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Otras crónicas marcianas

Ray Bradbury

OTRAS LITERATURAS

A nadie se le escapa que la herencia de Ray Bradbury es preferible ponderarla no tanto a cuenta de un ambiguo sortilegio del porvenir como de la pintura de un paisaje desolado y poblado de mitos. Aunque en varias ocasiones el autor de Fahrenheit 451 mencionó que buscaba menos predecir el futuro que prevenirlo, la conquista de ese vasto espejo para la humanidad que representa su planeta Marte prefiere, sin embargo, otear el pasado. “De haberse tratado de ciencia ficción práctica y tecnológicamente eficiente”, confesó a su biógrafo, “hace tiempo que descansaría cubierta de herrumbre en la cuneta”. Quizá debido a que en su fuero más íntimo siempre había anidado la simiente del poeta, Bradbury entintó el género de una imborrable pátina de melancolía. Acaso sea esa su mayor contribución.

De la parva de relatos emplazados en el planeta rojo que venía publicando en las revistas de la edad de oro del género, Bradbury tuvo que desechar aquellos que no se avenían con una secuencia cronológica general. La sugerencia del editor de entonces fue tender vasos comunicantes entre relatos a fin de concebir una novela. Así nació el maravilloso fix-up de Crónicas marcianas; y así también, su reverso.

Marcial Souto —traductor de Ballard, Sturgeon, Delany, Orwell y, entre otros, del propio Bradbury— acaba de traducir una decena de esos relatos que permanecían arrumbados en dispersas publicaciones o directamente inéditos. El volumen se titula Otras crónicas marcianas y comparte con su predecesor el mismo espíritu de fascinación crepuscular por un mundo demasiado semejante al dejado atrás, un mundo extenuado de humanidad antes incluso del primer contacto. Y comparte, también, una misma vocación de coherencia.

La paleta es generosa y variopinta, como corresponde a la obra de Bradbury. Una entidad se inmiscuye en la psiquis de los visitantes llevándolos a un estado rayano en la locura. Un rabino, un obispo y un pastor departen animadamente acerca de la llegada del Mesías. Un marciano sigue el rastro de una humana, la acecha, espía sus conversaciones, ella a todas luces una prostituta anhelante de clientes. También hay una familia que comienza a experimentar una subrepticia mutación marciana. Y una botella que colma de deseos a su portador. Abundan las decepciones y el lamento por el pasado abandonado. La vida nueva tiene un sabor añejo, más bien rancio. Del conjunto sobresale “Yo, Marte”, una pieza en la que el protagonista es atosigado por llamadas telefónicas de una versión pasada de sí mismo y que puede leerse como un plagio por anticipación de “El otro”.

Un mismo paisaje iguala los distintos argumentos. Un paisaje yermo, afecto al “polvo de canela y a los aires vinosos”. Es allí donde relumbra la vena poética de Bradbury. Por momentos anticipa a Ballard, se codea con Dalí: “Los neumáticos sobre los que se habían columpiado los niños en los patios traseros colgaban suspendidos como péndulos de relojes parados en el aire abrasador”. En otros, remeda a Sherwood Anderson o a John Steinbeck. Nótese que a Bradbury le caben mejor las afinidades electivas fuera del género. Porque, claro, este Marte lejos está de ser la sombra desechada del otro. Pide tanta lumbre como oscuridad puede ofrecer.

 

Ray Bradbury, Otras crónicas marcianas, selección, traducción y prólogo de Marcial Souto, ilustraciones de David de las Heras, Libros del Zorro Rojo, 2022, 136 págs.

13 Abr, 2023
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