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En tiempos de selfies, y más en un ámbito plagado de egos como es la literatura, parece un buen ejercicio correr al yo del centro de la escena. Rachel Cusk lo hace: escribe desde los márgenes de su propio texto. En el centro, como una columna vertebral, están las conversaciones en las que ella apenas interviene y en las que logra que sus interlocutores vayan desplegando sus historias con una especie de triste generosidad.
Al comienzo del libro es su compañero de asiento en un avión quien le cuenta la vida de su familia en torno a la de un perro. Es un hombre corpulento y no logra acomodarse en el asiento de clase económica. Tal vez esa misma sensación de incomodidad, de no encajar, sea la que une a todos los personajes que desfilan mostrando sus vidas frente a Faye, una escritora que viaja a un país que no se nombra a participar de una convención literaria.
Prestigio es el tercer volumen de una trilogía en la que Cusk hace uso de este mecanismo de invisibilización. Y es el mecanismo en sí, la forma, lo que más ha llamado la atención de la crítica. La forma, que también es el mensaje.
Cusk escribió antes, en una primera persona tradicional, memorias acerca de su separación y de su experiencia como madre. Generó una gran polémica y fue atacada por su visión no convencional de la maternidad. No convencional en 2001 y casi convencional hoy en día, en el sentido de que no podría suscitar una reacción abiertamente negativa como lo hizo entonces.
Puesta a escribir nuevamente, Cusk dice que intentó buscar el modo de decir lo que tenía que decir sin ofrecerse como blanco para este tipo de ataques. Se situó entonces en el margen. Esto ya ha sido hecho. Por ejemplo, por Saint-Exupéry en El principito, por Sebald en su maravillosa Austerlitz. Pero así como Sebald dejó el centro para el protagonista de su novela, Cusk hace circular por allí a tantos personajes-narradores que es inevitable ver en el centro no a los actores, sino el escenario en sí. Y qué es un escenario sino un lugar vacío.
Tal vez a quien se le ofrece ese lugar es al lector. Se le ofrecen el lugar y las preguntas. Preguntas sobre los vínculos, sobre el sentido en la vida moderna, sobre conceptos como el de justicia o el de salud, sobre la literatura y sobre el mundillo editorial. Una mujer ha caído por un precipicio y se ha roto todos los huesos, pero camina hasta un refugio simplemente porque no sabe que sus huesos están rotos; un hombre siente que la hombría es cavar un pozo para enterrar a su perro; una pareja continúa viviendo junta después de saber que ambos preferirían divorciarse.
En la solapa del libro se dice que Cusk buscó eliminar la subjetividad, pero es ella quien elige para nosotros a los interlocutores de Faye, recorta con destreza sus discursos y los presenta con una inteligencia elegante y algo irónica (un ligero toque inglés a esta prosa con aire norteamericano). El modo de invisibilizarse de Faye es sumamente femenino, y cuando se asoma al centro y actúa es para conversar con sus hijos. Toda una respuesta a las acusaciones que padeció en 2001. Cusk nos deja el espacio del centro y las preguntas y tal vez ese lugar resulte incómodo como un asiento de clase económica. Pero en un avión quienes están cómodos llegan al mismo lugar que quienes no lo están. No ocurre así en el juego que nos toca jugar.
Rachel Cusk, Prestigio, traducción de Catalina Martínez Muñoz, Libros del Asteroide, 2018, 224 págs.
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