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Ya sea a modo de fuga, de rapto, de robo, el policial ha sabido nutrirse —desde sus mismos orígenes— de las más variadas formas de la desaparición. Con Tinta simpática, su reciente novela, el Nobel francés Patrick Modiano (Boulogne-Billancourt, 1945) recrea un mundo vaporoso en el que el etéreo Jean Eyben —un aspirante a detective— intenta dar con la escurridiza —la desaparecida— Noëlle Lefebvre.
Poco o nada de información trae consigo el expediente sobre la dama: una foto en blanco y negro, ciertas señas particulares, alguna que otra dirección y, por supuesto, su nombre. Esos pobres signos resultan, desde luego, claves para el “caso” y, fundamentalmente, para la existencia de la novela, que no deja de ser una escritura que intenta recordar y repensar a medida que se inscribe desde un presente atiborrado de baches y lagunas.
Porque quien escribe, a treinta años de la desaparición de la mujer, es el propio detective, quien, capítulo a capítulo, se apoya en una premisa no del todo inconsciente: allí donde el trabajo de la memoria trastabilla, la escritura habilita un camino que ella, y sólo ella, es capaz de señalizar. El título de la novela alude a una clase especial de tinta, invisible en primera instancia, pero sensible, con el paso del tiempo y con determinada sustancia, de emerger a la luz. Casi a mitad del libro, el narrador reflexiona sobre la escasa información que recaba una libretita personal de Noëlle: ¿y si estuviera redactada con esa tinta simpática? ¿No se trataría, entonces, de dejar que el tiempo transcurra, de releer con otra mirada lo que, a primera vista, luce como una mera página en blanco? Y más aún: ¿si fuera la memoria —ese tema caro a Modiano—?, ¿si fuera la identidad de uno la que se escribe con este peculiar líquido?
Hay lagunas en el recuerdo del detective, vacíos en el expediente de la dama, huecos en la historia, blancos en la escritura del narrador. Información estimativa, aproximativa, acercamientos: todo lo necesario para que la pesquisa (de la mujer, de los hechos, de sí mismo) continúe, prácticamente, ad infinitum. El descubrimiento, el desciframiento del enigma, se entiende, conllevaría el fin de la búsqueda, de la historia, de la escritura. La pulsión literaria desestima, así, aquello que los informes policiales exigen con la autoridad del realismo: la rigurosidad y exactitud de los hechos; una descripción aséptica, definitiva, enemiga de cualquier vaguedad o sugerencia.
Modiano, se sabe, ha hecho de la desaparición uno de los corazones de su poética. Así como en 1997, enmarcándola en la ficción, siguió las huellas de Dora Bruder, una joven franco-judía de existencia real que huyó de París durante la ocupación nazi, aquí dispone de una serie de episodios esquivos y de unos caracteres volátiles para darle entidad —esto es, desplazamiento incesante— al secreto que entraña el discurrir de la escritura.
Por minucioso que sea el examen sobre la vida de una persona, sostiene el narrador, siempre se abrirán en ella, insistentes, diversas líneas de fuga. Fallos de la memoria, baches, silencios. Esta insuficiencia es la marca característica que instala la posibilidad literaria, y que cifra en la desaparición el motor que ruge sordo, aunque inclaudicable.
Sordo, puesto que, si bien lo onírico y lo evanescente son los condimentos que alimentan una atmósfera enrarecida, propia de una conciencia irresoluta, de un investigador y de una investigada etéreos, no habría que confundir la naturaleza de ese clima y de esos caracteres con la fuerza, la potencia, la vida de una novela. “Tengo que reconocer que esta historia —confiesa el jefe del detective— no es que me despierte una gran pasión”. Probablemente no esté solo en su sentir.
Patrick Modiano, Tinta simpática, traducción de María Teresa Gallego Urrutia, Anagrama, 2022, 128 págs.
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