Otra Parte es un buscador de sorpresas de la cultura
más fiable que Google, Instagram, Youtube, Twitter o Spotify.
Lleva veinte años haciendo crítica, no quiere venderte nada y es gratis.
Apoyanos.
En la novela Los hermosos años del castigo, publicada por primera vez en 1989 por la editorial Adelphi, Fleur Jaeggy evoca en primera persona la época —desde su infancia hasta la primera juventud— en que la protagonista permanece pupila en un instituto para niñas en la ciudad suiza de Appenzell, muy cerca de aquella otra institución, en Herisau, donde el escritor Robert Walser pasó internado los últimos veinte años de su vida. La muerte de Walser —que lo toma de sorpresa dando un paseo por la nieve— ocupa, quizás por su potencia pictórica, un lugar privilegiado en la hagiografía literaria. La cercanía entre Jaeggy y Walser, más que por el acontecimiento fortuito de la geografía, se registra en algunos rasgos compartidos: una vocación por la renuncia, el juego de pasar desapercibidos. En El ángel de la guarda (1971), una novela anterior también protagonizada por niñas tan perturbadoras como perturbadas, Jaeggy escribe: “La sola idea de que se pueda ser algo me asusta. Prefiero las cosas que al tiempo que nacen se acaban”. Los capítulos en sus novelas, sus cuentos y sus pequeñas biografías son como las astillas invisibles que perduran después de que se han barrido las ruinas de una cristalería estallada: al pasar las páginas, se corre el riesgo de experimentar el ardor de algo ínfimo y filoso que se clava accidentalmente y queda latiendo en el interior de la carne.
Es poquísimo lo que sabemos sobre ella, porque Jaeggy es estrictamente reservada. El retrato que aparece en las solapas de sus libros es siempre el mismo: una joven Fleur mira a cámara, cruzada de brazos, algo renuente, como advirtiendo al fotógrafo que no acuerda con ser retratada, lleva un corte carré y una hebilla le sujeta el pelo sobre la frente. Jaeggy nació en Zúrich en 1940, pero su país de adopción es Italia y su madre (un dato verdaderamente curioso), argentina. En italiano ha escrito y publicado todos sus libros, que son poquísimos, breves, duros y porosos, como los huesos del esqueleto de un animalito expuesto en la vitrina de un museo. Es imposible, viendo esas fotos, imaginarla como a una anciana o, para decirlo mejor: no hay otro modo de imaginarla más que como a una niña vieja que escribe sin dar explicaciones y que —como le dice Guillermo Piro en una de las entrevistas que forman parte de su último libro— hace lo que se le da la reverenda gana.
El libro es Oda, seguido de Encuentro en el Bronx. Lo editó la Universidad Diego Portales y está construido como un extraño artefacto literario en el que hay dos textos principales flanqueados por un prólogo de Enrique Vila-Matas, hipnotizado por la figura de Jaeggy, una corta entrevista con un diligente y respetuoso Andrés Barba y la ya mencionada, también sucinta conversación, con un pícaro Guillermo Piro, dándoselas de gigoló, algo que a Jaeggy parece caerle en gracia. El volumen es, a pesar de los refuerzos, tan delgado, que sus pocas páginas apenas alcanzan para que el ejemplar contenga un lomo. Pero, y he aquí la maravilla, el conjunto, o el rejunte, es un delicioso bocatto di cardinale.
El primero de los textos, Oda, es una suerte de boceto de una biografía de Robert Walser, escrita con el pulso poético que caracteriza toda la obra de Jaeggy, donde lo único que cuenta es esa particular articulación de frases a las que se les ha sustraído toda superflua explicación, que no concluye nada y, como muchas de las entradas del diario de Kafka, parece haber sido abandonada como si las manos que tipeaban sobre la máquina de escribir de pronto se hubieran quedado sin fuerzas para continuar. El otro, tanto más enigmático, empieza como el relato de un encuentro con el escritor y científico Oliver Sacks para, a los pocos párrafos, desviar su atención hacia una zona inesperada y flotante, como si la que narrara fuera una niña con déficit de atención. Una vez que se ha llegado al punto final, lo que se experimenta es un feliz desconcierto.
Fleur Jaeggy, Oda, seguido de Encuentro en el Bronx, prólogo de Enrique Vila-Matas, traducción de María Ángeles Cabré, Ediciones UDP, 2024, 76 págs.
¿Por qué el laconismo no hace vanguardia? ¿Por qué la experimentación parece quedar siempre del lado de las oraciones botánicas, la sintaxis intrincada y la arqueología de...
No todos los días se escribe sobre el primer libro de una editorial naciente como Palmeras Salvajes, que inicia su catálogo con Risa negra, el libro más...
Inspirada en la noticia del fallecimiento de una mujer en una comunidad de Utrecht (Países Bajos) durante el verano de 2017, Gerda Blees (1985), escritora y poeta...
Send this to friend