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Si el Nobel premia la obra de una vida, al menos en ese aspecto es justo que Annie Ernaux lo haya recibido el año pasado. No se trata sólo de la orientación autoficcional —vínculo inocultable, de todas maneras, entre vida escrita y obra vivida—, sino también de cómo la francesa construyó, siempre en retrospectiva, haciendo de la memoria timonel, su mosaico de novelas.
Un mosaico sólido, con zonas delimitadas, precisas, que obliga a distanciarse para observarlo entero. Donde El lugar (2002) revisa desde todos los ángulos la muerte del padre, La vergüenza (1997) escenifica hasta el flagelo el día en que ese mismo padre estuvo a nada de matar a la madre, y El acontecimiento (2000) da cuenta de las circunstancias que llevaron a la autora a un aborto cuando era una estudiante universitaria. Entre todas ellas, entre todas las narraciones de Ernaux repartidas y auscultadas, se forma una constelación que aspira a ser mucho más que sumatoria. Puede que la forma elegida sea la escualidez —sus libros a gatas superan el centenar de páginas—, pero así y todo no hay resumen posible en el acoplado mundo de Annie. Entrar en él implica asumir la deuda de que sólo se lo entenderá si se lo absorbe completo.
Limitándose a su misión en el esquema general, La otra hija sopesa una pérdida que los silencios a su alrededor menguaron y difirieron, y que por eso no se siente como tal. La narradora tuvo una hermana que murió dos años antes de que ella naciera. En realidad no la tuvo, motivo que justifica la urgencia por llenar la nulidad con palabras: “No hemos jugado, comido, dormido juntas. Nunca te toqué ni te besé. No sé de qué color son tus ojos. Nunca te he visto. Existes sin cuerpo, sin voz, sólo una imagen plana en unas pocas fotos en blanco y negro”. Que el título de la novela mencione la alteridad en desmedro de la condición fraterna acentúa el lazo en suspenso. No hay diálogo con la hermana, sino con la vacancia con la que comparte progenitores. Por momentos la otra hija es la fallecida y por momentos, casi al final, como fijando posición, la narradora se reserva el epíteto para ella misma.
La hermana es un relato indirecto, atrapado durante una conversación entre adultos. La difteria se la llevó y después la inhumó el secreteo de unos padres ateridos por un matrimonio convulso. El lenguaje impone el doblez: se inventa una hermana a fuerza de nombrarla y el resultado —el acto puro de la escritura, desasido del libro final— es la prueba más patente de su inexistencia. Ni siquiera el despliegue hábil de la segunda persona logra quebrar el sinsabor del desafecto: “El ‘tú’ es una trampa. Tiene algo de sofocante e instaura entre nosotras una intimidad imaginaria con resabios de ofensa, suficiente para culpar”.
Tal vez la culpa sea una clave, el hilo de Ariadna que la prosa rumiante de Ernaux sugiere al lector, aunque lo que gotea por sus entresijos avisa que nada será suficiente. ¿Para qué escribir, entonces? La respuesta aguarda en la caza mayor de una vida-obra, en la corteza dolorosa y vibrátil que la autora lleva ya un largo tiempo desprendiendo de sí misma.
Annie Ernaux, La otra hija, traducción de Galo Ghigliotto, Los Libros de la Mujer Rota, 2022, 116 págs.
Imagen: still de Los años de Súper 8 (2022), guion de Annie Ernaux, dirección de Annie Ernaux y David Ernaux-Briot.
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