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La aparición en nuestro país de Inéditos del escritor y fotógrafo Édouard Levé abre otra ventana hacia la atribulada, si bien lúdica, mente de un artista cuya labor coquetea morbosamente con las convenciones literarias y estéticas del presente. Desde Obras hasta su desconcertante, performático y unidireccional Suicidio, Levé fue un autor que siempre exploró las fronteras entre realidad y ficción, el estilo y la ausencia de estilo. En todos sus textos se encuentra el resto de una deliberada neutralidad que, lejos de ser una carencia, es una elección estilística cargada de sentido.
Como nos adelanta Thomas Clerc en su brillante prólogo, “el arte y la literatura, hay que recordarlo, son actividades inseguras, frágiles, y las comparaciones con el juego o el deporte en el fondo son metáforas que valdría la pena examinar con más atención”. El fiel lector del francés que se acerque a los Inéditos encontrará a un Levé conocido ya que, en el caso de “América, epopeya popular” —escrito que abre la serie— se sigue la estela de ciudades de nombre foráneo a Estados Unidos (como Berlín o París) y que acabarán convirtiéndose en un recuento fotográfico. En este capítulo de novela inconclusa Levé se extrema en su ejercicio vanguardista con una pareja de octogenarios que invita al narrador a participar en el rodaje de un pequeño vídeo pornográfico en una camioneta.
Además del road trip sui generis, el libro incluye unos sesenta textos de diferente extensión y temática: un abecedario oulipiano de turismo experimental, combinaciones métricas de obras conocidas y no tanto, microcuentos, fragmentos autobiográficos y un largo y exasperante etcétera. En todos los casos imaginamos a un Levé que observa, anota, detalla cosas que luego cambiará de posición, desplazando el sentido, las más de las veces, hacia lo incorrecto: desde los encuentros surrealistas en un restaurante desolado de Florida hasta las reflexiones existenciales en un hospital psiquiátrico, el autor nos sumerge en un mundo de contradicciones y paradojas, cada vez más dominado por la superficialidad y el artificio.
Este incluso permea un compendio de textos que cumplen la categoría del essai: más en su variante de prueba que de análisis concreto, se nota en cada ensayo su carácter inmaduro. No se podría juzgar a un lector que no conozca la obra de Levé si piensa que en Inéditos está frente a un raspado de olla, porque efectivamente eso es lo que hay; como también afirma Clerc, “su obra literaria parecía perfecta por su formalismo radical y la lógica de su trayectoria rectilínea”; aquí, por el contrario, más que de “ejercicios de estilo” se tiene la sensación de estar frente a las hermosas virutas de una gran obra en proceso y de un ruido de fondo que llama a reunirlas, quizás por un resto de memorabilia melancólica, quizás por la perspectiva de un gran angular que piensa en el legado de Levé en su conjunto. Jamás lo sabremos.
Lo más recomendable, en estos casos, es comenzar por el principio y buscar su Autorretrato, uno de los libros más impresionantes —por su arriesgado pulso continuo— escritos en lengua francesa en los últimos veinte años.
Édouard Levé, Inéditos, traducción de Matías Battistón, Eterna Cadencia, 2024, 392 págs.
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