Otra Parte es un buscador de sorpresas de la cultura
más fiable que Google, Instagram, Youtube, Twitter o Spotify.
Lleva veinte años haciendo crítica, no quiere venderte nada y es gratis.
Apoyanos.
No hay genio sin exégeta. O puede también que no haya genio alguno, sino apenas una cáscara que confunda al intérprete y lo lleve a improvisar un enterizo con parches dispersos. Entre esas dos posibilidades —y una eventual tercera: el sinsentido genial, un arte del absurdo— bascula Sartor Resartus mientras el telar de sus capítulos se desquicia y encuentra siempre la manera de seguir hilando.
Tras lidiar con ella durante años, Thomas Carlyle recién pudo ver su novela impresa cuando una revista londinense la editó por entregas en 1834. Quizás porque la publicación pasó inadvertida fue su única ficción terminada, lo que tampoco dice mucho: Sartor Resartus tiene de narración lo mismo que Así habló Zaratustra, Diario de un seductor y otros libros que se hibridan en la peripecia para saltar, no bien pueden, a zonas más abstrusas. En concreto, yendo a la anécdota del libro de Carlyle —el armado de una extensa reseña sobre el trabajo y las vivencias de un pensador tumultuoso—, una chanza constante al idealismo hegeliano.
Por más unidireccional que su relación parezca, Diógenes Teufelsdröckh y su editor se necesitan. El primero es un profesor de méritos borrosos, autor de un estudio sobre la filosofía subyacente a la vestimenta humana, y el segundo su atribulado propagandista, un narrador con serios problemas para completar un libro en estado de elongación. El músculo digresivo de Tristram Shandy toma acá una forma incómoda, en la que la ramificación no es el propósito, el placer tangible de embarcarse en cualquier relato, sino más bien una estrategia dilatoria e insuficiente. Sea porque está esperando unos documentos esclarecedores —envío a cargo de un tal Hofrath Heuschrecke, intermediario que constituye el personaje más misterioso de la tríada— o porque lo que verifica en ellos lo marea, el editor nunca termina de entender el dibujo que vida y obra de Teufelsdröckh trazan o simulan trazar: “Nuestro Profesor, tenga o no algún sentido del humor, manifiesta cierta sensibilidad para el ridículo, una leve observancia que podría llamarse casi verdadero amor, si no fuera porque resulta difícil predicar la emoción de un hombre tan impasible”. La multiplicación de pasajes de este tipo, comentarios a citas herméticas en los que el tono encomia y reprende, concede y refuta, desnudan un zigzagueo nodal a la supervivencia de todo el sistema: el genio, su intérprete, el libro que urden juntos.
Se dijo ya que Sartor Resartus mezquina narración. El mismo editor lo admite a medida que va extrayendo detalles. Parece que hubo una mujer, un rival, un desencanto. Hubo una peregrinación por la geografía alemana en la que el profesor fraguó conocimientos, atendió la mesa de Goethe y participó de aventuras sobre las que el libro no se explaya. La tesis de Teufelsdröckh acerca de la vestimenta interrumpe el despliegue biográfico y a la vez da pistas: la autoridad inherente al uniforme sacerdotal, la inmolación de los sastres, el dandy como tautología. El vagabundeo vital y discursivo resguarda una orfandad difícil de entender, pero más difícil incluso de silenciar, como si el profesor y el editor estuvieran siempre a punto de entrar en confesiones de un calibre más hondo.
Antes de encarar el proyecto de Teufelsdröckh, antes incluso de transformarse en un experto en historias de guerreros y en fuente escogida para temas peliagudos como la Revolución Francesa —Dickens lo consultó para sustentar su Historia de dos ciudades—, Carlyle intentó una Bildungsroman autobiográfica que por décadas se creyó devorada por el fuego. Aunque inacabados y elementales, muchos de los borradores que se exhumaron con el tiempo guardan relación directa con páginas enteras de Sartor Resartus. Carlyle los incrustó ahí y después los cubrió con ropajes de otra clase, tal vez para darles un abrigo necesario, el que permite que un libro dure y absorba los cambios de época, los cada vez más tramados mecanismos de la lectura.
Thomas Carlyle, Sartor Resartus, traducción de Edmundo González Blanco y Pablo Gianera, epílogo de Ignacio Echeverría, Luz Fernández Ediciones, 2024, 336 págs.
A dos meses de la muerte de su esposo, la narradora de Arboleda decide emprender en soledad el viaje a Italia que habían planeado juntos. A partir...
Lejos de ser una novedad en el escaparate literario, el fluir de la escritura ha sido explotado durante años desde múltiples aristas, sobre todo como técnica. Las...
Aunque en las novelas de Flann O´Brien no hay postulado científico que permanezca indemne, ni fundamento alguno que no esté supeditado a la ley suprema de la...
Send this to friend