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En El dios salvaje, ese manifiesto demoledor sobre el suicidio, Al Alvarez cuenta que los meses previos a que su amiga Sylvia Plath se suicidara fueron para ella de una creatividad asombrosa. Algo parecido, dice, pasó con Cesare Pavese, que se mató en el cénit de su potencia creativa. Otro buen ejemplo de esto, que no está en el libro pero cumple con creces lo que Alvarez destaca (la explosión de creatividad antes del final autoinflingido), es el de Ryūnosuke Akutagawa, mítico escritor japonés, impulsor del modernismo oriental, que se suicidó a los treinta y cinco años tomando una dosis terminal del somnífero Veronal en 1927, año en el que escribió, entre otros, Kappa, El hombre de Occidente, Ruedas dentadas (también conocida como Los engranajes) y La vida de un estúpido. Estos últimos dos libros fueron ahora traducidos y publicados por la editorial chilena Abducción, que vio en el final una buena manera de ingresar en el universo poético y atormentado de Akutagawa.
Ruedas dentadas narra en primera persona un viaje a Tokio del autor, el señor A —sí, Akutagawa podía también ser un maestro de la autoficción—, un reconocido escritor que padece migrañas, alucinaciones e insomnio y tiene problemas en la vista (las ruedas dentadas son esos puntos semitransparentes que giran sin cesar en su campo visual). El señor A intenta escribir una novela, pero se le hace difícil lidiar con sus demonios internos —su intensa lucha psicológica—, que lo hacen ir perdiendo la razón. La vida de un estúpido es en cambio una autobiografía en escenas, cincuenta y una escenas de una vida narrada en tercera persona. Las escenas van desde la contemplación de las chispas de un cable eléctrico bajo la lluvia a la desazón por la muerte de su maestro (dirá: “El viento que seguía a la lluvia desgarraba la canción de los peones y sus sentimientos”). A medida que las escenas avanzan se puede sentir el hastío del narrador por la vida —no por la creación— y su inevitable descenso a las tinieblas de la locura.
¿Cuál es el (gran) hilo conductor en estos dos libros? Fácil: el sufrimiento, esa sensación de sofoco que padecen los protagonistas y sobrevuela en todas las páginas. Teniendo en cuenta que Akutagawa trabajó con material autobiográfico en ambos libros, y que estos fueron escritos mientras vivía en un estado destructivo, de ansiedad paranoica, es lógico que ese sufrimiento indecible se viera reflejado; lo que no es lógico es la manera inspirada en la que logró reflejarlo. “La pasión por la destrucción también es una pasión creativa”, dijo Mijaíl Bakunin, y Akutagawa lo vivió en carne propia. ¿Cómo intenta salvarse del hundimiento? Escribe y lee, mayormente, a autores occidentales (Goethe, Tolstoi, Dostoievski, Mérimée). Esto lo ayuda a sobrevivir un tiempo, pero no alcanza.
Además de los libros antes mencionados, esta bellísima edición cierra con “Nota para un viejo amigo”, la conmovedora carta de suicidio que Akutagawa le dejó a su amigo Masao Kume y que escribió horas antes de matarse. En ella el autor cuenta con honestidad las razones de su decisión terminal —a diferencia de los occidentales, Akutagawa no creía que el suicidio fuera un pecado—. Ahí deja en claro que, en ese estado, al contrario de lo que se podría pensar, la naturaleza no hacía más que volverse más bella. Y creía que eso era, justamente, porque la naturaleza se mostraba ante ojos que no la verían por mucho más tiempo. Hablaba de la naturaleza en su materialidad, claro, pero uno puede suponer que también se refiere a ella como fuerza creadora, esa que lo llevó a escribir con poesía y verdad hasta que no aguantó más. Al final de su carta de despedida dice que ya no se ve como un dios, lo que considera una ventaja: los dioses, para su desgracia, no pueden suicidarse; él sí.
Ryūnosuke Akutagawa, Ruedas dentadas & La vida de un estúpido, traducción de Lourdes Porta y Junichi Matsuura, Abducción Editorial, 2024, 144 págs.
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