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Un hombre merodea por la habitación de un hotel grisáceo y silencioso. Los recuerdos de su vida, opacos, de definición crujiente, naufragan por su cabeza. El mar, afuera, se ondula extrañamente, con la textura de un pelaje gatuno. El hombre se decide a escribirle cartas a su mujer, cuyo nombre, resbaladizo, se le escapa. No es el único: es incapaz, asimismo, de recordar el propio. Una certeza, sin embargo, ancla su ser: está muerto. Y en la escritura anhela descubrir tanto la razón de su fallecimiento como su nombre y el de su amada. El texto en cuestión es “Clavel, Azucena, Azucena, Rosa” y abre Pasan cosas más extrañas, el libro de cuentos de la norteamericana Kelly Link. Y podría decirse que es apenas un primer acceso —y de los más conservadores— a su extraño, desopilante, bizarro mundo.
En “Agua que resbala por el lomo de un perro negro”, Link demuestra su maestría al graduar la densidad de una atmósfera ominosa. Un joven bibliotecario conoce a la familia de su novia, enquistada en una zona alejada, rural. Mientras que el suegro carece de nariz, que reemplaza por prótesis de distintos materiales, la suegra parece renguear: lleva una pata de palo por pierna derecha y dos perros feroces la circundan constantemente, como centinelas inquietos. Se olfatea un desgarro, una violencia inminente, un acontecimiento traumático por venir, que Link sabe desinflar e insuflar a gusto, manipular a su antojo.
En la introducción a Magia para principiantes, el libro de relatos publicado en 2021 por Evaristo, Marcelo Cohen sostenía que Link —si de etiquetas se trata— recorría los anárquicos caminos del weird: “Sus cuentos —escribe allí Cohen— arrastran la sombra de la brujas quemadas y los ocasos lúgubres que Hawthorne veía en su país, el disparate verbal performativo de Lewis Caroll, los enredos diabólicos de E.T.A. Hoffman, los fantasmas de M.R. James, pero también el melodrama pudoroso de Capote o de Cheever, y los encadenamientos de Las mil y una noches, y el cuento folklórico secular”.
Como sea, el genio de la autora se vislumbra cuando se atreve a sondear formas que escapan de las medidas tradicionales de los géneros. En “El fantasma de Louise”, por caso, dos amigas comparten el nombre, un vínculo estrechísimo y sopesan la manera de deshacerse del fantasma que convive con una de ellas. En “La mayoría de mis amigos son dos tercios de agua”, las mujeres rubias de New York, según un amigo de la narradora, son aliens que pululan entre los humanos desprevenidos.
En el universo de Link deambulan princesas perezosas y esposas de dictadores; niñas detectives y chicas que se desintegran paulatinamente; fantasmas que cambian de tamaño y hombres que manejan una única verdad: la de estar muertos. De todos modos, más allá de su talento para diseñar atmósferas, para repensar los cuentos de hadas en clave feminista, de sus aproximaciones al fantástico y a la ciencia ficción, la mejor Link, como se sostuvo en una de las recientes críticas a este libro, es la que no se parece a nadie.
Kelly Link, Pasan cosas más extrañas, traducción de Tomás Downey, Evaristo, 2022, 366 págs.
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