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Publicada originalmente en 1976, nacida al calor de la contracultura y los movimientos feministas de los Estados Unidos de esos años, Mujer al borde del tiempo es una obra claramente emparentada con ficciones como las de Ursula K. Le Guin, Octavia Butler o Margaret Atwood. Al igual que muchas de esas obras, esta novela absorbente y excepcional sigue teniendo, casi medio siglo más tarde, una inquietante vigencia.
La protagonista es Consuelo Ramos, Connie: una mujer chicana de mediana edad, pobre y gorda, que vive en Nueva York sola con sus luchas y sus duelos. La novela empieza cuando la encierran, injustamente y contra su voluntad, en una institución psiquiátrica: allí la atan, la aíslan, la medican (la acción se sitúa, recordemos, en plena época dorada de la psicofarmacología); allí, por sobre todas las cosas, no la escuchan. Como Connie bien percibe, para sus médicos los sentimientos —en especial los desbordantes— son una enfermedad, algo que hay que “extirpar como un apéndice podrido”, y los únicos factores que les interesan son los que creen poder manipular con drogas y electrodos. La historia social y política de sus dolores, su genealogía profundamente interseccional, no tiene cabida en su historia clínica.
Sólo este hilo hubiera bastado quizá para obtener una novela demoledora, pero Marge Piercy no se detiene ahí. Siempre con un pie en ese presente gris y asfixiante, la novela se abre a otros usos e inflexiones de la imaginación literaria para presentarnos vívidamente dos futuros alternativos: la utopía de Mattapoisett y la aterradora distopía de un mundo sin aire, sin comida, sin ternura. Se trata de dos posibilidades en pugna que, sin embargo, parecen coexistir (aunque nunca nos saca la duda: ¿son verdaderas visiones, viajes en el tiempo, o son más bien los delirios de una mujer quebrada? Y, lo que es más: ¿acaso importa?). La definición de esa guerra entre futuros parece estar en manos de una mujer desarraigada, rechazada, psiquiatrizada, desposeída, marginada… y eso tal vez sea lo más vertiginoso. Pero, como observa sabiamente un personaje del futuro: “Las personas poderosas no hacen revoluciones”.
La riqueza de Mujer al borde del tiempo radica no sólo en sus potentes fantasías, en su aguda crítica social, en sus personajes hondos y tremendamente humanos, sino en que la novela es todo eso, y más, a la vez. Entre las muchas verdades que este libro contiene —como joyitas bien guardadas— se encuentra la siguiente: que una obra de arte nunca puede contener, por sí sola, “todo lo que la gente quiere decir”. Y es irónico, porque, aunque no es un libro total (no existe tal cosa), este libro sí contiene mucho. Abarca mucho, y no por eso deja de apretar: aprieta, sobre todo, en la zona del pecho.
Marge Piercy, Mujer al borde del tiempo, traducción de Helen Torres, Consonni, 2020, 512 págs.
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