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La otra mitad de París

Giuseppe Scaraffia

OTRAS LITERATURAS

Con “la otra mitad”, el artista de la paráfrasis, el caballero de la fina estampa (mundana) que es el profesor Scaraffia alude a la rive droite del Sena de entreguerras, al margen menos supuesto del par que componen el polo magnético del campo cultural de Occidente durante la primera mitad del siglo XX. Un centro hecho de márgenes: acaso no sea otro el secreto de la inexorabilidad de París. Frívolo, sutil, resbaladizo, angélicamente iconoclasta (los prostitutos de Proust; la comezón de Monsieur Teste), como lo hiciera ya en su anterior y más panorámica Novela de la Costa Azul, Scaraffia ensaya, en su más reciente vaudeville cartográfico, una visita guiada (menos un free tour que un tour de force, patético, sí, pero de voluntad atonal) por los interiores parisinos donde mora, donde hace de todo menos crear, entre los años locos y la década aturdida (sirva André Breton como estigma), el fantasma de la vanguardia. Los fantasmas —sobre todo, los fantasmones— de la vanguardia y su epifanía burguesa.

Apartamentos, piezas de alquiler, hoteles, restaurantes, cafés, prostíbulos. El género scaraffiano de la antología novelada caza, selecciona y pincha —con el criterio y el alfiletero del fabulista— algunas delicadas mariposas del vivir exagerado. Establece anécdotas, detalles, rarezas, vicios, perversiones, destellos de genio y estulticia que sobrevuelan el bosque de signos (la literatura del yo) de la vida mundana, en un tiempo, o mejor dicho: como “en El tiempo recobrado describiría —Proust, según Scaraffia— la devoción de las grandes señoras à la page por las nuevas vanguardias: ‘El arte las había tocado como si fuera la gracia. Y, al igual que en el siglo XVII a las damas ilustres les daba por ingresar en un convento, ahora vivían en apartamentos llenos de cuadros cubistas, al tiempo que un pintor también cubista pintaba sólo para ellas y ellas vivían también sólo para él’”. En un tiempo y en un lugar, si se quiere, donde la vida literaria era muchas veces más moderna que la literatura que esa misma vida reconocía como tal. O cuando menos, estaba mejor escrita.

Cartas, diarios, memorias, biografías (y biógrafos: de Peter Ackroyd a François Caradec) oficiosas o facciosas, los materiales de los que se sirve la lectura procedimental de Scaraffia (la bibliografía —en fin— de La otra mitad de París) resulta en buena medida hoy más interesante incluso, o sobre todo, como itinerario de la imaginación, que su índice de obras mencionadas —que, dicho sea de paso, la edición del libro ni siquiera ofrece—. Desde luego, con la excepción configurando una edad de oro avant la lettre. Roussel, Proust, Valéry, Joyce, Beckett, Strachey, Tsvietáieva, Walter Benjamin, Nabokov, Queneau, Djuna Barnes, Cyril Connolly actúan como co-stars —en algunos casos, personajes de una sola pasada— dentro del gran fresco scaraffiano. El peso y la densidad narrativa (como la época) le pertenecen a Cocteau, a Louis Aragon, a Breton, a Drieu La Rochelle, a Gide, a Malraux, a Mauriac, a Henry Miller, a Saint-Exupéry, a Raymond Radiguet, a Tristán Tzara, a Colette. Autores de una vida clásica (si por clásico se entiende pertinacia intempestiva) tanto como de una obra avejentada, que en muchos casos sólo remite a un souvenir o un GIF de su tiempo, que rara vez persiste en tensión con su núcleo de sentido histórico, o que sólo se presta a ser leída, muchas veces, como ficción auxiliar de una escritura autobiográfica o de una impostura superadoras. Autores que se brindan, que piden ser reivindicados, conscientes de que el dandismo es también un humanismo, como personajes de ficción.

Los dobles agentes de Scaraffia en tal sentido (además de casi todos los pintores menos Dalí) son los nuncios de la lost generation: Fitzgerald, Hemingway. Algún otro mito viviente: George Simenon, cuya “fama de autor prolijo era tal, que le propusieron escribir en tres días y tres noches una novela en una jaula de vidrio colgada de la terraza del Moulin Rouge”. Reto que Sim —como le decían las bailarinas de can-can— aceptó, pero que no prosperó, acaso en beneficio, si no de su incalculable obra, sí de su estricta marca de estilo, y en perjuicio de la obra del propio Scaraffia, que no obstante sale airoso a la hora de aceptar el suyo: escribir como si nadie (ninguno de todos estos nombres) hubiera existido.

En La otra mitad de París no transcurre el tiempo, se superponen los espacios. El recorrido es dantesco (y el infierno son los otros). Pero los fantasmas son todos de un abate de Proust. “Allí [en el Ritz] una tropa de elegantes gigolós cortejaba y divertía a las herederas estadounidenses; los supuestos galanes hacían por ser vistos en la espesa cortina de humo. ‘El Ritz es un sitio tranquilo; mujeres inmensamente ricas, cuyas fortunas privarían del hambre a generaciones, saborean plácidamente su té como elegantes fantasmas’, observaba Marcel Proust”. Scaraffia y su recherche: la del topos perdido.

 

Giuseppe Scaraffia, La otra mitad de París, traducción de Francisco Campillo García, Periférica, 2023, 464 págs.

13 Feb, 2025
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