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Resulta harto curioso el fenómeno (por llamarlo de alguna manera) literario holandés, ya que de un tiempo a esta parte lo que parecía imposible sucedió: ¡los argentinos comenzamos a leer a autores provenientes de los Países Bajos! Quien no conozca al menos de oídas a Cees Noteboom probablemente mienta. Pero el hispanista y multipremiado autor parece haber sido obnubilado en la actualidad (para bien y para mal) por nuevas y heterogéneas voces como las de Doeschka Meijsing y Esther Gerritsen o, en el caso que nos convoca, la de Marente de Moor (La Haya, 1972).
La propuesta que trae a nuestras latitudes la joven escritora tiene algunos condimentos del roman à clef: en medio de la estepa rusa (geografía que por otra parte parece conocer bien), una pareja de biólogos intenta sobrellevar el tedio y las complicaciones conyugales que los atosigan; a la par, una serie de fenómenos se presentan de forma intermitente, apuntalando la vida a la manera casi clásica que ambos han decidido llevar. Estos raros fenómenos son, por supuesto, “los grandes sonidos”, una devolución que la naturaleza les hace para ver si logran develar cosa alguna. Esa “cosa alguna” coquetea todo el tiempo con lo indecible y es por eso que, a través de esa incertidumbre innominada, los personajes actúan de manera extraña, por momentos errática y casi siempre repetitiva; siempre merodea el fantasma del alcohol, siempre están volviendo las mismas canciones sin sentido, pero hay que decir que hay alguna que otra certeza: cada vez se vuelve más fehaciente el irreparable hecho de encontrarse en la más indefensa e indiferente soledad. Algo para resaltar es la estrategia que de Moor utiliza para llevarnos a través de la historia: emulando la cámara en mano de los documentalistas contemporáneos cual ejercicio de cinéma vérité, Nadja, la protagonista, nos comenta todo el tiempo sobre lo que está y no está ahí, sobre lo que piensa o no hacer, sobre lo cuesta arriba que se le hace el hecho de tener que cargar con un peso muerto (su demandante marido); en resumidas cuentas, sobre el marco general de una historia a través de un pulso sencillo.
Uno podría conjeturar que la lectura de Los grandes sonidos plantea una cuestión que resalta el rol de orfandad del sujeto contemporáneo frente a las manifestaciones de la naturaleza: perimida la experiencia de la lectura (en casi todas sus variantes), el humano contemporáneo habita un mundo que ya no puede, ni quiere, entender; un mundo que emite, como una caja negra, señales acaso indescifrables, acaso, por qué no, apocalípticas.
Marente de Moor, Los grandes sonidos, traducción de Micaela van Muylem y Marcela Cazau, Añosluz Editora, 2021, 312 págs.
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