OTRAS LITERATURAS

La autora de Tener, curiosamente, es una joven poeta norteamericana que ha publicado sus tres libros traducidos al español, todos en ediciones bilingües donde se puede apreciar una impresionante técnica comunicativa: su inglés de versos casi siempre breves, sentenciosos, da la sensación de algo vivo. Y precisamente este libro parece contar una vida. La convención del género suele atribuir el yo de los poemas a la figura del autor, pero en este caso, tal vez, la abundancia de historias, las conclusiones, los ocasionales momentos en los que se destacan adjetivos o participios masculinos para la primera persona (sobre todo en la traducción) harían pensar en una vida que viene de otra parte, una vida escuchada o imaginada.

El libro empieza, como en el relato del origen de alguien, con un poema sobre el nacimiento, que es un recuerdo imposible. Quien habla tiene la certeza de haber nacido, pero el recuerdo se detiene en lo único posible: haber empezado a hablar acerca de las sensaciones de una infancia. Y en ese abrir y cerrar de ojos de la memoria, aparecen los poemas más brillantes del libro. Ninguno tiene título, así que el primer verso se convierte en uno, como el que empieza: “Habré tenido siete, tal vez ocho”, donde un niño despierta en medio de la noche, o en la primera parte de la noche, en esos países en que los chicos se acuestan demasiado temprano y los padres cenan solos. El niño “había soñado que ellos se morían”, pero los encuentra comiendo, susurrando, a la luz de una vela. La madre lo recibe y lo abraza, adivina su inquietud, el sueño que le pesó tanto que lo despertó. ¿Qué es la muerte a los siete años, si no la ausencia de cuidado, de los padres? Pero entonces el poema da un giro extraordinario: el chico no se anima a decirles que los soñó ausentes y les dice a sus padres que había soñado su propia muerte. No soporta la crueldad del sueño que tuvo, del sueño que él hizo, y se pone en el lugar de la víctima: “estaba enamorado del consuelo que buscaba, y tenía la suerte / de recibirlo”. Lo que entonces descubre es que la ausencia tiene dos lados: si él muere, sus padres seguirán en otro lado; si ellos mueren, como en el sueño, él tendrá que vivir en la desesperación. El final del poema merece transcribirse: “Me acuerdo que les pregunté, llorando, / Si yo me muero, ¿ustedes igual van a estar bien? / Y mi madre lloró también, y dijo, / Sí, se nos rompería el corazón / pero estaríamos bien. / No me acuerdo de haber vuelto a dormir”.

En otra edad, quien habla en el libro parece anotar lo que ve, intenta escribirlo todo en un registro, en un poema, pero el todo, enumeración infinita, resulta al final agobiante; lo que se escucha, lo que se lee, lo que se sufre y lo que no se entiende, “todo es un catálogo de mierda”; y sin embargo, el amigo que sonríe en un jardín responde con la palabra “todo”, con su ilusión de unidad. La vida también parece una enumeración sin demasiados límites, o sea falta de sentido, pero en los recuerdos o en las frases, en los poemas finalmente, se ven partes de su unidad inaccesible. Algo que se vio y quedó grabado, o la huella de una conversación, pudieron ser ese instante de continuidad en la discontinuidad de las cosas y los años, en medio de lo discontinuo, como redención del fragmento. Las palabras discontinuas tienen ese poder, de iluminación o de ilusión, para que los poemas den la impresión de algo vivido. En uno de sus varios momentos de sabiduría, por así decir, Myers anota: “Todo lo que decimos nos dice volvé / a mí”. E incluso algún poema sabio, que parece estar al final de la vida, cuando las partes cobran sentido porque se acerca el término de toda serie, y hasta el azar de los acontecimientos parece un destino, le da consejos a la joven poeta de menos de treinta años que está escribiendo el libro: “Incluso para vos, por más joven / que seas, / todo lo que viviste hasta el momento / ya es tu vida / entera, contenida”.

Como se habrá visto, la traducción al castellano argentino de Ezequiel Zaidenwerg nos acerca aún más a la transparencia y a la eficacia de Robin Myers, una gran poeta argentina, podemos inventar, a la que se le ocurrió la extravagancia de nacer lejos y escribir en inglés.

 

Robin Myers, Tener, traducción de Ezequiel Zaidenwerg, Audisea, 2017, 78 págs.

1 Feb, 2018
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