sugerir que poseen una estructura básica común. Esta hipótesis incide tanto en el contenido como en la forma de la novela de Watson partiendo de una intriga simultánea a tres bandas: lingüística, antropológica y espacial.
Chris Sole es un lingüista que trabaja en un hospital inglés cuya fachada es el tratamiento de trastornos del lenguaje, pero que secretamente lleva cabo una investigación experimental que consiste en criar en aislamiento a unos niños indopakistaníes para diseñar una lengua artificial inspirada en el demencial poema Nuevas impresiones de África, de Raymond Roussel. A esta lengua artificial Sole la denomina “lengua autoincrustada”, porque al igual que el poema consiste en la incorporación de frases dentro de frases dentro de frases. La hipótesis de base es que si el cerebro humano pudiera ser capaz de hablar esta lengua, se obtendría “un mapa de los dominios potenciales del pensamiento humano”. Por su parte, el antropólogo francés Pierre Darrian tiene presente el poema de Roussel mientras estudia una tribu aborigen del Amazonas. La lengua de los xemahoas posee dos modalidades: el habla coloquial cotidiana y el habla afectada por la ingesta de un hongo alucinógeno. El antropólogo recuerda a su amigo Sole, quien llamaría a esta última modalidad “lengua incrustada”. La construcción de una presa financiada por Estados Unidos que tiene por objetivo resolver los problemas energéticos de Brasil y rifar los recursos naturales amenaza con anegar el territorio que ocupa la tribu; pero los xemahoas se niegan a marcharse. Por último, unos visitantes de distancias siderales, que surcan las mareas del tiempo y el espacio como surfistas avezados, llegan a la tierra con la misión de intercambiar cerebros humanos por conocimientos intergalácticos. Los sp´thras, traducido como “mercaderes de signos”, son una raza de lingüistas nostálgicos que consideran que cada lengua posee una forma de conceptualizar la realidad, y que si se estudiara el conocimiento de todas las lenguas del universo sería posible comprender la sintaxis de la realidad y así poder trascenderla. Estas tres tramas se “incrustan” unas en otras con pericia de malabarista, para conformar una novela absorbente, vertiginosa y confusa, como buena hija de su tiempo. Por sus páginas circulan científicos de ética dudosa, gobiernos tercermundistas que explotan riquezas naturales al servicio de élites y capitales extranjeros, cínicos y manipuladores varios que buscan controlar la opinión pública. Queda a cargo del lector decidir en qué medida una novela como esta alude a nuestro presente.
Ian Watson, Incrustados, traducción de Carlos Abreu e Irene Vidal, posfacio de Miguel Vitagliano, La Compañía, 2018, 320 págs.
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