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Durante siglos, las sociedades convivieron con sus locos sin demasiadas angustias, más allá de que a alguno se lo evitara y a otro se lo hiciera portador de revelaciones místicas. Luego se los empezó a encerrar en hospitales psiquiátricos. Y ahí seguimos, por ahora.
Daniel Paul Schreber (1842-1911) fue un juez penal de muchísimo prestigio en Dresde, Alemania, hasta que lo atacó la psicosis. Fue internado en diversas oportunidades y escribió un libro autobiográfico, Memorias de un enfermo de nervios, publicado y traducido a distintos idiomas, en el que consignó sus delirios. Su caso se hizo todavía más famoso por el estudio que el psicoanálisis hizo de él: Freud y Lacan, entre otros, lo usaron en sus investigaciones.
En Marionetas, Alex Pheby narra en tercera persona la vida de Schreber a partir de la mañana confusa en que sale de la casa en busca de su mujer para despertar, días o semanas más tarde, nuevamente internado en un hospital psiquiátrico por un hecho que no recuerda. La técnica narrativa, más bien pegada a un objetivismo elástico y a una lentitud por momentos exasperante, deja al lector a merced de la mente intrépida del enfermo, que suelta del inconsciente personas con la misma consistencia que las reales.
Hombres de otras épocas aparecen de la nada en el hospital psiquiátrico. Lo saben absolutamente todo de la vida de Schreber, se evaporan en un segundo, vuelven a aparecer para molestarlo con recuerdos ásperos o para burlarse. No menos ominoso resulta el cuidador Müller, cuyo único hermano fue condenado a la horca por Schreber años atrás. Porque eso era, o es, Schreber, un juez penal, es decir un hombre con una inmensa autoridad que decide sobre la libertad y la vida de los ciudadanos. Y si bien casi toda la filosofía del derecho penal da vueltas sobre los motivos que le otorgan al Estado el poder de encarcelar y hasta matar a un delincuente, ¿con qué fundamentos jurídicos se puede encerrar a un hombre enfermo y por eso inocente en contra de su voluntad?
Con buen criterio, Pheby evita la tentación de otorgar a los delirios y las imágenes surrealistas algún tipo de categoría poética. Más bien busca refugiarse en la racionalidad porque fuera de ella sólo existe la desesperación. Las escenas entrecruzadas y los abruptos saltos temporales desnudan con algún éxito el esquema del funcionamiento de la psicosis. Las páginas se van cargando de detalles del hospital. Escenas, diálogos y monólogos se toman todo el tiempo del mundo, como si alguien los estuviera analizando, cuadro a cuadro, en busca de algo, una cura o una lógica que no llega.
Situada en la época en que emerge un actor político nuevo, colectivo y extremadamente poderoso, el Estado-nación, y en una Europa que empieza a desarrollar un sinfín de tecnologías pesadas y a coquetear con las primeras ideas totalitarias que la arruinarán por duplicado pocas décadas más tarde, Marionetas es una hermosa apología del ser humano que sigue paso a paso a un hombre en su batalla desigual, no sólo contra la pesadilla que se proyecta a cada rato desde su cabeza, sino también contra médicos arrogantes e incompetentes, amigos que le dan la espalda, familia que lo olvida, pacientes que sólo saben babear lo poco de alma que les queda. La lucha lo dejará hecho cenizas, y con las cenizas caídas en el camino se escribe y esa escritura acaso nos redima a quienes estamos en libertad, del otro lado de las paredes blancas.
Alex Pheby, Marionetas, traducción de Martín Gambarotta, Compañía Naviera Ilimitada, 2019, 268 págs.
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