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El eje de ¿Quién se hará cargo del hospital de ranas?, novela breve de Lorrie Moore, es la historia de la amistad entre dos chicas adolescentes de un pueblo del noreste de Estados Unidos. Una de ellas, Berie Carr, curadora de historia, evoca aquel tiempo —en el que definió su identidad— veinte años después, con la nostalgia y el desencanto que provoca la cercanía de los cuarenta.
Durante un viaje a París, en el que acompaña a su marido a un congreso, pide reiteradamente, en el restorán, un plato con sesos, para conducir su memoria hacia aquella amistad de infancia y adolescencia de una manera proustiana, y mientras recuerda, comienza a admitir que a su matrimonio sólo lo sostiene la simulación, quizá como espejo de Storyland, el parque temático que recrea libros de cuentos infantiles en el que ella y su amiga trabajaban; una fantasía idílica y tan mentirosa como casarse, comer perdices y ser felices, a su vez reflejo de los Estados Unidos de América, cuyos sueños de gloria se realizan en el camino de una historia y una tradición de las que no conviene apartarse. A la salida del parque hay una tienda de souvenirs, el último eslabón mercantil de la cadena de apariencias, metáfora de un país fundado en la grandeza de lo artificial.
Publicada en 1994, durante la época del capitalismo exacerbado, el tono de esta nouvelle –impregnado del humor mordaz que es marca registrada de Moore, con sus expresiones irónicas y comentarios afilados– es melancólico, y se hace eco del estado de ánimo pesimista de quien redescubre o reinventa el pasado cuando ya ha vivido en carne propia que los sapos no se transforman en príncipes. Todo lo contrario: lucen tan magullados por los besos recibidos que no podrían salvarlos princesas, ni santas, ni enfermeras. A la vez, alude metaficcionalmente a la manera en que está construida la novela: el “sendero de los recuerdos” era el lugar del parque temático donde las amigas hacían su descanso durante el almuerzo. Y, por otro lado, si acaso hubiera un exceso de referencias a las ranas del título, Moore (quien participará del Filba en septiembre) le da a la cuestión también un giro feminista: a cierta edad, una mujer no besaría a un sapo para que se convierta en príncipe, lo haría porque le resulta más interesante un sapo que habla que un príncipe.
El gran placer de este libro reside en la voz narradora de Berie, ágil e inteligente, una especie de naturaleza anfibia, que se siente exiliada tanto de su hogar cristiano como del parque temático. Ambos prometen finales felices pero falsos: el parque tapa velozmente con una suculenta indemnización el accidente que le cuesta las piernas a un niño, y el matrimonio vacío de Berie —en el que rige la decisión de no tener hijos propios porque ambos portan un gen defectuoso— sólo se colma con las infidelidades de su marido.
Sin lugar a duda, es posible experimentar ese placer en castellano gracias a la eficaz traducción de Inés Garland.
Lorrie Moore, ¿Quién se hará cargo del hospital de ranas?, traducción de Inés Garland, Eterna Cadencia, 2019, 176 págs.
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