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La boca pobre

Flann O’Brien

OTRAS LITERATURAS

Aunque en las novelas de Flann O´Brien no hay postulado científico que permanezca indemne, ni fundamento alguno que no esté supeditado a la ley suprema de la ficción, el tono invariablemente flemático con que se relatan los acontecimientos no tiene nada de disparatado. Impasibles ante la desgracia como ante el prodigio, los narradores de O´Brien —algo bisoños, algo lelos— nunca entienden del todo lo que sucede a su alrededor, pero lo aceptan como una fatalidad del destino. En La boca pobre, segunda novela del autor, toda posible desventura se recorta sobre el horizonte de una fatalidad mayor: el sino de ser irlandés.

Firmada con el seudónimo de Myles na gCopaleen y escrita en gaélico —una lengua crepuscular que, en aquel entonces (1941), vivía un sobrio reverdecer a causa del influjo nacionalista que ponderaba una Irlanda devota, inculta y rural, y cuyo programa se había refrendado en sendos volúmenes de corte autobiográfico de lectura escolar obligatoria—, La boca pobre ofrece una visión paródica de las convenciones narrativas y temáticas de aquellos libros que daban cuenta de la ringlera de penurias padecidas y del estoicismo concomitante de una cultura —de una lengua— en vías de desaparecer.

Myles na gCopaleen, entonces, se presenta apenas como el editor del manuscrito original de La boca pobre, con la salvedad de haber omitido una parte considerable del contenido a fin de resguardar el supuesto decoro. Impostura habitual en la obra de O´Brien que, en algunas oportunidades (El tercer policía), se vale de una ristra de notas al pie, y en otras (Nadar-dos-pájaros), de superponer capas y capas de ficción, a fin de interpelar las cuestiones aparentemente invariables de identidad y autoría. “Una novela satisfactoria”, escribió, “debería ser una farsa evidente, respecto a la cual pudiese regular a voluntad su grado de credulidad el lector”. Sin ir más lejos, Flann O’Brien era el seudónimo de Brian O’Nolan, su —digamos así— verdadero nombre.

En sus propios términos, la vida de Bonaparte Ó Cúnasa —narrador de la novela— no es más que la desdichada conjunción de lluvias perennes y patatas insulsas, sin que ello reporte queja alguna, puesto que siempre fue y siempre será así la fortuna de todo gaélico que se precie. Más que un personaje, Ó Cúnasa es un receptáculo de infortunios; sin embargo, la tragedia no hace mella en un talante más bien bonachón. Desde su nacimiento —a “muy poca edad (ni siquiera había cumplido un día)”—, la crónica de sus días y noches en Corca Dorcha —donde todos hablan un gaélico puro y formal que contrasta con la ignorancia unánime en la que están inmersos— es de una sordidez sólo morigerada por el relato que los propios habitantes hacen de sus estrechas condiciones de vida, y cuya lógica implacable reza que ser irlandés y hablar gaélico es vivir en la miseria absoluta, por lo que cualquiera que escape a ese destino lejos está de ser un auténtico hijo de la verde Erín.

Como buen comediante en prosa, O’Brien es un maestro de la repetición taimada. Una y otra vez, las situaciones desgraciadas se afrontan con categórica mansedumbre, con un fatalismo que promueve la hilaridad y hace tambalear el relato entre la causalidad sobria y la desdicha disparatada. Como Beckett le hace decir a Nell desde su tacho de basura en Fin de partida: “Nada es más divertido que la infelicidad”.

Si en buena medida la novela no se agota en un chiste privado, esto se debe al ingenio efervescente de O’Brien, que permite sortear el corsé que él mismo se impone y estirar las costuras de la risa. Y aunque aquí no hay inventos estrafalarios ni doctas disquisiciones sobre la consistencia del tiempo y la materia, la gravedad —con este cómico de la lengua— es lo primero que se pierde.

 

Flann O’Brien, La boca pobre, presentación y traducción de Antonio Rivero Taravillo, Nórdica, 2023, 152 págs.

17 Oct, 2024
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